– En Libro, ?sabes donde esta? Si, claro que lo sabes. Donde el ayuntamiento descarga la nieve,

– ?Ese era tu hermano?

Se acabo el cafe y devolvio la taza.

– Ha sido cojonudo beber algo caliente.

Sin embargo, tiritaba como si el frio se hubiera introducido en su interior. El muchacho puso la taza en el termo y lo metio en la bolsa que habia detras del asiento. Ese movimiento le recordo algo a Lennart y sintio un pinchazo de envidia.

– Tengo que irme a casa -dijo.

El muchacho miro hacia la plaza.

– Pronto dejara de nevar -indico-. Hara mas frio.

Lennart permanecio en el escalon dubitativo.

– Cuidate -respondio al fin-, y gracias por el cafe.

Camino lentamente hacia su casa. El sabor dulce en la boca le hizo desear una cerveza. Acelero sus pasos. A traves de una ventana vio a una mujer atareada en su cocina. Al pasar ella alzo la vista y se seco la frente con el dorso de la mano. Una mirada antes de retornar a decorar el alfeizar de la ventana con pequenos gnomos de ceramica.

Eran cerca de las dos cuando Lennart llego a casa. Solo encendio la lampara que habia sobre la cocina, tomo una cerveza del banco y se sento a la mesa.

Ahora John llevaba muerto treinta horas. Un asesino llevaba libre el mismo tiempo. Cada segundo que pasaba crecia la determinacion de Lennart de matar al asesino de su hermano.

Comprobaria lo que sabia la policia, si es que le decian algo. Miro el reloj de nuevo. Deberia haberse puesto a ello de inmediato. Podria hacer unas llamadas. Cada minuto que pasaba crecia en el la sensacion de injusticia de que el asesino de su hermano pudiera pasear y respirar libremente.

Cogio papel y lapiz, mordisqueo un rato el lapiz y luego escribio ocho nombres con estilo enmaranado. Todos hombres de su misma edad. Todos rateros como el. Algunos drogatas, un receptador, dos camellos y destiladores caseros de alcohol, viejos conocidos de la carcel de Norrtalje.

«La chusma», penso al ver la lista, esos de los que se apartaban los ciudadanos de bien al encontrarselos, aparentando no verlos.

Se mantendria sobrio y en forma. Luego podria matarse a beber.

Abrio otra cerveza, pero apenas bebio un par de tragos antes de dejarla sobre la mesa y pasar al salon. Tenia un apartamento de dos habitaciones. Estaba orgulloso de ello, de haber conseguido mantener su castillo despues de todos aquellos anos. Claro que los vecinos se habian quejado de vez en cuando y algunas veces su contrato de alquiler habia pendido de un hilo.

En la estanteria habia dos fotografias. Tomo una de ellas y la observo durante un buen rato. El tio Eugen, John y el un dia de pesca. No se acordaba de quien habia sacado la foto. John sostenia un lucio y parecia rebosante de felicidad. El estaba cohibido; no enfadado, sino mas bien serio. Eugen estaba contento, como siempre.

«Es tan comico», decia Aina de su hermano. Mucho despues, Lennart recordaria un sabado en el que su madre poso una mano en la nuca de Eugen y la otra en la de Albin. Estaban sentados a la mesa de la cocina. Eugen hablaba como de costumbre despues de que ella hubiera servido los fiambres y se dirigiera a la despensa; entonces, toco a los dos hombres que mas queria. Dejo que sus manos reposaran apenas diez segundos mientras comentaba algo del discurso de su hermano.

Lennart recordo la manera en la que miro a su padre. Aparentaba buen talante, como solia tener despues de una copa y una cerveza. Parecia no sentir la mano de ella; por lo menos no la noto, ni se aparto ni se mostro ruborizado.

?Cuantos anos tendria el en esa foto? Catorce, quiza. Fue entonces cuando todo cambio. Se acabaron las excursiones de pesca. Durante ese tiempo Lennart padecio una lucha interior. A veces, podia sentir paz y tranquilidad, como cuando subia al desvan con John y Teodor despues de acabar de quitar la nieve. O cuando acompanaba a Albin al taller de chapa, las pocas veces que pudo visitarlo. En aquel lugar la tartamudez de Albin no importaba. Incluso el cansancio del padre, que Lennart, cuando era pequeno, creia que se debia a la tartamudez, a la irritacion que producian las palabras que no querian articularse, parecia esfumarse en el taller. Alli se movia de otra manera.

