3

Usted ya sabe que impresion me causo Alice Ashenfelter, asi que huelga decir que, el sabado al mediodia, no acudi a la cita en la cerveceria de Reading. A estas alturas estoy seguro de que no se le habra escapado que no soy un caballero ingles de los que se dicen educados. Pero la verdad es que me gusta comer como un senor. Al dia siguiente fui en coche a Pangbourne e hice las compras propias de un sabado en la tienda de la localidad (todavia nos queda una): jamon cocido, pate, una docena de huevos frescos y un melon. Acordandome de la noche del sabado, compre una botella de champan en la tienda autorizada y me pase por el garaje para que echaran una ojeada al neumatico averiado. Como ya suponia, no encontraron pinchazo, y apuntaron la posibilidad de que pudiera haber un fallo en la valvula, en cuyo caso lo mas prudente seria revisar la rueda al cabo de un par de dias. Al salir del garaje, olvide el asunto al momento.

El partido de rugby internacional, presentado por el programa Grandstand de la BBC, me ocupo agradablemente gran parte de aquella tarde. Y mas tarde, junto con mi companera Val Paxton, enfermera del Hospital General de Reading, fui al Odeon a ver Que noche la de aquel dia. Ni a ella ni a mi nos parecio gran cosa. Lo mejor que podia decirse de aquella pelicula es que, gracias a algunas canciones memorables y a un dialogo ingenioso, se contribuia a hacer soportable la extrema simplicidad de su linea argumental. Val, a la que no le entusiasmaban demasiado los Beatles, hubiera preferido ir a ver King and country, de Losey, en el ABC, pero yo no tenia la mas minima intencion de pasarme la noche sometido a un consejo de guerra. Si considera que mi actitud fue deplorable, teniendo en cuenta que soy profesor de historia, al negarme a ver uno de los dramas mas impresionantes que se han filmado nunca sobre la primera guerra mundial, admito que esta perfectamente en lo cierto. Usted esta en lo cierto y yo soy sincero, asi que estamos empatados…

A continuacion, mientras tomabamos una copa, Val me dijo que habia estado pensando en la relacion que existia entre nosotros y que consideraba que, dejando aparte nuestras visitas al dormitorio, de hecho el contacto entre los dos era escaso. Hablando en plata, que le habia entrado la sospecha de que las enfermeras no servian para otra cosa. Anadio que el tiempo libre de que disponia era demasiado precioso para malgastarlo en cosas que, en realidad, no le gustaban. Que, mientras habiamos estado viendo la pelicula, no habia dejado un solo momento de pensar que algo entre nosotros debia de funcionar mal cuando eramos capaces de estar juntos y aburridos, sentados uno al lado del otro, un par de horas seguidas. Le pregunte que hubiera preferido hacer y me contesto que hubiera preferido bailar, sugerencia realmente llena de promesas para una persona como yo, que necesita un baston para desplazarse de un lado a otro.

Despues de aquello las cosas fueron de mal en peor. La joven echo sobre mi toda la caballeria a la que se suele recurrir en estos casos con respecto a los hombres que tienen la costumbre de autocompadecerse, a lo que yo respondi que, en el supuesto de desear ganarme las simpatias de alguna persona, la ultima seria una enfermera. No fue aquella precisamente una de esas salidas en las que una discusion termina en reconciliacion apasionada, sino que acabo en la manifestacion por mi parte del tajante deseo de que mi amiga pasara una noche apacible, manifestado en la puerta de la residencia de enfermeras.

Eran poco mas de las once y media de la noche cuando, despues de deshacerme del coche, me encontre delante de la puerta de mi casa. Cuando anteriormente dije que mi casa esta situada en Pangbourne y que se encuentra junto al rio, lo mas probable es que usted diera por sentado que el rio al que yo hacia referencia era el Tamesis. Cualquiera que oiga hablar del rio Pang probablemente lo situara en China o en Birmania, pero quisiera que se me prestara credito cuando digo que dicho rio tiene sus fuentes en Wessex Downs y que, antes de verter sus aguas en el Tamesis, al sur de Pangbourne, describe una suave curva en forma de «U» a traves de una zona rural de Berkshire que cubre alrededor de doce millas. El Pang pasa rozando el borde de mi jardin y, si lo llamo «rio», probablemente exagero, porque la verdad es que tiene mas de torrente poblado de truchas que de autentico rio. Si entro a hablar de estos detalles es para explicarle que vivo en un sitio mas desolado de lo que usted posiblemente habia imaginado. En realidad, no estoy aislado -quisiera puntualizar este extremo-, porque tengo tres casas al alcance de la voz, pero es un hecho que la zona es muy poco frecuentada por gente forastera. Y este es el motivo de que quedase muy sorprendido cuando mi baston choco, en el suelo del sendero que atraviesa mi jardin, con un objeto que resulto ser una mochila.

