publica la tragedia y purificar a las visitas del contacto con lo desconocido. Las planideras contratadas entonaron sus sinuosos canticos a partir del mediodia, cuando arreciaron las muestras de condolencia. Por la tarde, una serpenteante hilera de hombres se extendia a lo largo de la vereda del jardin: cada uno aguardaba en silencio, bajo la humeda frialdad de los arboles, su turno para entrar en la casa, desfilar ante el cuerpo y dar el pesame a los familiares. Daminos, del demo de Clazobion, el tio de Tramaco, oficio de anfitrion: poseia cierta fortuna en barcos y en minas de plata de Laurion, y su presencia atrajo a numerosa gente. Fueron escasos, sin embargo, los que acudieron en recuerdo de Meragro, el padre de Tramaco (que habia sido condenado y ejecutado por traidor a la democracia muchos anos antes), o por respeto a la viuda Etis, que habia heredado el deshonor de su esposo.

Heracles Pontor llego a la caida del sol, pues habia decidido participar tambien en la ecfora, la comitiva funebre, que se celebraba siempre de noche. Penetro con ceremoniosa lentitud en el oscuro vestibulo -humedo y frio, de aire aceitoso por el olor de los unguentos-, dio una vuelta completa alrededor del cadaver siguiendo los pasos de la flexuosa fila de visitantes, y abrazo en silencio a Daminos y a Etis, que lo recibio velada por un negro peplo y un chal de gran capucha. Nada hablaron. Su abrazo fue uno de tantos. Durante su recorrido pudo distinguir a algunos hombres que conocia y a otros que no: alli estaban el noble Praxinoe y su hijo, el bellisimo Antiso, de quien se afirmaba que habia sido uno de los mejores amigos de Tramaco; alli tambien Isifenes y Efialtes, dos reputados mercaderes que, sin duda, habian acudido por Daminos; y -una presencia que no dejo de sorprenderle- Menecmo, el escultor poeta, vestido con el descuido que lo caracterizaba, que se entretuvo en quebrantar el protocolo dedicandole a Etis algunas palabras en voz baja. Por fin, a la salida, en la humeda frialdad del jardin, creyo advertir la robusta figura del filosofo Platon aguardando entre los hombres que aun no habian entrado, y dedujo que habia venido en recuerdo de su antigua amistad con Meragro.

Una inmensa y sinuosa criatura parecia la comitiva que emprendio el camino del cementerio por la Via de las Panateneas: la cabeza la formaban, en primer lugar, los vaivenes del cadaver transportado por cuatro esclavos; detras, los familiares directos -Daminos, Etis y Elea-, sumidos en el silencio del dolor; y los tanedores de oboe, jovenes con tunicas negras que aguardaban el inicio del rito para empezar a tocar; por ultimo, los peplos blancos de las cuatro planideras. El cuerpo lo constituian los amigos y conocidos de la familia, que avanzaban en dos hileras.

El cortejo salio de la Ciudad por la Puerta del Dipilon y se interno en el Camino Sagrado, lejos de las luces de las viviendas, entre la humeda y fria neblina de la noche. Las piedras del Ceramico retemblaron undosas bajo el resplandor de las antorchas: por doquier aparecian figuras de dioses y heroes cubiertas por el suave aceite del rocio nocturno, inscripciones en altas estelas adornadas con siluetas ondulantes y urnas de graves contornos sobre las que reptaba la hiedra. Los esclavos depositaron cuidadosamente el cadaver en la pira funeraria. Los tanedores de oboe hicieron deslizar por el aire las sinuosas notas de sus instrumentos; las planideras, coreograficas, rasgaron sus vestiduras al tiempo que entonaban la oscilante frialdad de su canto. Se iniciaron las libaciones en honor a los dioses de los muertos. El publico se disperso para contemplar el rito: Heracles eligio la proximidad de una enorme estatua del heroe Perseo; la cabeza decapitada de Medusa, que el heroe asia de las viboras del pelo, quedaba a la altura de su rostro, y parecia contemplarlo con ojos deshabitados. Finalizaron los canticos, se pronunciaron las ultimas palabras, y las doradas cabezas de cuatro antorchas se inclinaron ante los bordes de la pira: el Fuego multicefalico se alzo, retorciendose, y sus multiples lenguas ondearon en el aire frio y humedo de la Noche [6].

El hombre golpeo la puerta varias veces. Como nadie respondio, volvio a golpear. En el oscuro cielo ateniense, las nubes de varias cabezas comenzaron a agitarse.

Por fin, la puerta se abrio, y un rostro blanco, sin rasgos, envuelto en un largo sudario negro, aparecio tras ella. El hombre, confuso, casi atemorizado, titubeo antes de hablar:

– Deseo ver a Heracles Pontor, a quien llaman el Descifrador de Enigmas.

