rosaleda. El jardin estaba abandonado, pero una multitud de perfumes entremezclados despertaba a cada paso una cascada de recuerdos olfativos.

La casa adormecida estaba tal y como la habia dejado la ultima manana que la compartio con Lauren. La fachada con los postigos cerrados habia envejecido un poco mas, pero las tejas estaban intactas.

Paul avanzo hasta la escalera, subio los peldanos y llamo a Arthur desde el porche.

– ?Tienes las llaves?

– Estan en la agencia. Esperame ahi, tengo una copia dentro.

– ?Y piensas atravesar las paredes para ir a buscarla?

Arthur no contesto. Se dirigio a la ventana de la esquina y retiro sin vacilar un pequeno calce encajado debajo del postigo, que giro sobre sus goznes. Luego levanto el armazon de bayoneta de la ventana, lo desencajo ligeramente y lo deslizo sobre sus rieles. Ya nada le impedia entrar en la casa.

El pequeno despacho estaba sumido en la oscuridad. Arthur no necesitaba ninguna luz para orientarse. Su memoria de nino permanecia intacta y conocia cada rincon. Evitando mirar la cama, se acerco al armario, abrio la puerta y se arrodillo. Le basto con extender el brazo para sentir bajo la mano el cuero de la maletita negra que seguia encerrando los secretos de Lili. Descorrio los dos cierres y levanto lentamente la tapa. La esencia de los dos perfumes que Lili mezclaba en un gran frasco de cristal amarillo con tapon de plata envejecida aun escapaba del interior. Pero no era solo el recuerdo de su madre lo que le embargaba el corazon.

Arthur cogio la llave que se encontraba donde la dejo el dia que cerro la casa por ultima vez. Fue justo despues de la partida del inspector de policia que habia devuelto a Lauren a la habitacion de hospital del que Arthur y Paul la habian secuestrado para salvarla de una muerte segura.

Arthur salio del despacho. Una vez en el pasillo, encendio la luz. El parque crujio bajo sus pasos, introdujo la llave en la cerradura y la hizo girar al reves. Paul entro en la casa.

– ?Te das cuenta? ?Magnum y MacGyver bajo el mismo lecho!

En cuanto entraron en la cocina, Arthur abrio la llave del gas, debajo del lavaplatos, y fue a sentarse a la gran mesa de madera. Inclinado sobre los fogones, Paul vigilaba la cafetera italiana que se estremecia encima del quemador. El aroma suave se disperso por la estancia. Paul cogio dos tazas del estante de madera oscura y fue a sentarse frente a su amigo.

– Quedate con estas paredes y sacate a esa mujer de la cabeza; ya ha causado suficiente dano.

– ?No vuelvas con eso!

– No soy yo quien pone cara de funeral mientras cena con dos criaturas de ensueno -replico Paul, sirviendose el liquido ardiente.

– ?Tus ensuenos, no los mios!

Paul se sublevo.

– Ya es hora de que vuelvas a ordenar tu vida. Tienes un apartamento nuevo, un trabajo que te apasiona, un socio genial y las chicas que me ligo me miran cruzando los dedos para que seas tu quien las vuelva a llamar.

– ?Te refieres a esa que te devoraba con los ojos?

– ?No estoy hablando de Onega, sino de la otra! ?Ya es hora de que te diviertas!

– Pero si me divierto, Paul; tal vez no igual que tu, pero me divierto. Lauren ya no forma parte de mi vida, pero forma parte de mi. Y ademas, ya te lo he dicho: eso no me impide vivir, hoy era nuestra primera noche juntos desde mi regreso y no hemos cenado solos, que yo sepa.

Paul hacia girar la cucharilla en su taza sin descanso.

– Tu no tomas azucar con el cafe… -resoplo Arthur, poniendo la mano sobre la de su amigo.

En mitad de una noche clara, en la intimidad de la cocina de una vieja casa a orillas del oceano, los dos amigos se miraron en silencio.

– Cuando pienso en la historia tan absurda que vivimos, me entran ganas de darte unos guantazos para que despiertes de una vez por todas -dijo Paul-. Y si se te ocurriera la locura de verla otra vez, ?que le dirias? Cuando me contaste lo que estabas experimentando, hice que te practicaran un escaner… ?soy tu mejor amigo! Ella es medica, y si le hubieras dicho la verdad, ?como crees que te habria puesto la camisa de fuerza: con o sin la mascara de Hannibal Lecter? Hiciste lo que debias, y te admiro por eso. Tuviste la valentia de protegerla hasta el final.

