Anne Holt
Castigo
Vik & Stubo, 1
Traduccion: Cristina Gomez Baggethun
A mis papas.
La felicidad es algo que apenas recuerdo, como un leve roce en una reunion con extranos, algo que desaparece antes de que te de tiempo a volverte. Cuando estuvo preparado el cuarto y solo faltaban dos dias para que el por fin llegara, me puse contento. La felicidad es un sentimiento candido y, al fin y al cabo, yo ya me aproximo a los treinta y cuatro. Pero estaba contento, claro, me hacia ilusion.
La habitacion estaba lista. Un nino estaba sentado a horcajadas sobre la luna. Rubio y con una cana de pescar: una vara de bambu con un corcho sujeto al sedal y, en el extremo, colgada del anzuelo, una estrella. Una gota de color dorado habia escurrido hacia el marco de la ventana, como si el cielo se estuviera derritiendo.
Mi hijo por fin iba a llegar.
1
Emilie habia salido del colegio e iba camino de casa. Pronto seria Diecisiete de Mayo, iba a ser el primer Dia Nacional que pasaria sin mama, y el traje regional se le habia quedado demasiado corto, a pesar de que mama le habia bajado el dobladillo ya un par de veces.
Esa noche Emilie se habia despertado a causa de una pesadilla. Papa estaba durmiendo, ella oia sus ronquidos a traves de la pared mientras se media el traje regional contra el cuerpo. La banda roja del borde habia encogido hasta quedarle a la altura de las rodillas. Eso era porque ella crecia demasiado rapido. «Creces como una seta, tesorito», solia decirle papa. Emilie paso la mano sobre el tejido de lana y acto seguido doblo las rodillas y agacho la cabeza. La abuela siempre decia: «Grete era un tallo de habas, no es de extranar que la nina tambien crezca.»
A Emilie se le cansaban los hombros y los muslos de tanto encogerse, y la culpa de que fuera tan alta era de mama. Pronto la banda roja no le llegaria ni a las rodillas.
A lo mejor podia pedir un traje nuevo.
La mochila pesaba mucho. Emilie habia estado recogiendo farfaras, y el ramo era ya tan grande que papa tendria que ponerlo en un jarron. Habia cortado los tallos largos, no como cuando era mas pequena y partia los tallos muy cerca de las flores, de modo que luego habia que meterlas en una huevera.
No le gustaba volver sola. A Marte y a Silje habian ido a recogerlas, pero ellas no le habian contado lo que pensaban hacer, se habian limitado a saludarla a traves de la ventanilla trasera del coche de la madre de Marte.
Las farfaras necesitaban agua. Algunas empezaban a ponerse mustias entre sus dedos. Como Emilie se esforzaba por no apretar mucho el ramo con las manos, una flor cayo al suelo. Ella se inclino para recogerla.
– ?Te llamas Emilie?
Ante ella, el hombre sonreia. Emilie miro hacia atras: justo aqui, en este sendero que unia dos calles muy transitadas, en este pequeno atajo que acortaba el camino a casa en mas de diez minutos, no habia un alma. Emilie murmuro algo ininteligible y retrocedio unos pasos.
– ?Emilie Selbu? Eres tu, ?no?
Nunca hablar con extranos. No irse jamas con desconocidos. Ser siempre educada con los mayores.
– Si -susurro, intentando pasar de largo.
La zapatilla, la zapatilla de deporte nueva con rayas rosas, se hundio en el barro y la hojarasca muerta. Emilie estuvo a punto de perder el equilibrio. El hombre la agarro del brazo y le acerco algo a la cara.
Hora y media mas tarde se denuncio a la policia la desaparicion de Emilie Selbu.
2
– Nunca he conseguido sacarme este caso de la cabeza. La mala conciencia, quiza. Por otro lado, yo acababa de licenciarme en Derecho, y en aquellos tiempos se suponia que las madres con ninos pequenos debian quedarse en casa. No estaba en mi mano hacer gran cosa.
En el fondo de aquella sonrisa habia una suplica de que la dejaran sola. La conversacion habia durado mas de dos horas, la mujer de la cama tenia problemas para respirar, y era evidente que la fuerte luz del sol le resultaba molesta. Agarraba la funda del edredon con fuerza.
– Solo tengo setenta -jadeo-, pero me siento como una vieja. Tienes que perdonarme.
Inger Johanne se levanto y corrio las cortinas. Vacilo, pero no se dio la vuelta.
– ?Mejor? -pregunto finalmente.
La mujer cerro los ojos.
– Lo puse todo por escrito -dijo-. Hace tres anos, cuando me jubile y creia que iba a disponer… -elevo una mano debil- de mucho tiempo.
Inger Johanne Vik fijo la vista en la carpeta que descansaba sobre la mesilla, junto a una pila de libros, y la mujer asintio debilmente con la cabeza.
– Llevatela. A mi ya no me servira de mucho. Ni siquiera se si el hombre sigue vivo. Si lo esta, tendra… sesenta y cinco. O algo asi. -Cerro los ojos y dejo caer la cabeza lentamente hacia un lado. Se le entreabrio la boca y, cuando Inger Johanne Vik se inclino para tomar la carpeta roja, sintio el aliento de sus pulmones enfermos. Metio los papeles en el bolso sin hacer ruido y se dirigio sigilosamente hacia la puerta.
– Una cosa mas, para terminar.
Dio un respingo y se volvio hacia la mujer.
– La gente me ha preguntado como puedo estar tan segura. Algunos piensan que todo esto no es mas que la obsesion de una vieja inutil. Y es cierto que no hice nada en todos aquellos anos en que… Cuando lo hayas leido todo, te agradeceria que me hicieras saber… -Tosio levemente. Se le cerraron los ojos. Se hizo el silencio.
– ?Saber que? -susurro Johanne Vik, sin saber si la mujer se habia dormido o no.
– Se que era inocente. Me alegraria que llegaras a la misma conclusion.
– Pero no es eso lo que voy a…
La anciana le asesto una palmada al colchon.
– Ya se lo que vas a hacer. A ti no te interesa eso de la culpabilidad o la inocencia, pero a mi si. En este caso me interesa, y quizas a ti tambien acabe por interesarte, cuando lo hayas leido todo. ?Me prometes que