La figura se deslizo hacia las sombras en silencio y el hombre, aun indeciso, penetro en la casa. Afuera proseguia el irregular estrepito de los truenos.

Heracles Pontor, sentado a la mesa de su pequena habitacion, habia dejado de leer y se concentraba, distraido, en el sinuoso trayecto de una grieta grande que descendia desde el techo hasta la mitad de la pared frontera, cuando de repente la puerta se abrio con suavidad y aparecio Ponsica en el umbral.

– Una visita -dijo Heracles descifrando los armonicos, ondulantes gestos de las delgadas manos de su esclava enmascarada, de agiles dedos-. Un hombre. Quiere verme -las manos se agitaban juntas; las diez cabezas de los dedos conversaban en el aire-. Si, hazlo pasar.

El hombre era alto y delgado. Se envolvia en un humilde manto de lana impregnado de las untuosas escamas del relente nocturno. Su cabeza, bien formada, ostentaba una lustrosa calva, y una barba blanca recortada con esmero le adornaba el menton. En sus ojos habia claridad, pero las arrugas que los rodeaban revelaban edad y cansancio. Cuando Ponsica se hubo marchado, siempre en silencio, el recien llegado, que no habia dejado de observarla con expresion de asombro, se dirigio a Heracles.

– ?Acaso es cierta tu fama?

– ?Que dice mi fama?

– Que los Descifradores de Enigmas pueden leer en el rostro de los hombres y en el aspecto de las cosas como si fueran papiros escritos. Que conocen el lenguaje de las apariencias y saben traducirlo. ?Es por ello que tu esclava oculta el rostro tras una mascara sin rasgos?

Heracles, que se habia levantado para coger una fuente de frutas y una cratera de vino, sonrio ligeramente y dijo:

– Por Zeus, que no sere yo quien desmienta tal fama, pero mi esclava se cubre la cara mas por mi tranquilidad que por la suya: fue secuestrada por unos bandidos lidios cuando no era mas que un bebe, los cuales, durante una noche de borrachera multiple, se divirtieron quemando su rostro y arrancandole la pequena lengua… Puedes coger fruta si quieres… Segun parece, uno de los bandidos se apiado de ella, o atisbo la posibilidad de negocio, y la adopto. Despues la vendio como esclava para trabajos domesticos. Yo la compre en el mercado hace dos anos. Me gusta, porque es silenciosa como un gato y eficiente como un perro, pero sus facciones destruidas no me agradan…

– Comprendo -dijo el hombre-. Te compadeces de ella…

– Oh no, no es eso -repuso Heracles-. Es que me distraen. Sucede que mis ojos se dejan tentar con demasiada frecuencia por la complejidad de todo lo que ven: antes de que tu llegaras, por ejemplo, contemplaba abstraido el discurrir de

esa interesante grieta en la pared, su cauce y afluentes, su origen… Pues bien: el rostro de mi esclava es un nudo espiral e infinito de grietas, un enigma constante para mi insaciable mirada, de modo que decidi ocultarlo obligandola a llevar esa mascara sin rasgos. Me gusta que me rodeen cosas simples: el rectangulo de una mesa, los circulos de las copas…, geometrias sencillas. Mi trabajo consiste, precisamente, en lo opuesto: descifrar lo complicado. Pero acomodate en el divan, por favor… En esta fuente hay fruta fresca, higos dulces sobre todo. A mi me apasionan los higos, ?a ti no? Tambien puedo ofrecerte una copa de vino no mezclado…

El hombre, que habia estado escuchando las tranquilas palabras de Heracles con creciente sorpresa, se recosto lentamente en el divan. La sombra de su calva cabeza, proyectada por la luz de la pequena lampara de aceite que habia sobre la mesa, se irguio como una esfera perfecta. La sombra de la cabeza de Heracles -un grueso tronco de cono con un breve musgo de pelo plateado en la cuspide- llegaba hasta el techo.

– Gracias. Por ahora, aceptare el divan -dijo el hombre.

Heracles se encogio de hombros, aparto algunos papiros de la mesa, acerco la fuente de frutas, se sento y cogio un higo.

– ?En que puedo ayudarte? -pregunto amablemente.

Un aspero trueno clamo en la distancia. Tras una pausa, el hombre dijo:

– Realmente, no lo se. He oido decir que resuelves misterios. Vengo a ofrecerte uno.

– Ensenamelo -repuso Heracles.

– ?Que?

– Ensename el misterio. Yo solo resuelvo los enigmas que puedo contemplar. ?Es un texto? ?Un objeto?…

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