– Creo que sera mejor que vaya a acostarme, estoy cansado -dijo Arthur, al tiempo que se levantaba.

Estaba ya en el pasillo cuando Paul lo llamo y Arthur asomo la cabeza por la puerta.

– Soy tu amigo, ?lo sabes? -dijo Paul.

Arthur salio por la puerta de atras y rodeo la casa. Acaricio el armazon oxidado del balancin y miro alrededor. Los listones del suelo del porche estaban separados; los de la fachada, descamados por el ardor del verano y las neblinas saladas del invierno; y el jardin, abandonado, tenia un aspecto triste. El viento que acababa de levantarse le provoco un escalofrio. Saco de la chaqueta el sobre de la carta que habia empezado en Paris, sentado en aquel banco de la plaza de Furstenberg, escribio la ultima pagina y se la guardo en el bolsillo.

Las brumas del Pacifico extendian su velo nocturno hasta la ciudad. En la barra desierta del Parisian Coffee, frente a la entrada de Urgencias del hospital, Lauren estaba leyendo el menu del dia.

– ?Se puede saber que esta haciendo aqui sola a estas horas de la noche? -pregunto el dueno del bar mientras le servia una soda.

– ?Una pausa, por ejemplo?

– ?Ha sido una noche cargadita, a juzgar por el desfile de ambulancias! – replico el, mientras secaba unos vasos-. Esta bien lo de salvar el mundo, pero ?ha pensado ya en tener una vida propia?

Lauren se inclino hacia el como para hacerle una confidencia.

– Digame una cosa: ?soy el objeto de todas las conversaciones o es que Fernstein ha venido a cenar aqui esta noche?

– Esta sentado ahi -confeso, senalando hacia un extremo de la sala.

Lauren abandono el taburete y fue a reunirse con el profesor en el compartimento que ocupaba.

– Si continua poniendo esa cara, me vuelvo a la barra y ceno sola -dijo Lauren, al tiempo que dejaba el vaso encima de la mesa.

– Sientese y deje de decir tonterias.

– Su reprimenda de ayer delante de mi paciente no era necesaria. A veces me trata como si yo fuese su hija pequena.

– Es mas que eso, es mi creacion. Despues del accidente la volvi a coser toda…

– Gracias por haberme quitado los tornillos a ambos lados del craneo, profesor.

– Me salio mejor que a Frankenstein, excepto por el caracter, tal vez. ?Quiere compartir este plato de crepes y mucho sirope de arce con un viejo matasanos?

– Si es en este orden, si.

– ?A cuantos pacientes hemos tratado esta noche? -pregunto Fernstein, empujando su plato hacia ella.

– Un centenar -contesto ella, sirviendose una racion generosa de tortas-. Y usted, ?que esta haciendo aun aqui? No creo que necesite acumular guardias para llegar a fin de mes.

– Bonita puntuacion para un sabado -concedio Fernstein con la boca llena.

Detras de la vitrina de un cafe intemporal, un viejo profesor de medicina y su alumna cenaban, complices, saboreando los dos el instante de calma que les ofrecia el final de la noche.

En la acera de enfrente, el servicio de Urgencias aun ignoraria su ausencia durante unas horas. Se apago la luz de una farola que parpadeaba en la calle desierta. Acababa de levantarse una manana de cielo palido.

Arthur se habia quedado dormido en el balancin hasta que el dia naciente envolvio el lugar con su dulzura. Abrio los ojos y contemplo la casa, que parecia dormir placidamente. Mas abajo, el oceano lamia la arena, rematando el trabajo de la noche. La playa habia recuperado su traje liso e inmaculado. Se levanto e inspiro profundamente el aroma fresco de la manana. Se precipito al interior, atraveso el vestibulo y subio la escalera a toda prisa. En el piso de arriba, Arthur tamborileo en la puerta y entro jadeando en el dormitorio de Paul.

– ?Duermes?

Paul se sobresalto y se irguio de un salto. Busco alrededor y diviso a Arthur en la puerta entreabierta.

– ?Vuelve a acostarte ahora mismo! Olvidate de que existo hasta que la aguja pequena de este despertador

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