sobre.

Pasaba de la medianoche, pero a la vuelta de la esquina habia una delicatessen que no cerraba. Se vistio y bajo a la calle, sorprendida de no encontrarsela desierta. El quiosco de prensa aun hacia negocio, igual que la deli, el puesto de los bagels, el de las pizzas y el souvlaki, los bares, la heladeria, la hamburgueseria. Aun hacia calor, la gente iba en mangas de camisa, tejanos y pantalones cortos, sandalias y zapatillas de andar por casa. Algunos hombres y mujeres de edad avanzada estaban sentados delante de los portales de sus viviendas. Gesticulaban, picaban unas aceitunas o unas almendras. ' Todo el mundo comia algo. Mirase por donde mirase, veia bocas en pleno ejercicio, gente que manipulaba comida, que la pasaba de mano en mano, cartones de patatas fritas, cucuruchos de azucar con dos bolas, y que hablaba, que se jaleaba, servilletas de papel que flotaban en el aire liviano. Una calle normal. Nada de particular. Ni un teatro a la vista, nada que explicase la presencia de tantisima gente. Todos dale que dale a la sin hueso. Nueva York, version oral. Declamacion entre bolo y bolo alimenticio. Crujidos y chapaleos. Perenne parloteo. La reina de las ciudades parlanchinas. Pammy tuvo que guardar cola. El que le atendio en el mostrador se lamio el bigote y puso los ojos en blanco.

Salio con una pequena bolsa de comestibles. Los motores espectrales seguian zumbando por doquier: por las cloacas, bajo las escaleras de los sotanos, en los aparatos de aire acondicionado, en las rendijas de las aceras. Cuantas texturas complicadas. Taxis que empujaban. Lamparas de vapor de sodio. La ciudad era irracionalmente insistente en su propia belleza fibrosa, los acuerdos entretejidos de la podredumbre y del genio que planteaban a la sensibilidad de cualquiera un reto para superarse. Siluetas de arboles en los terrados. Basureros a media noche, apilando hileras de cubos metalicos en las aceras. Y siempre esa exigencia de seccion de metal, un alma que se impone, que lastra y defrauda, medio local, aunque libre, provista de su botin tribal, adecuada a un diseno inmenso.

Camino bajo una marquesina de un albergue para vagabundos. Decia: transitorios. Algo en esa palabra la confundio. Adquiria una tonalidad abstracta, como sucedia con las palabras en su experiencia (aunque no a menudo), si subsistian en su mente en calidad de unidades de lenguaje que misteriosamente se habian evadido de toda responsabilidad. Transisterias. Lo que transmitia no podia traducirse en palabras. El valor funcional se habia deslizado fuera de la corteza, se habia volatilizado. Pammy dejo de caminar, volvio el cuerpo por completo y leyo de nuevo el rotulo. Pasaron segundos antes de que aprehendiese su sentido.

EL MOTEL

El silencio nunca es completo, ?verdad? La electricidad estatica de la habitacion. Los matices y murmullos inherentes. Y la mujer en la cama. Su respiracion acompasada. El no sabe con total certeza si esta dormida. La verdad es que nunca la ha visto dormir. Sospecha que tiene el sueno ligero. Hay algo en ella, un aspecto mas de su determinacion de sacar adelante sus planes, de hacerse utilizar, que hace pensar en una fuerte resistencia a la exuberancia que entrana el sueno profundo. A el le resulta dificil imaginarla en el trance de alcanzar las honduras del sueno, esa culminacion de sangre caliente, de adormecimiento final, el punto en el que el sueno pasa a ser la pulsion vital del subconsciente, como la marea, un estado mas alla de los suenos propiamente dichos. Ver a una mujer en esa fase del sueno, palpitante, obviamente en contacto directo con los misterios, nunca dejara de preocuparle un poco. En tales situaciones parece encarnarse una modalidad de la totalidad, una inmanencia, una verdad unitaria, a la altura de todo lo cual no estan sus sentimientos.

Esta descalzo y se ha quitado la camisa, que reposa sobre el respaldo de una silla. Lleva los pantalones con el cinturon desabrochado. La habitacion esta a oscuras. Se pregunta por la tendencia, tan propia de los moteles, de volver las cosas hacia el interior. Son una invencion peculiar, poderosamente abstracta. Parecen ser la idea de algo, estar aun a la espera de hallar plena expresion en una forma concreta. Le entran ganas de preguntar si no hay algo mas. ?Que hay detras? Ha de ser el viajero, el automovilista, el que se detiene, quien da cuerpo a ese concepto. Una interioridad en espiral, cada vez mas profunda. Racionalidad, analisis, comprension de uno mismo. Dedica un instante a imaginar que este inmenso sistema de habitaciones casi identicas, repartido por el mundo entero, se ha creado asi para que las personas dispongan de un lugar donde asustarse con cierta regularidad. Las cascaras de nuestras variadas busquedas. Algun lugar donde asumir nuestros temores. Suelta una ^risa corta, un resoplido nasal.

