de personas la veran.

Manana. Yo no queria saber nada de manana. Terminar con el pasado ya era bastante tarea de momento. Los tres estabamos sentados en la mesa de la cocina de la granja. El agente de turno era un muchacho joven. En la habitacion contigua, el inspector Voss estaba interrogando a los Lockwood. Al otro lado de la era, un destacamento de bomberos con sus mangueras sofocaba el fuego del granero.

– Quiero aclarar un punto -dije a Digby, liberando el resentimiento que sentia-. ?Usted estaba esperando con su camara fuera del granero mientras Alice y yo estabamos en aquel infierno, luchando con las llamas?

– No es trabajo de periodista meterse donde no le llaman, amigo.

– ?Por el amor de Dios, Digby!

– En cualquier caso, no podia acercarme una vez iniciado el incendio.

– Pero antes de que empezara, usted ha visto como Alice se metia dentro dispuesta a haberselas con un hombre de la corpulencia de Bernard Lockwood…

Digby, imperturbable, observo:

– Alice actuaba de forma totalmente independiente, ?no es verdad, encanto?

Alice ignoro la observacion y, dirigiendose a mi, dijo:

– Lo que ha ocurrido ha sido lo siguiente, Theo. Me he enterado de la muerte de Sally en el incendio a traves del periodico, lo que me ha revelado que me habia equivocado contigo. Me refiero a lo del asesinato de Morton… La persona que habia matado a Sally lo habia hecho para que callara. Tenia miedo de que tu o yo fueramos a verla y la hicieramos hablar. Por muy ruines y bajas que fueran las cosas que te dije, sabia que no eras hombre para cometer un asesinato a sangre fria. Primero he pensado en Harry, pero no me lo imaginaba quemando su propia casa y por otra parte estaba convencida de que, pese a su insensibilidad, no era capaz de matar a Sally. Quiero decir que el domingo estaba dispuesto a que hablasemos con ella, pero eso de que se emborrachara lo sacaba de quicio. Por consiguiente, ?quien podia haberlo hecho? La respuesta tenia que estar en Gifford Farm. Cuando Digby te ha llamado por telefono y tu has colgado, en seguida le he dicho donde habia que ir. Digby ha cogido una camara y nos hemos plantado aqui mas aprisa que corriendo. Para evitar a Bernard y a su escopeta, hemos dejado el coche en la parte de arriba del prado y nos hemos acercado lo mas disimuladamente que nos ha sido posible.

– Nos hemos dado cuenta de que la puerta de la cocina estaba abierta -la interrumpio Digby-, por lo que yo he aconsejado a Alice que nos metiesemos en el cobertizo de la maquinaria.

– Despues te hemos visto salir por la puerta de atras, con Bernard empunando la escopeta y pegandotela a la espalda.

– ?Y que has deducido de la situacion? -le pregunte a Alice, francamente divertido-. ?Yo… el sospechoso numero uno?

Me parecio que, pese a su rostro negro y lleno de carbonilla, Alice quedaba como la grana.

– Te acabo de decir que habia variado de opinion con respecto a este punto. Bueno, como ibamos diciendo, Bernard te ha conducido al granero. Al cabo de un momento ha salido y ha dejado fuera la escopeta, ha ido a buscar gasolina y entonces yo me he acercado para echar una ojeada dentro del granero. Cuando he visto que empezaba a derramar la gasolina por el suelo, me he dado cuenta de que habia que intervenir.

Despues lanzo un suspiro y su rostro dibujo una sonrisa triste.

– Me hacen falta unas cuantas lecciones para incapacitar a un hombre.

Le tendi la mano y la deje sobre las suyas.

– Lo has hecho muy bien. De no haber sido por ti, yo no habria salido con vida del granero.

A lo que ella se echo a reir, esta vez abiertamente y me dijo:

– Creo mas bien que nunca habrias entrado de no haber sido por mi.

Me parece que aquella fue la primera vez que la vi reir sin ninguna sombra de recelo en la expresion de su rostro. Tenia las gafas torcidas y su bella nariz tiznada de negro, pero me inspiro una gran ternura. Me eche a reir y, en un impulso, le dije:

– Ahora que hemos rectificado un monton de errores, me parece que tenemos que conocernos mejor.

Digby, tentandose los bolsillos, observo:

– Voy a anotar esta frase, si no le importa.

– Cierre la boca, por favor -le dije.

Pero como usted sabe muy bien, querido lector mio, las cosas de esta vida no son como las quiere uno, sino como vienen. Alice tenia su pasaje de regreso a Nueva York fechado para el dia siguiente. Ni siquiera pudimos estar una noche juntos -para salir o para entrar-, porque aquel cabeza de chorlito de Voss me tuvo el resto de aquella tarde y parte de la noche interrogandome sobre lo que habia ocurrido en el granero. Yo admiti que habia disparado contra Bernard en defensa propia, cosa que por otra parte era bastante evidente, pero Voss estaba hecho un lio tratando de dilucidar si la accion podia ser calificada como homicidio impremeditado u homicidio justificable. Como, por otra parte, no entraba en sus propositos acusarme, la cosa me hacia perder la poca paciencia que me quedaba. Cuando, por fin, me dejaron marchar, hacia ya muchisimo tiempo que Digby habia devuelto a Alice a Reading.

La fotografia de Digby no salio, dicho sea de paso, pero por lo menos tuvo su historia en exclusiva y estoy convencido de que le reporto unos buenos dineros.

Si lo que usted espera es un final feliz, no tengo mucho mas que ofrecerle. George Lockwood admitio su participacion en la desaparicion del cadaver de Morton en 1943. Llevo a la policia a un lago cercano a Frome, donde habia arrojado el cuerpo de Morton decapitado y debidamente lastrado. Pese a que encargaron del cometido de localizarlo a unos cuantos hombres rana, no creo que de momento hayan encontrado nada.

La senora Molly Lockwood fue acusada del asesinato de Sally Ashenfelter y tuvo que afrontar la condena de cadena perpetua. Confeso igualmente que habia disparado contra Clifford Morton en 1943 y cometido perjurio en el juicio de Duke Donovan. Dado lo avanzado de su edad, el tribunal decidio no procesarla por estos delitos.

He sabido que el ministro del Interior probablemente recomendara la concesion de un perdon real postumo para Duke, cosa que supongo complacera a Alice. A mi me satisface, por lo menos.

La gente me dice que no debo sentir remordimientos por mi participacion en la condena de Duke. Me aseguran que no podia hacer otra cosa, puesto que dije lo que yo creia verdad. Estoy de acuerdo. Pero esto no quita que yo no pueda olvidar. Que nunca llegue a olvidar.

Y ahora no me queda mas que meterme en el berenjenal de trabajo atrasado de la universidad que, mientras me he entregado a escribir esta historia, se ha ido acumulando en mi mesa. No lo lamento y espero que usted tampoco. Le habia prometido una historia extraordinaria y he hecho todo lo que he podido para ofrecersela. Pero antes de que llegue septiembre tengo que hacer un monton de cosas. El mes pasado presente una solicitud para una plaza de lector en la Universidad de Yale y, para satisfaccion y suerte mia, me la han concedido. Yale esta situada a solo cuarenta kilometros de Waterbury, Connecticut, en direccion sur.

Debo de estar algo chalado.

Peter Lovesey

***
,

[1] «?O yo despues?» (N. de la T.)

[2] «?Todo bien?» Esta y la frase anterior suenan igual. (N. de la T.)

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