– ?Eran amigos?

El muchacho se encogio de hombros rechazando tal posibilidad, pero, antes de que Brunetti pudiera recordarle que debia responder de viva voz, Paolo dijo:

– No; no eramos amigos.

– ?Por que razon?

La sorpresa del joven fue evidente.

– Tenia un ano menos que yo. Estaba en otro curso.

– ?Existia alguna otra razon que le impidiera ser amigo de Ernesto Moro?

El muchacho reflexiono y dijo:

– No.

– ?Puede hablarme de lo sucedido aquella noche?

El chico tardaba tanto en responder que su padre se volvio ligeramente hacia el y movio la cabeza de arriba abajo.

Paolo se inclino hacia su padre y le susurro unas palabras de las que Brunetti no pudo menos que oir: «?es necesario?».

– Si -dijo el maggior con firmeza.

El muchacho miro a Brunetti.

– Es dificil -dijo con voz desigual.

– Solo cuentame lo sucedido, Paolo -dijo Brunetti, pensando en su propio hijo y en las confesiones que habia hecho en su vida, aunque estaba seguro de que ninguna podia compararse, por su gravedad, con lo que este muchacho podia tener que decir.

– Aquella noche… -empezo el joven, tosio nerviosamente y volvio a empezar-: Aquella noche, yo estaba con el.

Brunetti creyo preferible no decir nada, por lo que se limito a animarle con la mirada a continuar.

El muchacho miro a la cabecera de la mesa, donde estaba Donatini, que asintio con gesto paternal.

– Yo estaba con el -repitio.

– ?Donde?

– En las duchas -dijo el chico. Normalmente, tardaban mucho en confesar. La mayoria tenian que preparar el terreno con una serie de detalles y circunstancias, destinados a hacer que lo que finalmente habia sucedido pareciera inevitable, por lo menos, a sus propios ojos-. Estabamos en las duchas -repitio.

Brunetti miro a Donatini, que apreto los labios y meneo la cabeza.

El silencio se prolongaba tanto que al fin Donatini se sintio obligado a decir:

– Cuentaselo, Paolo.

El muchacho carraspeo, miro a Brunetti, fue a mirar a su padre, pero se contuvo y otra vez miro a Brunetti.

– Haciamos cosas -dijo, y callo. Cuando parecia que no iba a decir mas, agrego-: Cosas el uno al otro.

– Comprendo -dijo Brunetti-. Continua, Paolo.

– Somos muchos los que hacemos eso -dijo el muchacho en una voz tan baja que Brunetti penso que quiza el microfono no la captara-. Ya se que no esta bien, pero con eso no perjudicamos a nadie. Y lo hacen todos. De verdad. -Brunetti no decia nada, y el muchacho agrego-: Vamos con chicas. Pero en casa. Y por eso es… es dificil… y… -aqui su voz se apago.

Brunetti, evitando mirar al padre, dijo a Donatini:

– ?Debo deducir que los muchachos practicaban actos sexuales? -penso que debia expresarlo con toda claridad, y confiaba en no equivocarse.

– Masturbacion, si -dijo Donatini.

Hacia decadas que Brunetti habia dejado atras la edad de aquel muchacho, pero no comprendia a que venia tanta verguenza. Eran muchachos en la ultima fase de la adolescencia, que vivian con otros muchachos. Su conducta no le parecia sorprendente; su actitud de ahora, si.

– Continua -dijo Brunetti, esperando que lo que oyera a continuacion explicara esta incongruencia.

– Ernesto era extrano -dijo Paolo-. A el no le bastaba con… en fin, hacer eso y nada mas. El siempre queria hacer otras cosas.

Brunetti mantenia la mirada fija en el muchacho, con el proposito de hacerle hablar con su atencion.

– Aquella noche, me dijo que… bueno, me dijo que habia leido algo en una revista. O en un periodico. -Paolo se interrumpio, y Brunetti observo que ese detalle parecia preocuparle. Finalmente, dijo-: No se donde lo leeria, pero dijo que queria hacerlo de esa manera. -Aqui callo.

