eso?

– Si dejara de meterme en toda esta historia -sigue diciendo a duras penas- y sobreviniera un nuevo desastre en la granja, ?como iba a poder seguir viviendo conmigo mismo?

Ella se encoge de hombros.

– ?Es esa la cuestion, David? -le pregunta con toda tranquilidad.

– No lo se. Yo ya no se cual es la cuestion. Es como si entre la generacion de Lucy y la mia hubiera caido un telon impenetrable. Y yo no me di cuenta de cuando cayo.

Hay un largo silencio entre ambos.

– De todos modos -prosigue-, esta claro que no puedo seguir con Lucy, asi que estoy buscando alojamiento. Si te enteras de alguna cosa en Grahamstown no dejes de comunicarmelo. Lo que vine a decirte por encima de todo lo demas es que estoy disponible para echar una mano en la clinica.

– Pues nos vendra muy bien -dice Bev Shaw.

A un amigo de Bill Shaw le compra una camioneta de media tonelada de tara, por la cual le paga con un cheque de mil rands y otro mas por siete mil, aunque con fecha de final de mes.

– ?Para que tiene previsto emplearla? -le dice el hombre. -Transporte de animales. Perros.

– Tendra que poner unos rieles al fondo de la caja, no sea que se le vayan de un salto. Se de alguien que se los puede instalar.

– No se preocupe. Mis perros no saltan.

Segun la documentacion, la camioneta tiene doce anos de antiguedad, pero el motor ronronea como la seda. Ademas, se dice, tampoco tiene por que durar para siempre. Nada tiene que durar para siempre.

Tras localizar un anuncio in el Grocott's Mail, alquila una habitacion en una casa cercana al hospital. Al formalizar el contrato dice apellidarse Lourie, paga un mes por adelantado y dice que se encuentra en Grahamstown para recibir tratamiento medico como paciente externo. No dice a que se debe el tratamiento, pero sabe que ella piensa que es un cancer.

Esta gastando el dinero como si fuera agua. Da igual.

En una tienda de articulos de acampada compra un calentador por inmersion, un hornillo de gas, un perol de aluminio. Cuando vuelve a su habitacion con las compras, se encuentra a la duena en la escalera.

– No esta permitido cocinar en las habitaciones, senor Lourie -le dice-. Es por el riesgo de incendio.

La habitacion es oscura y sofocante, esta amueblada en exceso, y el colchon de la cama tiene bultos mas duros que otros. Se habra de acostumbrar, como a tantas otras cosas.

En la casa vive otro realquilado, un maestro de escuela ya jubilado. Se saludan al desayunar, pero no se dirigen la palabra durante el resto del dia. Despues del desayuno se marcha a la clinica y alli pasa el dia entero, domingos incluidos.

Mas que la pension, la clinica se convierte en su hogar. En el solar desierto que hay tras el edificio construye una especie de nido con una mesa y un sillon viejo que le regalan los Shaw, asi como una sombrilla de playa para resguardarse durante las horas mas inclementes del sol. Se lleva el hornillo para hacerse un te o calentar alguna lata de comida: espaguetis y albondigas, snoek con cebolla. Dos veces al dia da de comer a los animales, limpia las perreras y de vez en cuando les habla; el resto del tiempo lo pasa leyendo, dormitando o, cuando se halla a solas en el recinto, ensayando con el viejo banjo de Lucy la musica que va a dar a Teresa Guiccioli.

Hasta que nazca el nino, asi ha de ser su vida.

Una manana levanta la mirada y se encuentra con las caras de tres chiquillos que lo observan encaramados a la tapia de cemento. Se levanta; oye ladrar a los perros; los chiquillos saltan de la tapia y se dan a la fuga, gritando de excitacion. Vaya cuento para contarlo en sus casas: un viejo medio loco que se sienta entre los perros y se pone a cantar cuando esta solo.

Y tan loco. ?Como podria explicarles a los chiquillos o a sus padres, a todos los habitantes de D Village, lo que han hecho Teresa y su amante para merecer que alguien, el en este caso, los devuelva a este mundo?

24

Con su camison blanco, Teresa se halla de pie ante la ventana del dormitorio. Tiene los ojos cerrados. Es la hora mas negra de la noche: respira hondo, aspira el crujido del viento, el croar de las ranas.

