a acudir a sus ojos.

Se dejo caer sobre la cama con el rostro contra la almohada. Olia a Geoffrey. Olia a su piel, a su pelo y a su risa. La apreto en los brazos y se acurruco en el centro de la cama, en el lugar que siempre usaba su marido. Las sabanas estaban muy frias.

Geoffrey podia no volver nunca a casa. Y solo llevaban dos meses casados.

Nick O'Hara tomo su tercera taza de cafe y se aflojo la corbata. Despues de dos semanas de vacaciones en las que solo habia usado banador, la corbata le parecia el nudo del ahorcado. Solo hacia tres dias que regresara a Washington y ya estaba estresado. Se suponia que las vacaciones tienen la funcion de recargar las pilas. Por eso habia ido a las Bahamas. Habia pasado dos semanas gloriosas sin hacer nada, tumbado medio desnudo al sol. Necesitaba estar solo, hacerse algunas preguntas dificiles y buscar respuestas.

Pero solo habia llegado a la conclusion de que no era feliz.

Despues de ocho anos en el Departamento de Estado, estaba harto de su trabajo. Se movia en circulos, como un barco sin timon. Su carrera estaba estancada, y la culpa no era enteramente suya. Habia perdido poco a poco la paciencia con los juegos politicos. No estaba de humor para jugar. Pero aguantaba alli porque creia en su trabajo, en el valor intrinseco de este. Habia pasado de marchas por la paz en su juventud a mesas de negociacion de la paz en su edad adulta.

Pero los ideales no llevaban a ninguna parte. La diplomacia no se basaba en ideales, sino en protocolo y programas de partidos politicos, como todo lo demas. Y aunque habia dominado el protocolo, no le ocurria lo mismo con la politica. Y no era porque no pudiera. Sino porque no queria.

En ese sentido sabia que no era un buen diplomatico. Por desgracia, los que estaban al mando parecian mostrarse de acuerdo con el. Por eso lo habian enviado a aquel puesto consular a comunicar malas noticias a viudas recientes. Era una bofetada no muy sutil. Cierto que podia haber rehusado el puesto.

Podia haber vuelto a la ensenanza, a su antiguo trabajo en la Universidad Americana. Tenia que pensar en ello. Por eso necesitaba dos semanas solo en las Bahamas.

Y no necesitaba encontrarse con aquello a la vuelta.

Abrio con un suspiro la carpeta que llevaba la etiqueta de Fontaine, Geoffrey H. Habia algo que lo inquietaba toda la manana. Habia estado desde la una de la manana sentado ante el ordenador, sacando toda la informacion posible de los archivos del Gobierno. Tambien habia pasado media hora hablando por telefono con su amigo Wes Corrigan, del consulado en Berlin. La frustracion lo habia llevado incluso a consultar algunas fuentes poco usuales. Lo que habia empezado como una llamada de rutina para darle el pesame a la viuda se estaba convirtiendo en algo mas complicado, un rompecabezas del que no tenia todas las piezas.

En realidad, exceptuando los detalles de la muerte de Geoffrey Fontaine, apenas habia piezas con las que jugar. A Nick no le gustaban los puzzles incompletos. Lo volvian loco. Cuando se trataba de buscar mas informacion, mas hechos, podia ser insaciable. Y en ese momento, con la carpeta de Fontaine entre los dedos, se sentia como si sostuviera una bolsa de aire: nada de sustancia aparte de un nombre.

Y una muerte.

Le ardian los ojos; se recosto en la silla y bostezo. Cuando era un veinteanero en la universidad, solia animarle pasar media noche en pie. Pero a los treinta y ocho anos, solo lo volvia irritable. Y hambriento. A las seis de la manana habia devorado tres donuts. La inyeccion de azucar y el cafe lo habian mantenido en accion. Y ahora sentia demasiada curiosidad para dejarlo. Los rompecabezas siempre le causaban ese efecto. Y no estaba seguro de que le gustara.

La puerta al abrirse le hizo levantar la vista. Su amigo Tim Greenstein entro por ella.

– ?Bingo! ?Lo encontre! -dijo.

Dejo una carpeta sobre la mesa y le dedico una de sus famosas sonrisas que solia reservar para el ordenador. Tim era un «arregla-problemas», el hombre al que acudian todos cuando los datos no estaban donde deberian estar. Gruesas gafas, consecuencia de cataratas infantiles, distorsionaban sus ojos. Una barba negra oscurecia gran parte del resto de su cara, con excepcion de la frente palida y la nariz.

