abrio la boca y aspiro el aire como si acabara de correr varios kilometros.

– ?Y la bolsa de plastico? -pregunto Brunetti cuando al chico se le calmo la respiracion.

– Me la lleve y la tire. No recuerdo donde. A un cubo de basura.

– ?Y que hiciste despues?

– No recuerdo bien. Creo que volvi a mi habitacion.

– ?Alguien te vio?

– No lo se.

– ?Tu companero de cuarto?

– No recuerdo. Quiza. No se ni como llegue a mi habitacion.

– ?Que es lo que recuerdas despues, Paolo?

– A la manana siguiente, vino a despertarme Zanchi y me dijo lo que habia pasado. Y entonces ya era tarde para cambiar nada.

– ?Por que me cuentas ahora eso?

El muchacho meneo la cabeza. Separo las manos y asio la de su padre con la derecha. Al fin, en voz baja, dijo:

– Tengo miedo. -?De que?

– De lo que ahora ocurra. De lo que pueda parecer.

– ?Y que es?

– Que no quise ayudarle, que deje que le ocurriera eso porque lo odiaba.

– ?Alguien creia que lo odiabas?

– Es lo que el queria -dijo Paolo, apartandose ligeramente de su padre, como si temiera ver la expresion de su cara, pero sin soltarle la mano-. Es lo que Ernesto queria que fingiera. Para que nadie sospechara lo otro.

– ?Que erais…?

– Si; todos hacemos eso, pero generalmente es con distintos chicos. Ernesto solo queria hacerlo conmigo. Y a mi me daba verguenza. El chico miro a su padre. -?Tengo que decir mas, papa? El maggior, en lugar de responder a su hijo, miro a Brunetti. Entonces el comisario se inclino hacia adelante, indico la hora y dijo que la declaracion habia terminado.

Los cinco hombres se levantaron en silencio. Donatini, que era el que estaba mas cerca de la puerta, la abrio. El maggior rodeo con el brazo los hombros de su hijo. Brunetti acerco su silla a la mesa, hizo una sena con la cabeza a Vianello para indicarle que lo siguiera y fue hacia la puerta. Estaba a un solo paso del umbral cuando oyo un ruido a su espalda, pero era solo que Vianello habia tropezado con la silla.

Al volverse a mirar a Vianello, Brunetti vio tambien a padre e hijo, que estaban frente a frente. Y vio como Paolo, que tenia concentrada en su persona toda la atencion de su padre, guinaba un ojo con aire de maliciosa satisfaccion. Y como, en el mismo instante, el padre descargaba con el puno derecho un afectuoso golpe de felicitacion en el biceps derecho del muchacho.

27

Vianello no lo habia visto; el estaba de espaldas a aquel relampago de complice celebracion entre padre e hijo. Brunetti se volvio hacia la puerta y paso por delante de un silencioso Donatini. En el pasillo, se paro, esperando la salida de Vianello, seguido de los dos Filippi y su abogado.

Brunetti cerro la puerta de la sala de interrogatorios, con movimientos lentos, para darse tiempo de pensar.

Donatini fue el primero en hablar.

– Comisario, usted decide lo que haya de hacerse con esta informacion,

Brunetti no respondio, ni se digno darse por enterado de que el abogado hubiera dicho algo.

Entonces, ante el silencio de Brunetti, hablo el maggior.

– Seria preferible que la familia de ese muchacho pudiera conservar el recuerdo que tiene de el -dijo en tono solemne, y Brunetti reconocio, avergonzado, que, de no haber sorprendido aquel fugaz destello de triunfo entre padre e hijo, la preocupacion que demostraba este hombre por la familia de Ernesto lo hubiera conmovido. Le asalto el deseo de descargarle un punetazo en la boca, pero se limito a volverse de espaldas a todos y empezo a caminar por el pasillo. El chico le grito:

– ?Quiere que firme algo? -Y luego, con deliberado retraso-: ?…comisario?

