una ciega: una cadenilla, un bolsillo, las aristas del telefono… La llamada, la llamada…

Por fin encontro el aparato, pero al sacarlo se le resbalo entre los dedos sudorosos. Lo vio caer en el asiento y rebotar hacia el suelo. Quiso recogerlo.

De improviso, como surgida de la nada, una sombra se abalanzo sobre el parabrisas. Ni siquiera tuvo tiempo de gritar: piso el freno instintivamente y la inercia le aplasto el esternon contra el cinturon de seguridad. El tipo, un hombre joven, dio un salto hacia atras y golpeo, enfadado, el capo del coche. Elisa se percato de que se trataba de un paso de cebra. No lo habia visto. Levanto la mano para disculparse y oyo claramente los insultos del joven a traves del cristal. Otros transeuntes la miraban con desaprobacion. Calma. Asi no lograras nada. Conduce con calma y vete a casa.

El movil habia enmudecido. Con el coche detenido en el paso de cebra y haciendo caso omiso a las protestas de otros vehiculos, Elisa se agacho, recogio el telefono y examino la pantalla: el numero desde donde la habian llamado no habia quedado grabado. No te preocupes: si era la llamada, volveran a intentarlo.

Dejo el telefono en el asiento y prosiguio el viaje. Diez minutos despues estaciono en el garaje comunitario de su edificio, en la calle Silvano. Descarto el ascensor. Subio a pie los tres pisos hasta su casa.

Aunque estaba segura de que resultaria inutil, cerro la puerta reforzada (la habia ordenado colocar tres anos antes y le habia costado una fortuna) con los cuatro pestillos de seguridad y la cadena magnetica, y dejo conectada la alarma de entrada. Luego recorrio la casa cerrando todas las persianas metalicas electronicas, incluso la que daba al patio de la cocina, al tiempo que encendia las luces. Antes de cerrar la del comedor, aparto los visillos y miro hacia la calle.

Los coches pasaban, la gente se deslizaba como por un acuario de ruidos tamizados, habia almendros y paredes con pintadas. La vida seguia. No vio a nadie que le llamara especialmente la atencion. Cerro aquella ultima persiana.

Encendio tambien las lamparas del cuarto de bano y la cocina, asi como la de la habitacion donde hacia deporte, que carecia de ventanas. No olvido las lamparitas de la mesilla de noche que flanqueaban una cama sin hacer, cubierta de revistas y apuntes de fisica y matematicas.

Un burujo de seda negra se acumulaba a los pies de la cama. La noche previa habia estado entregada a su juego del Senor Ojos Blancos, y aun no habia recogido la ropa interior desperdigada por el suelo. La recogio entonces, sintiendo escalofrios (pensar en su «juego» la estremecia mas que de costumbre en esos instantes), y la guardo desordenada en los cajones de la comoda. Antes de salir, se detuvo en el gran cuadro enmarcado con la fotografia de la Luna, que era lo primero que veia al despertar cada manana, y presiono el interruptor adosado al marco: el satelite se ilumino con una tonalidad blanca fosforescente. De vuelta al comedor, termino de encender el resto de las luces con el control principal: la lampara de pie, los adornos de la estanteria… Hizo lo propio con dos lamparas especiales que funcionaban con baterias recargables.

En el contestador de su telefono fijo parpadeaban dos mensajes. Los escucho conteniendo el aliento: uno era de una editorial cientifica a cuya revista estaba suscrita y el otro de la empleada del hogar que trabajaba por horas en su casa. Elisa solo la citaba cuando ella podia estar tambien en el domicilio, ya que no queria que nadie invadiese en su ausencia la intimidad de su vida. La empleada le proponia un cambio de dias para ir al medico. Elisa no le devolvio la llamada: simplemente, borro el mensaje.

Luego encendio la pantalla de cuarenta pulgadas de la television digital. En los multiples canales de noticias ofrecian informes meteorologicos, deportes y datos economicos. Abrio un cuadro de dialogo, tecleo un par de palabras claves y el televisor inicio una busqueda automatica de la noticia que le interesaba, pero no obtuvo resultados. Dejo puesto un informativo en ingles de la CNN y bajo el volumen.