Facilmente hubiera podido tropezar con el objeto en cuestion, ya que su propietaria la habia dejado sobre la estera que tengo ante la puerta para limpiarme de barro los zapatos antes de entrar en casa. Supongo que ya habra imaginado que no abrigaba demasiadas dudas con respecto a la persona a la que pertenecia aquella mochila. Pese a que contaba como unica luz con la de la luna, podia ver la bandera de barras y estrellas cosida sobre la tela. Sin embargo, Alice Ashenfelter no era visible.

Despues del fracaso que acababa de apuntarme, lance que habia arruinado mi noche del sabado, no puede decirse que me sintiera demasiado bien dispuesto en relacion con el sexo opuesto. Aspire una profunda bocanada de aire, busque la llave y me meti en casa sin pararme a pensar si la chica podia estar o no en algun lugar del jardin. Ni busque ni me puse a dar voces, sino que cerre la puerta tras de mi, me meti en la cocina y comence a prepararme un cafe.

La verdad es que no esperaba que la chica se hubiera quitado de en medio. Si, por la razon que fuera, no me habia visto entrar, era seguro que ahora veria las luces. En cualquier momento podia llamar a la puerta, por lo que yo debia estar mentalmente preparado para resistirme a su llamada. El inconveniente era que mi resistencia presentaba bastantes fallos ante las tacticas que ella solia desplegar y sabia que, si no respondia a su llamada, me pasaria el resto de la noche preguntandome como iba a arreglarselas para dormir al raso, perdida en aquel remoto rincon de Berkshire, un sabado por la noche.

Mi imaginacion comenzo a recorrer caminos morbosos. Me imagine declarando ante un tribunal de Reading y esforzandome en explicar por que motivo me habia empecinado en cerrar la puerta de mi casa a una muchacha de visita en Inglaterra, muchacha a la que yo conocia, que me habia ayudado a cambiar una rueda del coche nada menos que el dia anterior y que no me habia pedido otra cosa a cambio que un civilizado intercambio de impresiones. Y, por otra parte, una muchacha que, a consecuencia de mi falta de hospitalidad, habia tenido que echarse a la carretera, parar una furgoneta cargada de musicos borrachos que habian abusado sexualmente de ella y que, despues, la habian arrojado de nuevo a la cuneta desde el coche en marcha causandole una fractura de craneo de fatales consecuencias. Incluso veia a sus padres, llegados de Waterbury, Connecticut, que habian acudido para el entierro, los ojos enrojecidos por el llanto y que, de pie al otro lado de la sepultura, clavaban en mi unos ojos incapaces de comprender que un ser humano pudiera tener tan mala entrana como yo.

Para cortar aquella cadena de imagenes que no conducian a nada, puse en marcha el televisor y ante mis ojos aparecio la figura de un obispo leyendo el sermon. Aquella imagen me parecio tan oportuna que solte una carcajada. ?Por el amor de Dios! (como acababa de decir el obispo), ?de que podia quejarme si, justo cuando una chica acababa de darme un puntapie, tenia a otra esperando al otro lado de la puerta?

Elimine al obispo, tome un sorbo de cafe y considere las opciones que se me ofrecian. Era ya medianoche, si Alice Ashenfelter habia venido a visitarme, era indudable que habia planeado pasar la noche en mi casa. Estoy seguro de que habran oido hablar de las costumbres avanzadas de los anos sesenta, pero creanme si les digo que, para Reading y para el ano 1964, la chica se adelantaba mucho a los tiempos.

?Habia venido hasta aqui atraida por mi encanto viril? Cierta vez alguien me habia asegurado que habia mujeres que se sentian fuertemente atraidas por los lisiados -?quien era yo para poner objeciones a sus gustos?-. De todos modos, aquel era un extremo que estaba por confirmar, porque hasta aquel momento siempre habia considerado la afirmacion un desvario de algun tipo poseedor de una pierna ortopedica.

?Al cuerno con mis escrupulos! Si un hombre esta solo un sabado por la noche y llama a su puerta una rubia de diecinueve anos, no hay que ametrallarla a preguntas y lo unico que debe hacer es ir a por el champan. El Perrier Jouet estaba en el frigorifico.

Cogi la linterna que tenia en un estante y, ya me encontraba en el pasillo camino de la puerta de entrada, cuando oi el crujido de una tabla del suelo de mi habitacion, situada en el piso de arriba.

?Mi habitacion! Vaya con la nina…

Se habia introducido, mediante procedimientos violentos, en mi casa.

Aquello me saco de mis casillas. Supongo que era la respuesta primitiva del que siente invadido su territorio.

Вы читаете Sidra Sangrienta
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×