– ?Hacer que? -pregunto Brunetti al fin-. ?De que manera? -Aparto la mirada del muchacho durante un momento y vio al padre que mantenia la cabeza baja y la mirada clavada en la mesa como si deseara no hallarse en una habitacion en la que su hijo tenia que confesar estas cosas a un policia.

– Me aseguro que lo que habia leido decia que eso lo hacia mucho mejor, mejor que nada -prosiguio el muchacho-. Pero que para eso tenia que ponerse algo alrededor del cuello y apretarselo cuando… bueno, cuando hiciera eso. Y por eso queria que yo estuviera presente, para estar seguro de que no fallaba nada, en ese momento.

El muchacho suspiro profundamente, llenandose de aire los pulmones antes de dar el salto final.

– Le dije que aquello era una locura, pero no quiso hacerme caso. -Junto las manos y las apoyo en la mesa-. Tenia esas cosas en el aseo. Me enseno la cuerda. Estaba en el mismo sitio… quiero decir, donde estaba despues, cuando lo encontraron. Era larga, para que el pudiera estar agachado en el suelo y luego hacer como si se cayera. Entonces le oprimiria el cuello. Por eso era tan bueno. Por la sensacion de asfixia, o no se que. Eso dijo.

Silencio. Cada uno de los presentes en la habitacion pudo escuchar, desde el otro lado de la pared, el tenue zumbido de ?un ordenador?, ?una grabadora? Poco importaba eso ahora.

Brunetti permanecia mudo.

El chico volvio a empezar:

– Entonces lo hizo. Quiero decir que se puso la bolsa en la cabeza, por encima de la cuerda. Y se echo a reir y trato de decir algo, pero no pude entender que decia. Recuerdo que me senalo con el dedo y que se reia, y entonces empezo a… y al cabo de un rato se agacho y se dejo caer de lado.

El muchacho enrojecio de pronto, y Brunetti vio que se retorcia las manos. Pero siguio hablando, ya incapaz de parar hasta haberlo dicho todo.

– Dio unas patadas y empezo a mover los brazos. Y entonces se puso a gritar y a dar patadas mas fuertes. Yo trate de sujetarlo, pero el de un puntapie me lanzo fuera de la ducha. Volvi, para desatar la cuerda, pero no podia, porque la bolsa de plastico estaba atada por encima, y cuando por fin pude agarrar el nudo, no pude aflojarlo, porque el tiraba con mucha fuerza. Y entonces, entonces dejo de dar patadas, y cuando lo desate ya era tarde, y creo que ya estaba muerto.

El muchacho se enjugo el sudor de la cara.

– ?Y que hiciste entonces, Paolo? -pregunto Brunetti.

– No lo se. Durante un minuto, me quede alli, a su lado. Nunca habia visto un muerto, pero no recuerdo que hice. -Levanto la mirada y la bajo inmediatamente, Brunetti vio que el padre alargaba el brazo y ponia la mano izquierda sobre las de su hijo, las oprimia y la dejaba alli.

Animado por el contacto, Paolo prosiguio:

– Supongo que me entro panico. Crei que habia sido culpa mia, porque no habia podido salvarlo o detenerlo. Quiza hubiera podido, pero no lo hice.

– ?Que hiciste entonces, Paolo? -repitio Brunetti.

– No podia razonar, pero no queria que lo encontraran de aquel modo. Todos hubieran sabido lo que habia pasado.

– ?Y entonces? -presiono Brunetti.

– No se como se me ocurrio la idea, pero pense que, si parecia un suicidio, bueno, seria malo pero no tanto como… lo otro.

Esta vez Brunetti no dijo nada, confiando en que el chico seguiria hablando espontaneamente.

– Asi que trate de hacer que pareciera que se habia ahorcado. No tuve mas que tirar de la cuerda y dejarlo alli. -Brunetti miraba sus manos juntas. Los nudillos del padre estaban blancos-. Asi que eso hice. Y lo deje alli. -El chico

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