Cuando el peligro nos parece leve, deja de ser leve.

FRANCIS BACON

1

Madrid,

11 de marzo de 2015,

11.12 h

Exactamente seis minutos y trece segundos antes de que su vida diera un horrible y definitivo vuelco, Elisa Robledo estaba haciendo algo banal: impartia a quince alumnos de segundo curso de ingenieria una clase optativa sobre las modernas teorias de la fisica. En modo alguno sospechaba lo que estaba a punto de ocurrirle, porque, a diferencia de tantos estudiantes y no pocos profesores, para quienes aquellos recintos podian llegar a resultar temibles, Elisa se sentia mas tranquila en un aula que en su propia casa. Le habia ocurrido asi en el anticuado colegio en el que habia hecho el bachillerato y en la desnuda clase de facultad de la carrera. Ahora trabajaba en las modernas y luminosas instalaciones de la Escuela Superior de Ingenieria de la Universidad Alighieri en Madrid, un centro privado de lujo cuyas aulas contaban con amplios ventanales, hermosas vistas del campus, esplendida acustica y olor a maderas nobles. Elisa hubiese podido quedarse a vivir en un sitio como aquel. De forma inconsciente suponia que nada malo podia ocurrirle en un lugar asi.

Se equivocaba por completo, y le quedaban poco mas de seis minutos para comprobarlo.

Elisa era una profesora brillante rodeada de cierta aureola. En las universidades existen profesores y alumnos sobre los cuales se tejen leyendas, y la enigmatica figura de Elisa Robledo habia dado pie a un misterio que todos deseaban descifrar. En cierto modo, el nacimiento del «misterio Elisa» era obligado: se trataba de una mujer joven y solitaria, de largo y ondulado pelo negro, con un rostro y un cuerpo que no hubiesen desentonado en la portada de ninguna revista de belleza, pero al mismo tiempo poseedora de una mente analitica y una prodigiosa capacidad para el calculo y la abstraccion, cualidades tan necesarias en el frio mundo de la fisica teorica, donde gobiernan los principes de la ciencia. A los fisicos teoricos se los miraba con respeto, y hasta con reverencia. Desde Einstein a Stephen Hawking, los fisicos teoricos eran la imagen aceptada y bendecida de la fisica para el vulgo. Aunque los temas a los que se dedicaban eran abstrusos y poco menos que ininteligibles para la gran mayoria, causaban mucha sensacion. La gente solia considerarlos el prototipo del genio frio y hurano.

Sin embargo, no habia ninguna frialdad a este respecto en Elisa Robledo: en ella todo era pasion por ensenar, y eso cautivaba a sus alumnos. Por si fuera poco, era una excelente profesional y una colega amable y solidaria, siempre dispuesta a ayudar a un companero en apuros. En apariencia, no habia nada extrano en ella.

Y eso era lo mas extrano.

La opinion general era que Elisa resultaba demasiado perfecta. Demasiado inteligente y valiosa, por ejemplo, para trabajar en un insignificante departamento de fisica cuya asignatura era considerada prescindible para el alumnado empresarial de Alighieri. Sus companeros estaban seguros de que habria podido conseguir cualquier otra cosa: una plaza en el Consejo Superior de Investigaciones Cientificas, una catedra en una universidad publica o un puesto de importancia en algun centro prestigioso del extranjero. En Alighieri, Elisa parecia desperdiciada. Por otra parte, ninguna teoria (y los fisicos son muy dados a ellas) lograba explicar satisfactoriamente el hecho de que a sus treinta y dos anos de edad, casi treinta y tres (los cumpliria al mes siguiente, en abril), Elisa siguiera sola, sin grandes amigos, en apariencia feliz, como si hubiese obtenido lo que mas deseaba en la vida. No se le conocian novios (tampoco novias) y sus amistades se limitaban a sus companeros de trabajo, pero nunca compartia con ellos su ocio. No era presuntuosa, ni siquiera presumida, a pesar de su poderoso atractivo, que solia incrementar con una curiosa gama de prendas de diseno cenidas que le otorgaban una imagen bastante provocativa. Pero en ella aquellos atuendos no parecian destinados a llamar la atencion o atraer a la legion de hombres que se volvian a su paso. Solo hablaba de su profesion, era cortes y siempre sonreia. El «misterio Elisa» resultaba insondable.