Sonara el telefono y se le indicara que vaya a un determinado lugar. Se le daran instrucciones detalladas. El numero es conocido. Ya se ha comunicado antes. Se han dado ciertas garantias. Solo es cuestion de tiempo. Volvera a impacientarse, desde luego. Tomara la resolucion de irse. Pero esta vez sonara el telefono y la misma voz de antes le dara instrucciones de naturaleza mas detallada.

Emite el sonido «m», lo prolonga, le anade un asomo de vibrato al final. Vuelve a reirse. Raya el alba al parecer, mero atisbo, tal vez pura imaginacion. No le apetece en especial que se haga de dia. Emite el mismo sonido sin mover los labios, sin expresion.

Lo vemos de pie junto a la cama. La mujer le ha hecho tres visitas a lo largo de los dos dias pasados desde que ocupa la habitacion. Ahora esta tumbada boca abajo, con un brazo sobre la almohada, el otro al costado. Aunque el siempre ha conocido cuales son los limites de la mujer, los arenales invariables de su ser, se pregunta si su propia existencia es acaso mas integra que la de ella. Quizas eso equivalga en cierto modo a una apreciacion. Que el entrelazamiento de los cuerpos deba arrojar una medida de estima le sorprende, se le antoja pura incongruencia en este caso. Se fija en la palidez de la mujer. Un brillo aterciopelado a lo largo de la base de la columna vertebral. Ella sabe cosas. No esta insensibilizada hasta la medula. Por ejemplo, ella sabe como es el alma de el.

(En ese momento, con su juguete de plastico blanco puesto, ese momento anomalo, sardonico, que a punto esta de frisar en la crueldad, un opusculo de brutal revelacion, ella le hace saber que era un instrumento, que ella misma era el juguete, mera apariencia. Vibr-ad-or. Dicho como sonoliento murmullo infantil. Solo se rozaron en calidad de colaboradores, de sonadores en un mar de satisfaccion incolora.)

La complicidad de ella posibilita que el se quede. Le mira las concavidades de las nalgas. La oscura hendidura. El anillo de carne alli enterrado. Lo vemos caminar hasta la mesa, donde toma el mapa que lleva adjunto un callejero. Se lo lleva a la silla, en la cual se estira.

La idea consiste en organizar esa vacuidad. En el indice del callejero ve Briarfield, Hillsview, Woodhaven, Oid Mili, Riverhead, Manor Road, Shady Oaks, Lake-side, Highbrook, Sunnydale, Grove Park, Knollwood, Glencrest, Seacliff y Greenvale. Todos estos nombres le resultan un maravilloso descanso, sin asomo de tension. Son una letania liturgica, un conjunto de consolaciones morales. Un universo estructurado sobre tales coordenadas tendria el merito de la sustancia y la familiaridad. Se nota algo mareado, parpadea deprisa, deja que el mapa se deslice hasta el suelo.

Al cabo de un rato se quita los pantalones. Con cuidado de no molestar a la mujer, con la cual no esta ahora preparado para intercambiar ni palabras ni miradas, se acomoda en la cama. Apoya toda la region superior del cuerpo sobre un codo y se reclina de costado, de cara al telefono. El instinto le dice que no tardara en sonar. Decide organizarse la espera. Eso le ayudara a poner las cosas en orden sistematico, o al menos le prestara la ilusion de un orden sistematico. Para eso, lo mejor son los numeros. Decide contar hasta cien. Si no suena el telefono cuando llegue a cien, su instinto le habra enganado, el orden se habra resquebrajado, su espera quedara abierta a magnitudes de un espacio gris. Recogera r sus cosas, se ira. Cien es el margen maximo de su consentimiento pasivo.

Cuando nada sucede, reduce la cuenta a cincuenta. Cuando llegue a cincuenta se levantara, se vestira, recogera sus cosas y se ira. Cuenta hasta cincuenta. Cuando nada sucede, reduce la cuenta a veinticinco.

Un destello de luz al borde de la ventana. Minutos, centimetros despues, la luz del sol inunda la habitacion. El aire condensa las particulas. Las motas se iluminan, una serie de tormentas de energia. El angulo de incidencia de la luz es directo, es severo, lo que da a las personas que hay en la cama, a nuestros ojos, aspecto de hallarse dentro de un marco especial, una forma intrinseca que es perceptible, al margen de la aglutinacion animal de las propiedades y funciones puramente fisicas. Es de agradecer, nos absuelve de nuestro secreto conocimiento. Toda la habitacion, el motel entero se rinde a ese instante de ablucion luminica. Los espacios y lo que contengan ya no son explicacion, ya no significan, ya no sirven de ejemplo, ya no representan nada.

La figura reclinada sobre el codo, por ejemplo, es apenas reconocible como un varon. Despojandose de su

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