– No me llames al piso -dijo-. No voy a contestar a ninguna llamada durante un tiempo.

Se tomo un te mientras esperaba el regreso de Ethan. Se sentaron fuera. El no llevaba nada mas que su camisa de manga corta a pesar del frio. Pammy se pregunto si seria acertado llevarle un jersey. Decidio por fin que podria tomarselo en cierto modo como una imposicion, un sutil empequenecimiento de su desasosiego. ?Que consuelo, en verdad, podia darle una prenda de abrigo? Se le ocurrio que la gente de manera inconsciente honra los procesos del mundo fisico, danza de manera fatalista con la naturaleza siempre que la muerte se lleva a un ser cercano. Creyo que Ethan queria sentir lo que habia alli. Si lloviera, no se moveria del sitio. Si ella le echase un jersey sobre los hombros, igual podria quitarselo. Nos reducimos a comer y a dormir, como mucho. Rudimentos, penso. El minimo, sea lo que sea. A eso nos vemos reducidos. Vio el colorido extenderse por el cielo, mas alla de Camden Hills. Un crepusculo es la historia del dia del mundo. Se desenredan alejandose de ellos, suspendidos como los astronautas del reves, pero comodos en sus asientos, a lomos de la noche, a medida que las primeras estrellas se encienden.

– No hay aqui un buen centro de quemados. Aunque Jack hubiese sobrevivido -dijo el-. Habrian tenido que llevarlo a toda velocidad a Baltimore, lo cual es ridiculo, si se piensa lo lejos que estamos.

– ?No te referiras a Boston?

– No hay en todo Boston nada comparable a lo que hay en Baltimore. Habrian tenido que llevarlo primero a Bangor, o bien a Bar Harbor. Luego en avion a Boston o a Nueva York, me imagino. Y de alli a Baltimore. Asi que aunque hubiera sobrevivido…

– Ethan, lo unico que cuenta es el tiempo. Eso es lo unico que sirve de alivio. El tiempo lo cambia todo. Al cabo de un tiempo no dolera tanto. Eso es lo unico en que puedes creer ahora. En eso has de concentrarte. El tiempo te lo hara mas llevadero.

– Las consolaciones del tiempo.

– Eso es. Ni mas ni menos. Es lo unico que hay.

– El poder sanador del tiempo.

– ?Te burlas de mi?

– Mi tiempo es tu tiempo.

– Lo digo porque no creo que tenga ninguna gracia.

– Yo me veo como un viejo -dijo el-. Voy cojeando a la tienda, a por queso cremoso y un melocoton. Solo compro por unidades. Un panecillo, un melocoton, una botella de tonico de alcachofa. «Digame, joven: ?cuanto cuesta ese pepino? No, ese no, el otro.» Me planto en un rincon de la tienda y saco el monedero, a ver si tengo suficiente.

– Basta, de veras.

– Estoy totalmente solo. No hay nadie que me ayude con la compra. Compro pan rancio para ahorrar dinero. Los chiquillos van corriendo entre los carritos de la compra. Me golpean, pierdo el equilibrio. Apenas si se dan cuenta. Sus madres no dicen nada. Soy casi invisible. Me planto en un rincon de la tienda y cuento las monedas sueltas, algun billete doblado mil veces. Compro una cebolla, un solo paquete de margarina.

– Podria tratarse de mi padre -dijo ella-, lo cual te aseguro que no tiene ni pizca de gracia.

– Los huevos, como minimo media docena.

– Hay gente que vive asi.

– Voy cojeando por los pasillos. Mi cuerpo es tan arcaico que a nadie ofende. Todos los olores se me han reblandecido encima. Ni siquiera tengo el placer de olerme en la cama. Me dicen que como minimo media docena. Digo que estoy tan debil que no puedo romper el carton. Todo lo que alcanzo a hacer es sacar uno solo. Minimo seis. Esa es la norma. Vivo solo. Todos mis amigos han muerto, Jack en especial, el adorable, el inutil de Jack. Me planto en un rincon de la tienda y carraspeo hasta que se forma la flema. Es algo sobre lo que guardo un gran recelo. Esputo en secreto. He aprendido como hacerlo sin que se me oiga apenas. Noto que se amasa la flema acumulada al fondo de la boca. Esputo otro poco mas. Un viejo flematoso. No tiene ninguna gracia -dijo-. Yo que tu no me reiria.

