se encuentra a un par de horas de autobus de Nueva York. ?Le importa si hablamos? He oido decir tantas veces que los ingleses son reservados y que se yo cuantas cosas… Pero a mi no me lo parecen, sobre todo cuando se supera el primer contacto. ?No va a preguntarme como he sabido su nombre?

– En realidad, no -le conteste.

De hecho, no estoy especialmente orgulloso de mi forma de reaccionar. Despues del tiempo transcurrido, he tratado de analizar la hostilidad que me inspiro. Recurriendo a una deduccion rebuscada, entonces pense que una joven tan atractiva como aquella se sentia tan segura conmigo que se permitia dirigirse a mi de la forma que lo habia hecho.

Yo habia terminado de comer. Por lo general remataba la comida con un cafe, pero decidi prescindir de el por aquella vez. Eche una mirada al reloj, me seque los labios y, con voz mesurada, anuncie:

– Tengo que irme.

Y tras recoger el libro y el periodico y alcanzar el baston, me levante y me marche.

Cometi la torpeza de pensar que Alice Ashenfelter no me volveria a molestar.

Pero a las dos, cuando estaba de vuelta en mi despacho del edificio de la Facultad de Letras, me la encontre de planton ante el grabado de Paul Klee que esta colgado junto a los archivos.

– ?Hola!

Dando media vuelta, dirigi mis pasos hacia el despacho de la secretaria del departamento, Carol Dangerfield. La fria Carol, con su peinado en forma de colmena, era el unico miembro del personal administrativo que sobrevivia a la semana dedicada a matriculacion sin una sola jaqueca ni un solo altercado con el personal docente. Su ejemplo hacia que nos mantuvieramos todos equilibrados.

– Esa chica de mi despacho… la americana… ?ha sido usted quien le ha dicho que me esperase?

– ?Por que lo dice, doctor Sinclair? ?He hecho mal?

– ?Ha dicho que queria?

– No se que haya dicho nada especial. Lo unico que ha preguntado es si podia verlo. He supuesto que era del grupo de tutoria y le he dicho que esperase.

– Se llama Ashenfelter. ?Es alumna nuestra?

Carol Dangerfield fruncio el entrecejo.

– A menos que sea de las nuevas… -dijo mientras consultaba el fichero que tenia sobre la mesa-. A lo que parece, no lo es. Quiza pertenezca al grupo del profesor Byron. Puedo preguntar a su secretaria.

– No tiene importancia -dije-. Yo mismo se lo preguntare a la interesada.

Sin embargo, al volver a mi despacho, pude comprobar que Alice Ashenfelter habia desaparecido.

La aparte, pues, de mis pensamientos. Tenia un monton de cosas que hacer aquella tarde. Todas las cosas que, durante la semana, eran aplazadas debian ser resueltas en aquellas dos preciosas horas finales del viernes: cartas, llamadas telefonicas, pedidos, un par de tutorias, circulares del decano y del catedratico y una visita a la biblioteca para pertrecharme con lo necesario para las clases de la proxima semana.

Aquella tanda iba a ser la numero cinco de las que daria en la Universidad de Reading y, aunque no me habia tenido nunca por un academico, puesto que en Southampton a duras penas habia conseguido un segundo puesto alto y de hecho era mas conocido como jugador de bridge que como historiador, tampoco habia alimentado demasiadas esperanzas de conseguir grandes cosas. Unos conocimientos centrados en la Europa de los tiempos medievales no abrian demasiadas puertas en 1956. El hecho era que el amable profesor de Bristol que me ofrecio una beca de estudios para poder dedicarme a la investigacion en lo que estaba interesado primordialmente era en el renacimiento del club de bridge de la sala de profesores. Sin embargo, el hecho vino acompanado de una cierta practica de clases y, finalmente, del doctorado en filosofia y del traslado a Reading. Una vez aqui, realice agotadores esfuerzos para encajar en la imagen del joven profesor que pretende abrirse camino a toda costa: me afeite la barba, abandone el bridge en favor del snooker, me compre un MG rojo, que hice modificar para poder conducirlo, y alquile una casa en Pangbourne, junto a la orilla del rio. La vida, en terminos generales, me trataba bien… y es bien sabido que cuando esto ocurre hay que estar alerta.

