sino otro hombre cuyo nombre no constaba. Segun esta nueva version de lo ocurrido, Seier lo habia recibido en el puerto y se habia hecho cargo del saco sin decir gran cosa. Se suponia que el saco contenia cabezas y manos de cerdo. Evander Jakobsen no lo habia comprobado. Pero apestar, apestaba, de eso no cabia la menor duda, y el peso era aproximadamente el mismo que el de una nina de ocho anos.

Esta historia tan poco creible habia hecho dudar al periodista de la seccion de sucesos del periodico Dagbladet, quien califico la declaracion de Evander Jakobsen de «brutalmente inverosimil» y encontro apoyo en el Morgenbladet, cuyo reportero se mofaba sin tapujos de las declaraciones contradictorias que el joven pajaro enjaulado hacia desde la tribuna de los testigos.

Las reservas de los periodistas no sirvieron de gran cosa.

Aksel Seier fue juzgado por violar a la pequena Hedvik Gasoy, de ocho anos. A continuacion fue procesado por matarla con el fin de ocultar el primer crimen.

Lo condenaron a cadena perpetua.

Inger Johanne Vik amontono con cuidado los papeles. En la pequena pila solo estaban la transcripcion de la sentencia y unos cuantos recortes de periodico. No habia documentos de la policia ni interrogatorios ni informes de expertos, a pesar de que quedaba claro que se habian redactado.

Los periodicos dejaron de escribir sobre el caso cuando se dicto la sentencia.

Para Inger Johanne Vik, la condena de Aksel Seier era mas que un caso entre muchos otros; lo que lo hacia especial era el modo en que acababa la historia, un final que le quitaba a uno el sueno. Aunque eran ya las doce y media, ella no estaba en absoluto cansada.

Lo leyo todo de nuevo. Bajo el texto de la sentencia, enganchado con un clip a los recortes de periodico, estaba el inquietante relato de la anciana.

Finalmente Inger Johanne se levanto. Fuera habia empezado a clarear. Tendria que levantarse dentro de unas pocas horas. La nina gruno sin despertarse cuando ella intento apartarla hacia un lado de la cama. Habria que dejar que siguiera durmiendo. De todos modos, a ella le resultaria imposible conciliar el sueno.

5

– Es una historia increible.

– ?Lo dices en sentido literal? ?O sea que simple y llanamente no me crees?

Acababan de ventilar la habitacion y la enferma parecia algo mas despejada. Estaba sentada en la cama, y en un rincon habia una television encendida, aunque sin sonido. Inger Johanne Vik sonrio, acariciando levemente la colcha doblada sobre el respaldo del sillon.

– Claro que te creo. ?Por que no te iba a creer?

Alvhild Sofienberg no respondio. Su mirada paso de la mujer mas joven a la television, donde las imagenes relampagueaban sin sentido en la pantalla. La anciana tenia los ojos azules y el rostro ovalado. Daba la impresion de que sus labios habian desaparecido entre las oleadas de dolor intenso. El cabello se le habia marchitado sobre el estrecho craneo.

Quizas alguna vez habia sido guapa; no era facil determinarlo. Inger Johanne escruto sus ajadas facciones intentando imaginarlas tal y como debian de ser en 1965, el ano en que Alvhild Sofienberg cumplio treinta y cinco.

– Yo naci en 1965 -dijo Inger Johanne de pronto y dejo la carpeta a un lado-. El 22 de noviembre. Exactamente dos anos despues del atentado contra Kennedy. En esa epoca mis hijos ya eran grandecitos y yo acababa de licenciarme en Derecho.

La anciana sonrio, desplegando una sonrisa de verdad, y los dientes grises le brillaron en la tensa apertura entre nariz y barbilla. Cuando hablaba, las consonantes sonaban asperas y las vocales desaparecian. Se estiro para agarrar un vaso de agua y bebio.

El primer empleo de Alvhild Sofienberg fue como funcionaria en la Direccion General de Prisiones. Se encargaba de tramitar las peticiones de indulto dirigidas al rey. Inger Johanne ya lo sabia; eso decian los papeles que referian la historia de la anciana obsesionada con una condena y unos viejos recortes de periodico amarillentos sobre un hombre que se llamaba Aksel Seier y que fue condenado por infanticidio.

