Alice Ashenfelter llevaba abrigo, pero habia que ser tenaz, tener un gran interes en mi persona o estar loco de atar para permanecer aguardandome tanto tiempo.

La posibilidad de que estuviera loca no se me habia ocurrido hasta aquel momento. Se de una chica, que vivia cerca de mi casa, que en cierta ocasion se enamoro de un parlamentario del partido conservador. Me estoy refiriendo a un caso de autentica chaladura. De nada le servia recordar que tenia un buen marido y que era madre de tres hijos, porque esta circunstancia no le impedia escribirle apasionadas cartas de amor, que le enviaba directamente a la Camara de los Comunes. El politico persistio en hacerse el sueco hasta que la mujer comenzo a enviarle las misivas metidas en sobres mas grandes y acompanadas de panties de Marks and Spencer. Parece ser que los funcionarios publicos estan mas expuestos a este tipo de cosas de lo que nosotros creemos. En cualquier caso, la muchacha en cuestion era una esquizoide. La cosa termino cuando una noche se presento por las buenas en el parlamento y hubo que retirarla de la circulacion por espacio de unos cuantos meses. Lo ultimo que he sabido de ella es que sigue sometida a grandes dosis de tranquilizantes.

Salude con una inclinacion de cabeza a Alice Ashenfelter como si fuera la ultima rubia que se apoyaba en la capota de mi coche aquel viernes por la noche.

La muchacha se aparto de el, junto las manos en actitud suplicante y dijo:

– Dr. Sinclair, le pido perdon por haberme presentado en su despacho y haberle puesto en un aprieto.

– No me ha puesto en ningun aprieto -dije-. No tiene importancia.

– No quisiera importunarle.

– No me importuna en absoluto -respondi, en realidad mas por educacion que por conviccion-. Pero, de todos modos, acepto sus excusas. Buenas noches, senorita…

– Y ahora, ?adonde va?

– Pues al sitio donde suelo ir al final del dia: a casa.

Ya tenia las llaves en la mano y habia empezado a hurgar torpemente en la cerradura, actividad que nunca acostumbro a realizar con demasiado acierto.

– ?Podria hablar con usted?

– ?Aqui? -dije con un tono de voz que equivalia a una clara negativa.

Por fin abri la puerta y la deje de par en par.

– En otro sitio cualquiera. Donde a usted le plazca.

– Pues no lo creo oportuno…

Arroje la cartera y el baston dentro del coche y me dispuse a tomar asiento. En cuanto hube descargado el peso de mi cuerpo dentro de el, me di cuenta de que algo fallaba.

Alice Ashenfelter, con aire inocente, observo:

– Parece como si tuviera un neumatico bajo…

Se salir al paso de la mayoria de las funciones necesarias para el mantenimiento de un coche, entre ellas cambiar una rueda. Lo unico que sucede es que esta presupone mas esfuerzos que las otras y exige andar mas a rastras por el suelo que en el caso de tener dos piernas en buenas condiciones. En aquel momento, con el suelo mojado y vistiendo mi traje gris de estambre, la veia como una perspectiva que justificaba con creces el liviano taco que deje escapar.

Pero la chica intervino:

– Yo la cambiare. ?Donde tiene las herramientas?

Considere la propuesta. Tenia la bien fundada sospecha de que la chica era la causa de la situacion en que se encontraba el neumatico. Si aceptaba su ayuda, la concesion comportaria unos ciertos derechos por su parte. Sin embargo, encontrar un garaje y abrigar la pretension de que me enviasen un mecanico en viernes, a la hora de la desbandada general, era pedir peras al olmo.

Me levante trabajosamente del asiento y abri el maletero, dispuesto a realizar yo mismo el trabajo, pero sus manos fueron mas rapidas que las mias en el momento de sacar el gato. Tampoco necesito de mi ayuda para colocarlo en la posicion adecuada.

– No hace falta que me ayude -le dije.

– Hace demasiado frio para baladronadas -dijo ella-. Paseme la llave, ?quiere?

Sin que yo supiera como, se me escapo una sonrisa, cosa en realidad fatal, y sucumbi a la logica de lo que acababa de decir. Con gran rapidez y competencia puso manos a la obra. Mientras empezaba a levantar el coche con el gato, comence a preparar la rueda de recambio e, inmediatamente despues, a colocar en el sitio de esta la averiada, con lo que tuve ocasion de no sentirme totalmente inutil.

Antes de que la chica hubiera terminado con su trabajo, me habia dado tiempo de pensar que ahora me veia obligado a acompanarla. Sabia que era la autora del desaguisado pero, puesto que se habia portado como la buena samaritana, ahora no podia largarme dejandola sola en el aparcamiento y afrontando la lluvia.

Le dije que, si queria, podia llevarla hasta un bar para que pudiera lavarse las manos. Se metio en el coche y me dirigi a una cerveceria de London Road, en la que yo tenia la plena seguridad de que no iba a tropezarme con nadie de la universidad. Asi que salio del lavabo, la invite a cerveza y zumo de lima.

– ?Y ahora va a decirme a que viene todo esto? -le pregunte.

– ?Y si dedicaramos un rato a conocernos un poco?

– ?Usted cree?

La chica me miro fijamente a traves de sus lentes con montura de oro.

– ?No lo encuentra normal?

– De acuerdo, pues. ?Que hace usted en Inglaterra?

– Estoy de vacaciones.

– ?En octubre?

– Unas vacaciones tardias.

– ?Yendo tras la historia o simplemente tras los profesores de historia?

La muchacha se ruborizo, desvio la mirada y la clavo en el vaso.

– Eso no esta nada bien y me siento muy ofendida.

– ?Va decirme, entonces, que yo soy un ser fuera de lo comun?

No respondio y se limito a enroscarse en el dedo el extremo de la trenza, como habria hecho una nina pequena y enfurrunada. Tenia la cabeza baja y llevaba el pelo partido en dos mitades con raya en medio. Vi que era una rubia sin trampa.

– A lo mejor es que he imaginado que se dedicaba a perseguirme -le apunte-. Las paranoias empiezan asi, ?no lo sabia?

Entonces hablo en un tono de voz muy bajo.

– Me lo esta poniendo de lo mas dificil…

– Si, por lo menos, supiera de que se trata, quizas podria hacer algo por usted. Si tiene algun problema, quiza pueda ponerla en contacto con alguien que pueda ayudarla.

La muchacha dejo vagar la mirada a lo lejos y dijo, no sin cierta petulancia:

– Concedame un momento, ?quiere?

Durante un breve instante nos quedamos en silencio.

Hice ademan de levantarme y le pregunte:

– ?Donde vive? ?Quiere que la lleve?

La chica movio la cabeza negativamente.

– No es necesario. Se donde me encuentro. Vivo cerca de aqui.

– Entonces, la dejo. Gracias por lo del neumatico.

Avanzo su mano sobre la mesa como si quisiera detenerme pero, al momento, como pensandolo mejor, volvio a coger el vaso.

– Manana vendre a comer aqui. ?Podriamos intentarlo otra vez?

La observe, desorientado.

– ?Por que? ?Para que? ?Que es lo que tenemos que intentar?

Y mordiendose el labio, me dijo:

– Usted me intimida.

No sabia que respuesta darle. Era evidente que no se trataba de ningun chiste, asi que movi la cabeza con aire dubitativo y me levante.

– Manana a la hora de comer -repitio-. Por favor, Theo.

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