De repente, recordo que, a veces, el rostro de Albin se retorcia de dolor. ?Era dolor o cansancio? ?Fue esa la razon de que se cayera? Dijeron que estaba resbaladizo. ?O quiza salto de cabeza? No, sus companeros de trabajo vieron como resbalaba, oyeron su llamada, o el grito. ?Tartamudeo al caerse? ?Fue un grito de tartamudo lo que resono contra el grueso muro de ladrillo de la catedral?

El grito debio de oirlo hasta el arzobispo. Avisarian al gran jefe para que tuviera tiempo de preparar un lugar para Albin, por encima de todos los tejados y agujas a los que se habia encaramado en su vida. «Ahora trabajara la chapa en el cielo -penso Lennart-. ?Que podria hacer, si no? Tiene que tener las manos ocupadas. Odiaba la ociosidad. Seguro que son tejados de oro o, por lo menos, de cobre.»

De pronto echo de menos al viejo, como si la pena por John arrastrara la de Albin al mismo tiempo.

– Un ratito mas -dijo en voz alta, y se enfrento a sus sentimientos-. ?Fuera!

Llevaba sentado en el apartamento mal iluminado una hora, dos horas, quiza tres. Velaba. Sus labios y sus mejillas estaban rigidos y le dolia la espalda. Estaba despierto y le gustaba revivir los buenos momentos con John.

Apartaba los malos. Claro que se habia devanado los sesos en relacion con ellos. Le habian hecho preguntas en la escuela, el psiquiatra infantil, la policia, en la carcel, el asistente social, en la seguridad social; todos ellos le habian preguntado.

Habia intentado encontrar las causas. Ahora estas convergian en un vertedero de nieve en Libro, un lugar en el que nadie habia pensado.

Sabia que no habia contexto que valiera. La vida se presentaba como una mezcla de coincidencias y esperanzas, que con frecuencia se frustraban. Hacia mucho tiempo que habia dejado de reflexionar. Su vida estaba decidida. No deseaba reflexionar sobre si habia sido el mismo quien la habia elegido. Sabia que las cosas habian salido mal, mal de cojones, demasiadas veces. Ya no le echaba la culpa a nada ni a nadie. La vida era como era.

La otra vida, la ordenada, aparecia como un reflejo que brillaba apenas una decima de segundo. Claro que lo habia intentado. Hubo un periodo durante los anos ochenta en el que trabajo como obrero no cualificado en Bygg & Mark. Quitaba la nieve del macadan y del mantillo, preparaba tarteras y consiguio un fisico como nunca antes habia tenido.

Trato con gente que habia conocido a Albin y descubrio otra imagen de su padre. Los viejos albaniles expresaban su admiracion por el competente chapista, elogio que Lennart tomo tambien para si mismo. El recuerdo colectivo de la gran habilidad de Albin parecia incluir, en parte, tambien al hijo.

Si, el habia tenido sus epocas. Y ahora John. Su hermano pequeno. Muerto. Asesinado.

*****

Berit entreabrio la puerta de la habitacion por tercera vez en media hora y observo el enmaranado mechon de Justus y su rostro desnudo, que aun conservaba las huellas del llanto.

Cerro la puerta, pero permanecio con la mano en el picaporte. «?Que pasara?», se repitio a si misma. La sensacion de irrealidad se extendio como una mascara sobre su rostro. Sentia las piernas tan pesadas como si estuvieran escayoladas y los brazos parecian dos extranas protuberancias en un cuerpo que era el suyo pero que, sin embargo, no lo era. Se movia, hablaba y percibia su entorno con todos sus sentidos, pero alejada de si misma.

Justus se vino abajo. Paso horas temblando, llorando y gritando. Ella tuvo que obligarse a permanecer serena. Cuando el se calmo, fue como darle la vuelta a la tortilla, y se derrumbo en una esquina del sofa. Su joven rostro adquirio una expresion extrana.

De repente, les entro mucha hambre. Berit cocino rapidamente unos macarrones que comieron con salchicha de Falun cruda y ketchup.

– ?Duele morirse? -pregunto Justus.

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