Los dos hombres, recien llegados al aeropuerto de Barajas, no tuvieron que pasar por ningun control ni mostrar identificacion alguna. Tampoco utilizaron el mismo tunel de acceso al aeropuerto que el resto de los pasajeros, sino una escalerilla adyacente. Alli los esperaba una furgoneta. El joven que la conducia era educado, cortes, simpatico y deseaba practicar un poco su ingles de academia nocturna:

– En Madrid no hay tanto frio, ?eh? Me refiero en esta epoca.

– Y que lo diga -respondio de buen humor el mayor de los dos hombres, un tipo alto y delgado de cabellos niveos, escasos en la coronilla, pero con algo de melena-. Me encanta Madrid. Vengo siempre que puedo.

– Por lo visto, en Milan si que hacia frio -dijo el conductor. Sabia bien de donde procedia el avion.

– Ciertamente. Pero, sobre todo, mucha lluvia. -Y luego, en un castellano chapurreado, el hombre mayor anadio-: Es agradable volver a buen tiempo espanol.

Ambos rieron. El conductor no escucho la risa del otro hombre, el corpulento. Y, a juzgar por el aspecto y la expresion del rostro que habia observado cuando subia a la furgoneta, decidio que casi era mejor no escucharla.

Si es que aquel tipo se reia alguna vez.

Empresarios -sospecho el conductor-. O un empresario y su guardaespaldas.

La furgoneta habia dado un rodeo por la terminal. En aquel punto aguardaba otro tipo de traje oscuro, que abrio la portezuela y se aparto para dejar paso a los dos hombres. La furgoneta se alejo y el conductor no volvio a verlos.

El Mercedes tenia los cristales opacos. En el momento en que se acomodaron en los amplios asientos de piel, el hombre mayor recibio una llamada en el movil que acababa de conectar.

– Harrison -dijo-. Si. Si. Espere… Necesito mas datos. ?Cuando ocurrio? ?Quien es? -Extrajo del bolsillo del abrigo una pantalla flexible de ordenador, bastante menos gruesa que el propio abrigo, la desplego sobre las rodillas como un mantel y pulso en la superficie tactil mientras hablaba-. Si. Ya. No, sin cambios: seguimos igual. Muy bien.

Pero cuando corto la comunicacion, nada parecia «muy bien». Arrugo los labios formando casi un punto mientras examinaba la pantalla iluminada y flacida sobre sus piernas. El hombre corpulento desvio la vista de la ventanilla y la observo tambien: mostraba una especie de mapa en color azul con puntos rojos y verdes que se movian.

– Tenemos un problema -dijo el hombre de pelo blanco.

– No se si nos siguen -observo ella-, pero toma esa desviacion y callejea un poco por San Lorenzo. Son calles estrechas. Quiza los confundamos.

Obedecio sin rechistar. Abandono la autopista a traves de un camino paralelo que le llevo a una urbanizacion laberintica. Su coche era un Renault Scenic anticuado que carecia de ordenador y GPS, por lo que Victor no sabia por donde iba. Leyo los letreros de las calles como en un sueno: Dominicos, Franciscanos… El nerviosismo le llevo a relacionar aquellos nombres con alguna clase de designio divino. De repente un recuerdo asalto por sorpresa su atribulada conciencia: los dias en que llevaba a Elisa a su casa en su antiguo coche, el primero de los que habia tenido, al salir de la Universidad Alighieri, cuando asistian al curso de verano de David Blanes. Eran tiempos mas felices. Ahora las cosas habian cambiado un poco: tenia un coche mayor, daba clases en una universidad, Elisa estaba loca y, al parecer, armada con un cuchillo y ambos huian a toda leche de un peligro desconocido. Vivir significa esto -supuso-. Que las cosas cambien.

Entonces oyo el ruido del plastico y advirtio que ella habia sacado a medias el cuchillo de la envoltura. Las luces de la calle arrancaban chispas de la hoja de acero inoxidable.

Sintio que el corazon le daba un vuelco. Peor: que se derretia o estiraba como un chicle empapado de saliva, auriculas y ventriculos formando una sola masa. Esta loca -le vocifero el sentido comun-. Y tu has dejado que entre en tu coche y te obligue a llevarla a donde quiera. Al dia siguiente su automovil apareceria en una cuneta, y el estaria dentro. ?Que le habria hecho ella? Quiza decapitarlo, a juzgar por el tamano del arma. Le cortaria el cuello, aunque puede que antes lo besara. «Siempre te ame, Victor, pero nunca te lo dije.» Y rrrrrrizzzzzsss, el oiria (antes de sentirlo realmente) el ruido del tajo en su carotida, el filo rebanando su gaznate con la precision inesperada de una hoja de papel cortando la yema de un dedo.

