serie de institutrices y amas de llaves. El dinero no significaba nada para el en lo tocante a mi educacion, aunque viviamos al dia con bastante sencillez.

La ultima de estas amas de llaves fue la senora Clay, que cuidaba de nuestra casa holandesa del siglo XVII situada en el Raamgracht, un canal que atravesaba el corazon de la ciudad vieja. La senora Clay me abria la puerta cada dia cuando volvia del colegio, y era como un sustituto de mi padre cuando este viajaba, lo cual sucedia con frecuencia. Era inglesa, mayor de lo que habria sido mi madre de estar viva, experta con el plumero y torpe con los adolescentes. A veces, en la mesa del comedor, cuando miraba su rostro de dientes largos y demasiado compasivo, yo experimentaba la sensacion de que debia estar pensando en mi madre, y la odiaba por ello. Cuando mi padre se hallaba ausente, la hermosa casa se llenaba de ecos como si estuviera vacia. Nadie podia ayudarme con mi algebra, nadie admiraba mi nuevo abrigo o pedia que me acercara para abrazarme, ni expresaba sorpresa por lo mucho que habia crecido. Cuando mi padre regresaba de algun nombre del mapa de Europa colgado en la pared de nuestro comedor, olia a otros tiempos y lugares, especiado y cansado. Para las vacaciones ibamos a Paris o Roma, estudiaba con diligencia los lugares de interes turistico que mi padre pensaba que debia ver, pero anhelaba esos otros lugares en los que desaparecia, aquellos extranos lugares antiguos en los que yo nunca habia estado. Durante sus ausencias, yo iba y venia de la escuela, dejaba caer mis libros con estrepito sobre la pulida mesa del vestibulo. Ni la senora Clay ni mi padre me dejaban salir de noche, excepto a la ocasional pelicula seleccionada con sumo cuidado, en compania de amigas aprobadas con sumo cuidado, y ahora me doy cuenta con estupor de que nunca quebrante esas normas. De todos modos, preferia la soledad. Era el medio en el que me habia criado, en el que nadaba con comodidad. Destacaba en mis estudios, pero no en mi vida social. Las chicas de mi edad me aterrorizaban, sobre todo las sofisticadas de nuestro circulo diplomatico, que hablaban con apabullante seguridad y no paraban de fumar. Con ellas siempre pensaba que mi vestido era demasiado largo, o demasiado corto, o que tendria que haberme puesto algo muy diferente. Los chicos me desconcertaban, aunque sonaba vagamente con hombres. De hecho, era muy feliz sola en la biblioteca de mi padre, una estancia amplia y elegante situada en la primera planta de nuestra casa. Es probable que la biblioteca de mi padre fuera en otro tiempo una sala de estar, pero se sentaba en ella solo para leer, y consideraba que una biblioteca grande era mas importante que una sala de estar grande. Desde hacia mucho tiempo me habia dado permiso para inspeccionar su coleccion. Durante sus ausencias, me pasaba horas haciendo los deberes en el escritorio de caoba, o examinando las estanterias que revestian cada pared. Comprendi mas adelante que mi padre, o bien habia medio olvidado lo que habia en una de las estanterias superiores, o bien, lo mas probable, daba por sentado que yo nunca podria acceder a ella. Llego el dia en que no solo baje una traduccion del Kamasutra, sino tambien un volumen mucho mas antiguo y un sobre con papeles amarillentos. Ni siquiera ahora se lo que me impulso a bajarlos, pero la imagen que habia en el centro del libro, el olor a vejez que proyectaba y el descubrimiento de que los papeles eran cartas personales, todo ello llamo poderosamente mi atencion. Sabia que no debia examinar los papeles privados de mi padre, ni de nadie, y tambien tenia miedo de que la senora Clay entrara de repente para sacar el polvo al inmaculado escritorio. Tal vez por eso no deje de mirar hacia la puerta, pero no pude evitar leer el primer parrafo de la carta situada encima de las demas. La sostuve durante un par de minutos, cerca de los estantes.

12 de diciembre de 1930 Trinity College, Oxford

Mi querido y desventurado sucesor:

Con pesar te imagino, seas quien seas, leyendo el informe que debo consignar en estas paginas. En parte lo lamento por mi, porque sin duda me vere metido en dificultades, estare muerto, o algo peor, si esto llega a tus manos. Pero tambien lo lamento por ti, mi todavia desconocido amigo, porque solo alguien que necesite una informacion tan horripilante leera esta carta algun dia. Si no es mi sucesor en algun otro sentido, pronto sera mi heredero, y me apena transmitir a otro ser humano mi experiencia de la maldad, acaso increible. Ignoro por que la herede, pero espero descubrirlo a la larga, tal vez mientras escribo esta carta, o tal vez en el curso de futuros acontecimientos.