– Te dije que lo encontraria -observo, sentandose enfrente de Nick-. He pedido ayuda a mi amigo del FBI y no ha encontrado nada. He buscado por mi cuenta y… No ha sido facil sacar esto de entre la informacion clasificada. Tienen a un idiota nuevo que insiste en hacer su trabajo.

Nick fruncio el ceno.

– ?Has tenido que sacar esto a traves de seguridad?

– Si. Hay mas, pero no he podido verlo. He descubierto que los de inteligencia tienen una carpeta sobre tu hombre.

Nick abrio la carpeta y miro con incredulidad. Lo que veia suscitaba mas preguntas que nunca, preguntas para las que no parecia haber respuestas.

– ?Que demonios significa eso? -murmuro.

– Por eso no podias encontrar nada sobre Geoffrey H. Fontaine -dijo Tim-. Hasta hace un ano, no existia.

Nick apreto la mandibula.

– ?Puedes conseguirme mas cosas?

– Eh, creo que estamos entrando en el territorio de otros. Y los muchachos de la CIA pueden ponerse nerviosos.

– Pues que me demanden -comento Nick, al que no era facil intimidar con la CIA despues de haber conocido a muchos agentes incompetentes-. Ademas, solo cumplo con mi deber. No olvides a la viuda.

– Pero este tema se complica bastante.

– Nada con lo que tu no puedas.

Tim sonrio.

– ?Que pasa? ?Te estas volviendo detective?

– No, solo curioso -miro el monton de papeles de su mesa. La mayoria basura burocratica. El veneno de su existencia… pero habia que hacerlo. El caso Fontaine resultaba distraido. Miro a su amigo.

– Eh, ?por que no buscas algo sobre la viuda? Sarah Fontaine. Puede que eso nos lleve a algun sitio.

– ?Por que no lo haces tu?

– Porque tu eres el que tiene mucho acceso a los ordenadores.

– Si, pero tu tienes a la mujer -Tim senalo hacia la puerta-. La secretaria estaba anotando su nombre. Sarah Fontaine esta sentada en tu sala de espera en este momento.

La secretaria era una mujer adulta de pelo gris, ojos azules y una boca que parecia formar constantemente dos lineas rectas. Levanto la vista de la maquina de escribir solo el tiempo suficiente para tomar el nombre de Sarah e indicarle un sofa cercano.

Encima de una mesita situada al lado del sofa habia un monton de revistas y algunos ejemplares del Asuntos Exteriores y la Revista de la Prensa Mundial, que llevaban todavia las etiquetas con el nombre de su destinatario: Doctor Nicholas O'Hara.

La secretaria siguio con la maquina de escribir y Sarah se hundio en los cojines del sofa y se miro las manos, que coloco sobre el regazo. Todavia no habia vencido la gripe y se sentia desgraciada y con frio. Pero en las ultimas diez horas se habia formado un vacio a su alrededor, un escudo protector que hacia que lo que veia y oia le pareciera muy lejano. Hasta el dolor fisico resultaba extranamente apagado. Esa manana se habia golpeado un dedo en la ducha y solo habia percibido una especie de latido distante.

La noche anterior la habia vencido el dolor al colgar el telefono. Ahora solo estaba aturdida. Bajo la vista y noto por primera vez lo mal que se habia vestido… la ropa no combinaba entre si. Sin embargo, a un nivel inconsciente, habia optado por prendas que la consolaban: su falda gris de lana favorita, un jersey viejo, zapatos planos marrones para andar. La vida se habia vuelto temible de repente y necesitaba el consuelo de lo familiar.

Sono el interfono de la secretaria y se oyo una voz.

– ?Angie? Haga pasar a la senora Fontaine.

– Si, senor O'Hara -Angie hizo una sena a Sarah-. Ya puede entrar.

La joven se subio las gafas, se puso en pie y entro en el despacho. Al cruzar la puerta, se detuvo sobre la alfombra gruesa y miro con calma al hombre del otro lado de la mesa.

Estaba de pie ante la ventana. Por ella entraba un sol cegador que al principio solo le dejo ver su silueta. Era

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