– Un aburrimiento de trabajo, la verdad, o al menos me lo parece ahora. No recuerdo que entonces me disgustara, sino todo lo contrario. Tenia una formacion, una educacion superior, una… Me habia licenciado, en aquellos tiempos eso era algo excepcional. En mi familia, al menos.

Volvio a mostrar los dientes, intentando humedecerse la fina boca con la punta de la lengua.

– ?Como conseguiste hacerte con todos los documentos? -le pregunto Inger Johanne al tiempo que le rellenaba el vaso con una jarra. Los cubitos de hielo se habian derretido y el agua despedia un leve olor a cebolla-. Es decir, las peticiones de indulto nunca han ido acompanadas del resto de la documentacion del caso, de las transcripciones de los interrogatorios policiales y cosas asi, ?verdad? No entiendo bien como conseguiste…

Alvhild intento enderezar la espalda. Cuando Inger Johanne se inclino sobre ella para ayudarla, percibio de nuevo el olor a cebolla vieja, cada vez mas intenso. El aliento de la mujer empezaba a heder a putrefaccion y le inundaba a Inger Johanne las fosas nasales provocandole arcadas, que ella tuvo que disimular con algo de tos.

– Huelo a cebolla -murmuro la vieja-. Nadie sabe a que se debe.

– Quiza sea… -Inger Johanne senalo la jarra con el dedo-. He notado un poco…

– Al contrario -carraspeo la anciana-. El agua se impregna de mi olor. Tendras que aguantarte un rato. Los solicite, simple y llanamente. -Senalo la carpeta, que habia caido al suelo-. Como he escrito ahi, no soy del todo capaz de explicar que desperto mi interes. Quiza fuera la sencillez de la solicitud de indulto. El hombre llevaba ocho anos en la carcel y nunca habia admitido su culpabilidad. Ya habia solicitado el indulto en tres ocasiones y siempre se lo habian denegado, pero el no apelaba la decision. No alegaba enfermedad, como hacen casi todos. No habia escrito paginas y paginas sobre su precario estado de salud, sobre la familia que lo esperaba en casa, los ninos que le echaban de menos o cosas asi. La solicitud constaba de una sola linea, dos frases: «Me han condenado siendo inocente. Por eso solicito el indulto.» Esto me fascino. Por eso pedi los documentos. Estamos hablando de… -Trato de alzar las manos-. Casi un metro de documentos. Los lei una y otra vez, y cada vez estaba mas convencida. -Bajo las manos, con los dedos temblandole del esfuerzo.

Inger Johanne se agacho para recoger la carpeta del suelo. Se le puso la carne de gallina porque la ventana estaba entreabierta y habia corriente. La cortina ondeo de improviso, y ella dio un respingo. En la television el telediario fulguraba en tonos azules y, de repente, a Inger Johanne empezo a irritarle que el aparato estuviera encendido para nada.

– ?Opinas lo mismo que yo? ?Era inocente? Estoy convencida de que lo condenaron injustamente y alguien intento taparlo todo. -La voz de Alvhild Sofienberg habia adquirido un tono cortante, agresivo.

Inger Johanne volvia las hojas envejecidas en silencio.

– Supongo que es bastante obvio -dijo, casi inaudiblemente.

– ?Que has dicho?

– Que si, que estoy de acuerdo contigo.

Fue como si la enferma perdiese de pronto las pocas fuerzas que le quedaban. Se hundio en la almohada, cerro los ojos y se le relajo el rostro, como si por fin hubieran remitido los dolores. Solo las fosas nasales le palpitaban ligeramente.

– Quiza lo mas aterrador no sea que lo condenasen injustamente -murmuro Inger Johanne despacio-. Lo peor es que nunca consiguio… Lo que paso luego, cuando lo soltaron, que… Me pregunto si seguira vivo.

– Otro mas -dijo Alvhild abatida, con la mirada clavada en el aparato de television. Subio el volumen con el mando a distancia que estaba atado a la cabecera de la cama-. Han secuestrado a otro crio.

Un nino pequeno aparecia sonriendo pudorosamente en una fotografia de aficionado. Tenia el cabello castano y rizado y abrazaba un cochecito de bomberos de plastico rojo contra su pecho. Detras de el, desenfocada, se apreciaba la figura de un adulto que reia cordialmente.

– La madre, quiza. Pobre mujer. Me pregunto si habra alguna conexion. Con la nina, quiero decir, la que…

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