Brunetti siguio andando, desentendiendose de todos, con prisa por llegar a su despacho, como el animal que ansia volver a su guarida para sentirse a salvo de sus enemigos. Cerro la puerta, seguro de que Vianello, por mucho que lo desconcertara el comportamiento de su superior, no compareceria hasta que lo llamara.

– Jaque mate y fin de la partida -dijo en voz alta. Era tan violenta la corriente de energia desatada en su interior que no podia moverse. De nada servia apretar los punos y cerrar los ojos: aun veia la imagen de aquel guino, de aquel golpe de aprobacion. Comprendia que, aunque tambien Vianello lo hubiera visto, nada cambiaria, ni para ellos, ni para Moro. La historia de Filippi era verosimil y la interpretacion, magistral. Le mortificaba recordar como lo habia conmovido la turbacion del muchacho, como habia superpuesto a su entrecortado relato lo que el imaginaba seria la reaccion de su hijo en las mismas circunstancias, y como habia visto miedo y remordimiento donde solo habia vil supercheria.

Una parte de el deseaba oir la voz de Vianello en la puerta, para poder explayarse diciendole como les habian burlado. Pero comprendio que no serviria de nada, y se alegro de que el inspector no le hubiera seguido. Su propia precipitacion en ir a hablar con Cappellini habia dado tiempo a los Filippi para urdir su farsa; no solo urdirla sino pulirla y agregarle todos los ingredientes necesarios para apelar al sentimentalismo del oyente. No habian ahorrado los topicos. Cosas de chicos. Es mayor mi verguenza que mi culpa. Oh, evitemos nuevos sufrimientos a la pobre madre del muchacho.

Brunetti se revolvio y dio un puntapie a la puerta, pero ni el ruido ni la sacudida que sintio en la espalda cambiaron nada. Acepto el hecho de que cualquier cosa que pudiera hacer tendria el mismo efecto: de nada serviria rebelarse ni sufrir.

Miro el reloj y descubrio que durante el interrogatorio habia perdido la nocion del tiempo, aunque la oscuridad exterior hubiera tenido que orientarle. No habia dado ordenes, pero no se podia retener a Filippi, y Vianello debia de haberle dejado marchar. Deseaba desesperadamente no ver a ninguno de ellos al salir, y se obligo a permanecer alli, con los ojos cerrados y la cabeza apoyada en la puerta, durante cinco minutos mas, y entonces bajo.

La cobardia le hizo evitar la oficina de los agentes, aunque vio luz en la puerta cuando bajaba la escalera sin hacer ruido. Al salir, torcio hacia la derecha y fue hasta la Riva a tomar un vaporetto, en busca de la distraccion que ofreceria el numeroso pasaje que viajaba a esa hora.

Salia uno cuando el llego al imbarcadero y, mientras esperaba el siguiente, tuvo diez minutos para contemplar a la gente que iba llegando, venecianos la mayoria, a juzgar por el aspecto. Cuando vino la embarcacion, subio a bordo, cruzo al otro lado y se quedo junto a la borda, de espaldas a la magnificencia de la ciudad.

Al llegar al apartamento, se paro en la puerta, esperando que dentro estuviera aguardandole, por lo menos, un residuo de humanidad. ?Y si se encontrase alli con un hijo como Paolo? ?Como felicitarse de un hijo semejante sin haberlo educado antes con el propio ejemplo? Abrio la puerta y entro en casa.

– … No os compro un telefonino porque esos artilugios estan creando una raza de zanganos repipis; os daria aun mas motivos de distraccion -oyo decir a Paola, y sonrio interiormente por el inhumano rigor con que negaba los caprichos a sus hijos.

La voz de su mujer venia de la cocina, pero Brunetti se fue directamente pasillo abajo, al estudio de Paola. El sabia que, habituada como estaba a espiar los pasos de sus hijos cuando volvian a casa, le habria oido entrar y no tardaria en ir en su busca.

Y fue, y hablaron. Mejor dicho, hablo el y ella escucho. Al cabo de mucho rato,

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