Aun asi, si esta enferma, debo intentar ayudarla.

Giro por otra calle. Dominicos de nuevo. Estaban dando vueltas, como sus pensamientos.

– ?Y ahora?

– Creo que ya podemos regresar a la autopista -dijo ella-. Direccion Burgos. Si aun nos siguen, me da igual. Solo necesito un poco de tiempo. -?Para que?, se pregunto el. ?Para matarme? Pero ella se lo dijo de repente-: Para contartelo todo. -Hizo una pausa y agrego-: Victor, ?crees en el mal?

– ?En el mal?

– Si, tu que eres teologo, ?crees en el mal?

– No soy teologo -murmuro Victor, algo ofendido-. Leo cosas, tan solo.

Era cierto que al principio habia querido matricularse oficialmente en alguna universidad y estudiar teologia, pero luego habia descartado la idea y decidido hacerlo por su cuenta. Leia a Barth, Bonhoeffer y Kung. Se lo habia comentado a Elisa, y en otras circunstancias le habria halagado que ella sacara el tema. Pero en aquel momento lo unico que pensaba era que la hipotesis de la locura estaba ganando puntos.

– Sea como sea -insistio ella-, ?crees que hay algo maligno que va mas alla de lo que pueda conocer la ciencia?

Victor medito la respuesta.

– Nada hay mas alla de lo que pueda conocer la ciencia, salvo la fe. ?Me estas preguntando por el diablo?

Ella no contesto. Victor se detuvo en un cruce y volvio a girar hacia la autopista mientras pensaba a mucha mas velocidad de la que imprimia a su vehiculo.

– Soy catolico, Elisa -anadio-. Creo que… existe un poder maligno y sobrenatural que la ciencia jamas podra explicar.

Espero cualquier clase de reaccion preguntandose si habria metido la pata. ?Quien podia saber lo que deseaba oir una persona trastornada? Pero la respuesta de ella le dejo desconcertado:

– Me alegra oirte decir eso, porque asi creeras con mas facilidad lo que voy a contarte. No se si tiene que ver con el diablo, pero es un mal. Un mal espantoso, inconcebible, que la ciencia no puede explicar… -Por un instante parecio como si fuese a llorar de nuevo-. No tienes idea… No puedes comprender que clase de mal, Victor… No se lo he contado a nadie, jure no hacerlo… Pero ahora ya no puedo soportarlo mas. Necesito que alguien lo sepa y te he elegido a ti…

A el le hubiese gustado responder como un heroe de pelicula: «?Hiciste lo correcto!». Aunque no le gustaban las peliculas, en aquel momento se sentia viviendo en una de terror. Pero lo cierto era que no podia hablar. Temblaba. No era nada figurado, ningun escalofrio interior, ningun tipo de hormigueo: temblaba, literalmente. Aferraba el volante con las dos manos, pero notaba que sus brazos se sacudian como si estuviese desnudo en medio de la Antartida. De repente le entraban dudas sobre la locura de Elisa. Ella hablaba con tanta seguridad que le horrorizaba oirla. Descubrio que era peor, mucho peor, que no estuviese loca. La locura de Elisa resultaba temible, pero su cordura era algo que Victor aun no sabia si seria capaz de afrontar.

– No te pedire otra cosa, salvo que me escuches -continuo ella-. Son casi las once de la noche. Disponemos de una hora. Te agradeceria que luego me dejaras en un taxi, si es que… eliges no acompanarme. -El la miro-. Debo asistir a una reunion muy importante a las doce y media de esta noche. No puedo faltar. Tu puedes hacer lo que quieras.

– Te acompanare.

– No… No lo decidas antes de oirme… -Se detuvo y respiro hondo-. Despues puedes darme una patada y echarme del coche, Victor. Y olvidar lo sucedido. Te juro que me parecera bien silo haces…

– Yo… -susurro Victor y tosio-. No voy a hacer eso. Adelante. Cuentamelo todo.

– Empezo hace diez anos -dijo ella.

Y de improviso, de forma muy fugaz pero inapelable, Victor tuvo una intuicion. Va a contarme la

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