Alrededor de las cuatro, cuando habia empezado a llenar la cartera con mis bartulos, Carol Dangerfield asomo la cabeza por la puerta del despacho.

– ?Tiene un minuto? He pensado que podia interesarle saber que he hecho algunas averiguaciones. ?Ha dicho que la joven que esperaba en su despacho se llama Ashenfelter?

– Alice Ashenfelter.

– Pues no es alumna nuestra. En la Universidad no hay nadie matriculado con este nombre.

– ?De veras? -dije-. Entonces no se que hacia aqui.

– ?No ha dejado ninguna nota en su despacho ni nada por el estilo?

– No -dije mientras revolvia mis papeles para comprobarlo-. Aqui no hay nada.

– Es extrano.

– ?Que tiene de extrano?

– Pues que he hablado del caso con Sally Beach, que lleva la libreria y esta enterada de todo cuanto ocurre en esta casa, y me ha dicho que una muchacha americana como esta, rubia, con gafas y una trenza, estuvo anoche en el bar del club preguntando por usted.

Frunci el entrecejo.

– ?Preguntando por mi? ?Dando mi nombre?

Asintio con la cabeza y, con una sonrisa furtiva, anadio:

– Tiene una admiradora secreta, Dr. Sinclair…

– Dejese usted de monsergas, Carol, en mi vida he visto a la chica. Y hoy, a la hora de comer, se ha sentado a mi mesa en Ernestine’s.

– ?Como que se ha sentado a su mesa?

Me arregle el nudo de la corbata mientras recordaba los incidentes del caso.

– Entonces ha tenido ocasion de hablar con usted -dijo Carol-. ?No le ha dicho nada?

– Si: me ha dicho el nombre de su ciudad… en fin, nada de importancia. La verdad es que no puede decirse que yo le haya dado pie… ?Que querra de mi, puesto que no la conozco de nada?

– A lo mejor se conocen de algun sitio… de unas vacaciones, por ejemplo, quiza usted se ha olvidado de ella.

– No la habria olvidado. La chica…, ejem, no es del monton. No, podria jurar que no la conozco. Bueno, sea lo que fuere lo que pueda querer, el hecho es que la he asustado y la he hecho desistir de su proposito.

– No este tan seguro, Dr. Sinclair -dijo Carol, escrutando el exterior a traves de la ventana-. Aunque ya es casi de noche, ?no le parece que es ella la que esta en la zona de aparcamiento, de pie junto a su MG?

2

Baje a la sala de profesores para hacerme un cafe. El lugar estaba desierto, dejando aparte la presencia de un par de mujeres de la limpieza que tenian puesto el ultimo disco de Frank Sinatra a todo volumen, en abierta competicion con los aspiradores. En realidad, no habrian debido iniciar la limpieza hasta las cinco, pero era evidente que estaban acostumbradas a que los viernes podian disponer del lugar despues de las cuatro. Al igual que todo el mundo, no les importaba moverse por alli como por su casa, dado que se trataba del fin de semana. Todo el mundo salvo yo, a lo que se veia. Se quedaron mirandome como si yo fuera un enviado del celador general, pero yo les hice ademan de que siguieran con su trabajo.

Carol Dangerfield debia de encontrarse en la ventana de su despacho, esperando la escena que se desarrollaria en el aparcamiento para coches del personal docente. ?Invitaria yo a mi rubia perseguidora a montar en mi coche y me perderia en la noche con ella o la apartaria de mi camino ahuyentandola con el baston? Pese a mis suposiciones, me lleve el chasco de que Carol no estuviera a la vista, tal vez ocupada haciendo horas extras. Me hice el cafe, lo tome despacio y me dedique a practicar unas cuantas jugadas de snooker hasta pasadas las cinco.

Cuando, por fin, opte por dirigirme al aparcamiento, no habia en el mas que tres coches y una chica, apoyada en el mio. El viento estaba impregnado de humedad, como empapado por la ligera llovizna que estaba cayendo y se notaba en el aire el frio propio de una noche de octubre. El parque de Whiteknights esta un tanto desprotegido.

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