En ocasiones, algo en ella causaba inquietud. No era nada concreto: quiza una forma de mirar, una luz perdida al fondo de sus pupilas castanas o el poso de sensaciones que dejaba en su interlocutor tras un breve intercambio de palabras. Era como si ocultara un secreto. Los que mas la conocian -su colega el profesor Victor Lopera; Noriega, el jefe del departamento- pensaban que quiza era preferible que Elisa nunca revelara aquel secreto. Hay personas que quiza no hayan representado nada en nuestra vida y de las que podemos albergar tan solo un par de recuerdos sin importancia, pero que, por una u otra razon, resultan inolvidables: Elisa Robledo era una de ellas, y todos deseaban que continuara siendolo.

Una notoria excepcion era Victor Lopera, tambien profesor de fisica teorica en Alighieri y uno de los escasos verdaderos amigos de Elisa, que a veces se veia asaltado por la urgente necesidad de desentranar su misterio. Victor habia experimentado varias tentaciones al respecto, la ultima el ano anterior, en abril de 2014, cuando el departamento decidio dar a Elisa una fiesta sorpresa por su cumpleanos.

La idea habia partido de Teresa, la secretaria de Noriega, pero todos los miembros del departamento se apuntaron, incluso algunos alumnos. Pasaron casi un mes preparandola, entusiasmados, como si la consideraran la manera idonea de penetrar en el circulo magico de Elisa y tocar su evanescente superficie. Compraron velitas con el numero treinta y dos, tarta, globos, un gran oso de peluche y algunas botellas de cava que aporto generosamente el jefe. Se encerraron en la sala de profesores, la decoraron con rapidez, corrieron las cortinas y apagaron la luz. Cuando Elisa llego a la facultad, un oportuno conserje le indico que habia «reunion urgente». Los demas aguardaban en la oscuridad. Se abrio la puerta y la silueta de Elisa, titubeante, quedo dibujada en el umbral con su rebeca corta, su pantalon cenido y su largo pelo negro. Entonces estallaron los aplausos y risas y se encendieron las luces mientras Rafa, uno de sus «aventajados alumnos», grababa el desconcierto de la joven profesora con una de esas camaras de video de ultima generacion, apenas mayor que sus propios ojos.

La fiesta, por lo demas, fue breve y no sirvio ni mucho menos para penetrar en el «misterio Elisa»: hubo palabras emocionadas de Noriega, se oyeron las canciones usuales y Teresa agito frente a la camara una jocosa pancarta pintada por su hermano, que era dibujante, con las caricaturas de Isaac Newton, Albert Einstein, Stephen Hawking y Elisa Robledo compartiendo trozos del mismo pastel. Todo el mundo tuvo oportunidad de mostrar a Elisa su carino y hacerle saber que la admitian de buen grado sin pedirle nada a cambio, salvo que continuara siendo el tentador misterio al que ya se habian acostumbrado. Elisa estuvo, como siempre, perfecta: con el grado justo de asombro y felicidad pintado en el rostro, hasta con cierta dosis de emocion ribeteando sus ojos. Contemplada en la grabacion, con su esplendida forma fisica dibujada por la rebeca y el pantalon, habria podido pasar por una alumna mas, o quiza la madrina de honor de algun gran acontecimiento…, o una estrella del porno con su primer Oscar en la mano, como susurraba Rafa a sus amigos en el campus: «Einstein y Marilyn Monroe por fin unidos en una sola persona», decia.

Sin embargo, un observador atento habria percibido en aquella grabacion algo que no encajaba: el rostro de Elisa al principio, en el momento en que se encendieron las luces, era otro.

Nadie se fijo bien en este detalle porque, a fin de cuentas, a nadie le interesaba profundizar en las imagenes de un cumpleanos ajeno. Pero Victor Lopera habia sido capaz de percatarse del fugaz aunque importante cambio: cuando la habitacion se ilumino, las facciones de Elisa no mostraban el aturdimiento propio de la persona sorprendida sino una emocion mas compleja y violenta. Por supuesto, todo termino en cuestion de decimas de segundo, y Elisa volvio a sonreir y a ser perfecta. Pero durante aquel minimo lapso su belleza se habia disuelto en otra clase de expresion. Los que vieron la grabacion, salvo Lopera, se reian del «gran susto» que se habia llevado. Lopera noto algo mas. ?Que? No estaba seguro. Quiza desagrado ante lo que su amiga habia considerado una broma sin gracia, o la irrupcion de una timidez extrema, u otra cosa.

Quiza miedo.

Victor, hombre inteligente y observador, fue el unico que se pregunto que era lo que habia esperado encontrar Elisa en aquella habitacion a oscuras. Que clase de «gran susto» habia pensado que le aguardaba en un

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