Tras pensarlo un instante, corrio a la cocina y abrio un cajon electronico debajo del programador de temperaturas. Encontro lo que buscaba al fondo. Lo habia comprado un ano antes con ese unico proposito, pese a que tambien estaba convencida de la inutilidad de tal medida.

Observo por un momento sus propios ojos horrorizados, reflejados en la acerada superficie del cuchillo carnicero.

Esperaba.

Habia regresado al comedor, y, tras asegurarse de que el telefono funcionaba correctamente y el movil tenia suficiente bateria, se habia sentado en una butaca frente al televisor con el cuchillo sobre los muslos.

Estaba esperando.

El gran oso de peluche que le habian regalado los companeros por su cumpleanos el ano anterior se hallaba en una esquina del sofa frente a ella. Llevaba un babero con las palabras

«Feliz cumpleanos» bordadas en rojo y el logotipo de la Universidad Alighieri debajo (el aguileno perfil de Dante). En su vientre, en letras doradas, el lema de la universidad: «Las aguas por las que navegare nadie las ha surcado». Sus ojos de plastico parecian espiar a Elisa y su boca en forma de corazon semejaba hablarle.

Puedes hacer lo que quieras, protegerte cuanto quieras, enganarte a ti misma pensando que te defiendes. Pero lo cierto es que estas muerta.

Desvio la vista hacia la pantalla, que mostraba el lanzamiento de una nueva sonda espacial europea.

Muerta, Elisa. Tan muerta como los otros.

El grito del telefono casi la hizo saltar del asiento. Pero entonces le ocurrio algo que le sorprendio: tendio la mano sin titubeos y descolgo el auricular en un estado muy similar a la calma absoluta. Ahora que por fin habia recibido la llamada, se sentia inconcebiblemente serena. Su voz no temblo un apice al responder.

– ?Diga?

Durante una eternidad nadie dijo nada. Luego oyo:

– ?Elisa? Soy Victor…

La decepcion la dejo completamente aturdida. Era como si hubiese puesto todas sus fuerzas en aguardar un golpe para encontrarse de repente con que el combate se habia interrumpido. Tomo aliento mientras una irracional oleada de odio hacia su amigo la invadia de repente. Victor no tenia la culpa de nada, pero en aquel momento era la voz que menos deseaba escuchar. Dejame, dejame, cuelga y dejame.

– Queria saber que tal estabas… Te note… En fin, con mala cara. Ya sabes…

– Estoy bien, no te preocupes. Solo es un dolor de cabeza… Ni siquiera creo que sea gripe.

– Me alegro. -Un carraspeo. Una pausa. La lentitud de Victor, a la que tan acostumbrada estaba, le resultaba ahora exasperante-. Lo del seminario ya esta arreglado. Noriega dice que no pasa nada. Si no puedes venir esta semana… tu… solo avisa con tiempo a Teresa…

– De acuerdo. Muchas gracias, Victor. -Se pregunto que pensaria Victor si la viera en aquel momento: sudorosa, temblando, encogida en el asiento, con un cuchillo de cuarenta y cinco centimetros de afilado acero inoxidable en la mano derecha.

– Te… Te llamaba tambien porque… -dijo el entonces-. Es que en la tele estan dando una noticia… -Elisa se puso en tension-. ?Tienes encendido el televisor?…

Freneticamente, busco con el mando a distancia el canal que Victor le indico. Contemplo un edificio de apartamentos y un locutor hablando ante un microfono.

– …en su casa de este barrio universitario de Milan, ha conmocionado a toda Italia…

– Creo que tu lo conocias, ?no?-dijo Victor.

– Si -repuso Elisa tranquilamente-. Que pena.

Muestrate indiferente. Por telefono no se te ocurra delatarte.

La voz de Victor iniciaba otra dificil escalada hacia una nueva frase. Elisa decidio que ya era tiempo de interrumpirlo.

– Perdona, tengo que colgar… Te llamare mas tarde… Gracias por todo, de veras. -Ni siquiera se preocupo de aguardar la respuesta. Le dolia ser tan brusca con una persona como Victor, pero no podia hacer otra cosa. Subio el volumen del televisor y devoro cada palabra. El locutor aseguraba que la policia no descartaba ninguna posibilidad, siendo el robo el movil mas probable.

Se aferro a aquella estupida esperanza con todas sus fuerzas. Si, quiza se trate de eso. Un robo. Si no he recibido aun la llamada…

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