Ella decidio no volver en avion. El trayecto en bus era de once horas. Al ver a un nino pequeno por el pasillo, camino del aseo, Pammy sonrio a punto de llorar. Se le formaron arrugas en torno a los ojos y se le puso la cara lustrosa, muestra de un complejo pesar. Los alamos muertos que flanqueaban la carretera dieron una respuesta mas grave. Nunca ios habia visto en tales cantidades, silenciados por las heladas, cosas oscuras, larguiruchas, las ramas arqueadas. Era sobrecogedor tanto despojamiento, las casas de madera blanca, a veces con una torreta, o rematadas por una galeria, y las gentes que alli vivieran, que aire tan distinto les daban los alamos muertos, que resonancia, que ahondamiento de la experiencia, una sensacion de haber sobrevivido a algo, por mas que supiera que se proyectaba ella en su percepcion, en lo que solo alcanzaba a entrever, profesores de piano (un rotulo en una ventana), comerciantes de peltre y de antiguedades marineras. Estaba ansiosa por volver al piso, encerrarse de nuevo, librarse de la necesidad de reaccionar ante las cosas. Eran momentos archisabidos, nada mas, tan simples como para pasar inadvertidos en otras ocasiones. Un parterre en pendiente. Un helecho mustio en una ventana. Quiso librarse de esos fragmentos del mediodia costero, pestaneos embrollados tan perecederos, que tanto le afectaban. Y la extrana disquisicion de Ethan la noche anterior, su inexpresiva novelita. Tambien ansiaba librarse de eso.

Asi pues, no se sintio desdichada al poner el pie en la Octava Avenida, mas o menos a las diez de la noche, parte del morboso bazar que brota delante de la terminal de autobuses todas las noches del verano, extendiendose sobre la humedad y el hedor. Hombres inquietos escogidos en la miscelanea. Pigmentaciones, estilos, dialectos, persuasiones. Conjuntos de ojos la siguieron hasta la esquina. Inmediatamente al este, al oeste y al sur estaban las calles mas comerciales, a esas horas desiertas y oscuras, un sistema radial de desolacion, quizas una necropolis mas cierta, la zona subyacente a la que aspira todo desolado neon.

Su taxi salio a toda velocidad hacia el este, como si estuviera en un tris de tirar por la borda la mitad posterior. El piso estaba sereno. Los objetos se hallaban envueltos por una palida luz, renacidos. Una cesta de mimbre que habia olvidado que tuvieran. Una silla de anea que habian comprado justo antes de marcharse ella. Su recuerdo en las cosas.

No podia conciliar el sueno. El largo trayecto aun se devanaba en su cuerpo, temblores, rayazos. Encendio el televisor en blanco y negro, el del dormitorio. Daban una pelicula antigua, insustancial y aburrida, cosecha de los anos cincuenta. Habia un hombre, el heroe, cuya vida de clase media se iba haciendo anicos poco a poco. Primero su hermano, la oveja negra de la familia, seriamente endeudado, perseguido por unos manosos de chichinabo. Llamadas telefonicas, reuniones, un dialogo sesgado. Luego estaba su esposa, hospitalizada, al parecer munendose de una enfermedad de la que nadie queria ni hablar. En una serie de escenas tediosamente detalladas, aparecia investida de valentia, de colera, de recapacitacion, de estridencia. Pammy no pudo dejar de mirarla. Era tan de medio pelo que resultaba magnetica. Experimento una casi total obliteracion de la conciencia. A lo largo de los anuncios, de fabricantes de piscinas y de institutos de informatica, aguanto en la silla junto a la cama. A medida que la pelicula fue tornandose mas sensiblera, su enojo fue en aumento. La ventanilla del autobus se habia convertido en una pantalla de television llena de duelos en serie. El hijo mayor del heroe comenzo a pasar por estados sucesivos de lo que el medico llamo «sensibilidad reducida». Se sentaba en el suelo presa del estupor, incapaz de hablar, o negandose en redondo a decir nada, las extremidades inmoviles. Fueron en aumento las llamadas telefonicas del hermano del heroe. Necesitaba pasta y la necesitaba ya, si no… Otra escena de hospital. La esposa recitaba un pasaje de una carta de amor que el heroe le habia escrito cuando eran jovenes los dos.

Pammy estaba rebosante de emocion. Trato de quitarsela de encima, a sabiendas de que era una emocion tenida por la artificialidad de la pelicula, por lo sencillamente horrorosa que era. Noto que se henchia en ella, a su traves, esa pena inmensa. Su rostro adquirio cierto tinte. Se paso la mano derecha por el lado de la cabeza, los dedos bien abiertos. Le sobrevino entonces un sollozo liberador, imparable, una avalancha. Siguio sentada con las manos en las sienes por espacio de un cuarto de hora, llorando, cuando murio la esposa, se recupero el nino, el hermano juro recuperar su amor propio, y el heroe con pantalones de pinzas veia a su hijo menor cabalgar en un pony.

Eso hacian las peliculas a las personas, fuesen o no horrorosas. Por fin se levanto y fue a la cocina. Le parecio que tenia la cara recien terminada, una superficie externa de un tejido en carne viva. Supuso que habia ido dejandose llevar hasta eso. Habia por doquier placeres desconcertantes, topografias enteras predispuestas de modo que las personas reaccionaran ante un estimulo del mercado de masas. No era nada malo sucumbir a unos cuantos sentimientos falseados. Le apetecia un bocadillo de rosbif, una cerveza fria. Alli no habia mas que sopas de

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