En aquel momento, mi sentido de culpa (y tambien algo mas) me empujo a devolver la carta a toda prisa al sobre, pero estuve pensando en ello todo aquel dia y el siguiente. Cuando mi padre volvio de su ultimo viaje, busque una oportunidad de preguntarle por las cartas y el extrano libro. Espere a que estuviera ocioso, a que estuvieramos solos, pero estaba muy ocupado aquellos dias, y algo relativo a lo que yo habia encontrado me dificultaba abordarle. Por fin, le pedi que me dejara acompanarle en su siguiente viaje. Era la primera vez que le ocultaba algo, y la primera vez que insistia en algo. Mi padre accedio a reganadientes. Hablo con mis profesores y con la senora Clay, y me recordo que tendria tiempo de sobra para hacer los deberes mientras el estuviera en sus reuniones. No me sorprendio. Los hijos de los diplomaticos siempre tenian que esperar. Hice mi maleta azul marino, meti mis libros del colegio y demasiados pares de limpios calcetines largos hasta la rodilla. Aquella manana, en lugar de salir de casa para ir al colegio, me fui con mi padre, camine en silencio y muy contenta a su lado hasta la estacion. Un tren nos condujo a Viena. Mi padre odiaba los aviones, pues decia que eliminaban todo placer del acto de viajar. Alli pasamos una breve noche en un hotel. Otro tren nos llevo a traves de los Alpes, todas aquellas alturas blancas y azules del mapa de casa. Ante una polvorienta estacion amarilla, mi padre puso en marcha nuestro coche alquilado, y yo contuve el aliento hasta entrar por las puertas de una ciudad que el me habia descrito muchas veces, y que yo ya podia ver en mis suenos.

El otono llega pronto al pie de los Alpes eslovenos. Aun antes de septiembre, repentinas y feroces tormentas, que se prolongan durante dias y siembran de hojas las calles de lospueblos, siguen a las abundantes cosechas. Ahora, ya adentrada en la cincuentena, me descubro viajando en esa direccion cada tantos anos, reviviendo mi primer vislumbre de la campina eslovena. Es un pais antiguo. Cada otono lo madura un poco mas, in aeternum, y cada uno empieza con los mismos tres colores: un paisaje verde, dos o tres hojas amarillas que caen en el curso de una tarde gris. Supongo que los romanos (que dejaron sus murallas aqui y sus gigantescos circos en la costa, a solo unas horas en coche hacia el oeste) vieron el mismo otono y experimentaron el mismo escalofrio. Cuando el coche de mi padre atraveso las puertas de la mas antigua de las ciudades julianas, me senti impresionada. Por primera vez, habia experimentado la emocion del viajero que mira el sutil rostro de la historia.

Como es en esta ciudad donde comienza mi relato, la llamare Emona, su nombre romano, para protegerla un poco del tipo de turista que camina a la perdicion con una guia. Emona fue construida sobre columnas de la Edad del Bronce, a lo largo de un rio flanqueado ahora por arquitectura art nouveau. Durante los dos dias siguientes paseamos ante la mansion del alcalde, las casas del siglo XVII adornadas con flores de lis, la solida parte posterior dorada de un gran mercado, cuyos peldanos descendian hasta la superficie del agua desde viejas puertas provistas de pesados barrotes. Durante siglos, los cargamentos procedentes del rio se habian depositado en este lugar para alimentar a la ciudad. En la orilla, donde antes habian proliferado cabanas primitivas, crecian ahora sicomoros (el platano europeo), los cuales formaban un inmenso dosel sobre las paredes del rio y dejaban caer rulos de corteza en la corriente.

Cerca del mercado, la plaza principal de la ciudad se extendia bajo el cielo encapotado.

Emona, como sus hermanas del sur, exhibia florituras de un pasado camaleonico: decoracion vienesa a lo largo de la linea del horizonte, grandes iglesias rojas del Renacimiento de sus catolicos de habla eslovena, capillas medievales de color pardo con rasgos de las islas Britanicas (san Patricio habia enviado misioneros a esta region, haciendo que el circulo del nuevo credo se cerrara volviendo a sus origenes mediterraneos, de modo que la ciudad reivindica una de las historias cristianas mas antiguas de Europa). De vez en cuando, un elemento otomano se destacaba en portales o en el marco puntiagudo de una ventana. Cerca del mercado sonaron las campanas de una pequena iglesia austriaca, llamando a la misa vespertina. Hombres y mujeres vestidos con monos de trabajo azul de algodon volvian a casa al final del dia laborable socialista, sosteniendo paraguas sobre sus bultos. Cuando mi padre y yo nos internamos en el corazon de Emona, cruzamos el rio por un hermoso puente antiguo, custodiado en cada extremo por dragones de bronce de piel verde.

– Alli esta el castillo -dijo mi padre. Se detuvo al borde de la plaza y senalo entre la muralla de lluvia-. Se que te gustara verlo.

Era cierto. Me estire y alargue el cuello hasta ver el castillo entre las ramas empapadas de los arboles, torres marrones muy antiguas sobre una colina empinada que se elevaba en el centro de la ciudad.

– Siglo catorce -musito mi padre-. ?O trece? No soy experto en estas ruinas medievales.

Nunca me acuerdo del siglo exacto. Pero lo miraremos en la guia.

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