De haber tenido dos piernas en buenas condiciones, habria subido las escaleras en dos zancadas y ella las habria bajado en un santiamen. En lugar de eso, mientras me dirigia cojeando a la cocina, mis pensamientos recorrieron toda la escala de reacciones que median entre la indignacion y la excitacion.

Finalmente, despues de reflexionar un momento, decidi que no la echaria. Ni siquiera mascullaria una simple protesta.

La chica habia izado sus colores en el mastil.

Asi que yo tambien podia ser practico; coloque la botella de champan y dos copas en una bandeja y me dispuse a subir las escaleras. Tengo una especial habilidad para llevar bandejas con un solo brazo, incluso cuando es preciso subir escaleras.

Ni siquiera encendi la luz. Conozco perfectamente el camino hasta mi cuarto para poder llegar a el a oscuras. Me incline sobre la comoda situada a la izquierda de la puerta y, antes de depositar la bandeja en ella, pase la mano por la superficie. Mi prevision no podia haber sido mas oportuna, puesto que mis dedos tropezaron con unas gafas. Al mismo momento percibi un ligero olor a almizcle, que me incito a inspirar mas intensamente.

Con todo, para mis adentros seguia repitiendome que no habia que precipitarse. Me libre de la ropa y me acerque a la cama. Al tocar la almohada, mi mano sintio el contacto de la cabellera de la muchacha, desparramada sobre ella; se habia soltado la trenza. Me meti en la cama a su lado; estaba envuelta en mi batin, seguramente para conservar el calor. Nuestros labios se encontraron y en seguida ella guio mi mano hacia su piel, suave y acogedora.

Mientras subia las escaleras, no habia podido evitar pensar en la que se habria armado si hubiera traido a Val a mi casa, tal como habia planeado. Pero ya habia dejado de pensar en Val, salvo para considerar que habia quedado derrotada en toda la linea.

Cuando, por fin, sali de la cama para descorchar la botella de champan, Alice Ashenfelter inicio la conversacion. En lugar de pronunciar una frase trascendental, dijo:

– El pestillo de la ventana del retrete esta roto.

– Asi que has saltado por la ventana…

La chica se mordio los labios.

– ?Estas enfadado conmigo?

– ?Tengo cara de estar enfadado?

– Sin gafas, no te veo bien.

Se las di.

Despues de ajustarselas sobre las orejas, dijo:

– Un poco sorprendido, pero no enfadado.

El corcho salio disparado al otro lado de la habitacion y yo llene las copas.

Ahora me habia llegado el turno de contemplarla. La luz que se proyectaba sobre la cama esbozaba oscuras sombras bajo sus pechos y se derramaba sobre sus cabellos, increiblemente largos y sedosos, partidos en dos mitades. Me gustaba aquella cabellera suelta. Para una chica que, todo lo mas, podia tener diecinueve anos, aquella trenza constituia un alarde de juvenil afectacion. Muchas de mis alumnas llevaban el pelo largo, la mas de las veces suelto, en algunos casos recogido en forma de cola de caballo o de mono. Las trenzas, sin embargo, estaban fuera de programa. Posiblemente el peinado de aquella chica respondia a una moda americana que todavia no habia cruzado el charco, aunque a mi me daba en la nariz que era un peinado peculiar de Alice Ashenfelter; un peinado que casaba muy bien con aquella manera suya de afrontar las cosas por la via directa.

Lo que todavia me quedaba por averiguar era si aquellas maneras de colegiala eran pura filfa o constituian un rasgo que formaba parte de su personalidad. Como si su evolucion hubiera quedado interrumpida. Pese a todo, no podia decirse -y me congratulaba de haberlo comprobado- que aquella interrupcion afectara a todos los aspectos de su personalidad.

Como si hubiera leido en mis pensamientos, se deslizo dentro de la cama y se cubrio los pechos con la sabana. Era como si la modestia ocupara el lugar que le correspondia, asi que recogi el batin del suelo y tambien me cubri con el.