– Che vuol dir -canta, y su voz apenas pasa de ser un susurro-, che vuol dir questa solitudine immensa? Ed io -canta-, che sono?

Silencio. Esa solitudine immensa no responde. Hasta el trio de la esquina permanece tan callado como las piedras.

– ?Vamos! -susurra-. ?Ven a mi, te lo ruego! ?Ven, mi Byron! -Abre los brazos como si quisiera abrazar las tinieblas, abrazar lo que quieran llevarle.

Desea que el venga en alas del viento, que la envuelva como el viento, que entierre su rostro en el valle que hay entre sus pechos. Si no, desea que llegue con el alba, que aparezca en el horizonte como un dios solar que proyecte el resplandor de su calidez sobre toda ella. A toda costa ansia que vuelva.

Sentado ante su mesa en el patio de los perros, tiende el oido para captar la triste curva descendente de la suplica que hace Teresa al enfrentarse a las tinieblas de la noche. Es para Teresa un mal momento del mes, esta dolorida, no ha pegado ojo en toda la noche, esta demacrada de tanto anhelar. Desea que la rescate… del dolor, del calor del verano, de la Villa Gamba, del malhumor de su padre, de todo.

Toma la mandolina de la silla sobre la que descansa. Acunandola como a un nino chico, vuelve a la ventana. Plinc, plunc, dice la mandolina en sus brazos quedamente, para no despertar a su padre. Plinc, plunc, rezonga el banjo en un desolador patio de Africa.

Una cosilla para enredar y matar el tiempo, habia dicho a Rosalind. Mentira. La opera no es una aficion, o al menos ha dejado de serlo. Ahora lo consume dia y noche.

Sin embargo, a pesar de algunos buenos momentos mas bien _fugaces, la verdad es que Byron en Italia no va a ninguna parte. Carece de accion, de desarrollo, no es mas que una larga y estatica cantinela que Teresa lanza al vacio, al aire, puntuada de vez en cuando por los gemidos y los suspiros de Byron, siempre fuera de escena. Olvidados quedan el marido y la amante rival, como si no existieran. El impulso lirico que lleva dentro tal vez no haya muerto, pero tras decadas de pasar hambre solo consigue salir a rastras de su covachuela como un tullido, famelico, deforme. Carece de los recursos musicales, de recursos y de energia, que le permitan levantar Byron en Italia por encima de la monotona pista por la que lleva circulando desde que lo empezo. Ha pasado a ser una de esas obras que podria escribir un sonambulo.

Suspira. Habria sido agradable disfrutar de un regreso triunfal a la sociedad en calidad de autor de una excentrica opera de camara, pero no podra ser. Ha de albergar esperanzas mas atemperadas: asi, que en algun lugar, en medio del farrago sonoro, brote directa al cielo, como un ave, una sola nota, una nota autentica de anhelo de inmortalidad. En cuanto al reconocimiento, lo deja en manos de los eruditos del futuro, si es que para entonces aun quedan eruditos. De hecho, el no percibira esa nota caso de que suene, pues demasiado sabe acerca del arte y de las manias del arte, de modo que no cabe esperar tal cosa, ni siquiera si llega a sonar. Y eso que habria sido grato que Lucy oyera una prueba al menos mientras viviera, y que lo hubiera tenido en mejor concepto.

?Pobre Teresa! ?Pobre muchacha dolorida! El la ha traido de la sepultura, le ha prometido una vida nueva, y ahora siente que esta decepcionandola. Espera que sinceramente tenga en su mano la posibilidad de perdonarlo.

De los perros del patio hay uno por el que ha empezado a tener un carino especial. Es un macho joven que tiene una de las patas traseras tan reseca que solo puede arrastrarla. Desconoce si ha sido asi desde que nacio. Ningun visitante ha mostrado el menor interes por adoptarlo. Su periodo de gracia esta a punto de expirar; pronto tendra que someterse a la aguja de la jeringuilla.

Algunas veces, mientras lee o escribe, lo libera de la jaula y le permite corretear, aunque sea grotesco, por el patio. A veces se tumba a dormitar a sus pies. No es suyo, de ninguna manera; ha puesto cuidado en no darle

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