Ahora, pense, habia llegado el momento de buscar la etiqueta del precio.

Me sente en la butaca colocada frente a la cama y le pregunte:

– ?Tienes algo que decirme?

Alice levanto la cabeza e hizo como que bebia, pero sin tomar ni un sorbo siquiera. Y a continuacion, en un tono de voz que dejaba traslucir una cierta desgana, dijo:

– Va a costarme un poquito. Tienes que ayudarme.

– El champan ayuda mucho en estos casos -dije.

– De acuerdo, pero te ruego que tengas un poco de paciencia. Se trata de algo que cuesta mucho ponerlo en palabras. Si te digo por que he venido a Inglaterra y he pasado por todas estas cosas para dar contigo, quiza disculpes algunas de las tonterias que he hecho, como por ejemplo desinflarte la rueda del coche.

Aquellas palabras parecian conducir a alguna parte. Hice un gesto de asentimiento con la cabeza.

La chica bajo la voz y empezo a enroscarse un mechon de cabello en los dedos.

– Quiero hablarte de mi padre.

– ?Como?

– De mi padre.

Senti una especie de escalofrio. ?Podia pensar algo que no fuera lo que pense entonces? ?Que acababa de hacer el amor con una loca? Pese a que dentro de mi cabeza estaba atronando toda una coleccion de sirenas de alarma, trate de mostrarme impasible.

– La verdad es que yo no llegue a conocerlo -prosiguio en el mismo tono, lleno de tension contenida-; tu, en cambio, si lo conociste.

– ?Ah, si? -dije con voz hueca, tratando de concentrarme-. Me parece que te equivocas.

– No. Lo conocias muy bien. Lo colgaron por asesinato en 1945.

4

Empezaban a atarse los cabos. ?Aunque no sin tropiezos! The Old Bailey, mayo de 1945. juicio por el asesinato Donovan. Yo habia actuado como testigo. Los periodicos del momento me habian descrito como «un nino palido de once anos, vestido con un traje de franela gris, a quien el juez ha tenido que pedirle repetidas veces que hablase». Por el hecho de ser un nino, el testimonio aportado por mi tuvo que hacerse en forma de declaracion no jurada y el juez se habia encargado de formularme la mayor parte de las preguntas. Aquel juez, con su peluca y su toga escarlata, el cuerpo proyectado hacia adelante para no perderse ninguna de mis palabras, las cejas negras y enmaranadas avanzando hacia mi, todavia ahora seguia apareciendoseme en suenos. Por mucho que uno quiera atrincherar una experiencia como esta en el rincon mas oscuro de la memoria y acumule sobre ella millones de acontecimientos felices, no llega a olvidarla en la vida.

Pero la conexion de aquel hecho con Alice Ashenfelter no estaba clara. El hombre que habia sido juzgado en aquella ocasion era americano; efectivamente, un soldado americano, destacado en Somerset, cuando yo vivia alli como refugiado de guerra; se llamaba Donovan. Era el soldado raso Duke Donovan.

Como si estuviera leyendo mis pensamientos, Alice explico:

– Mi madre se caso por segunda vez cuando yo era todavia una nina. El segundo marido se llamaba Ashenfelter y me puso su nombre. Y asi consto en los registros, en el carnet de identidad y en toda mi documentacion: Alice, hija de Henry Ashenfelter.

– ?Y no es tu padre? ?Estas segura?

– Tengo pruebas.

No respondi. Estaba tratando de descubrir algun rasgo de la fisonomia de Duke Donovan en el rostro de Alice. Me acordaba de el como si lo estuviera viendo. Aquel hombre me habia cautivado. Tal vez en la boca de Alice Ashenfelter habia algo, quiza en la curva de la mandibula… pero no estaba del todo seguro. Todavia no me habia convencido.

Sintiendose inquieta, al verse objeto de tan minucioso escrutinio, quiso llenar el silencio con alguna

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