seguro en sus convenciones que, supuso, J. lo habria elegido al menos en parte por su (anti) dramatico efecto. Otra de sus maniobras agridulces. A Lyle, imbuido como estaba en la psicologia del sigilo, las calles limpias de Brantford, su poblacion de blancos, de lengua inglesa, le parecio que adquirian una calidad sobrenatural, un solapamiento de la fantasia. Le resultaba todo mas familiar que la calle de Nueva York en la que residia. Habia hecho tan largo trayecto, habia cruzado una frontera incluso, para hallar cosas que conocia de sobra a un nivel puramente colectivo. Temas comunes. Decencias de andar por casa. No se le escapo el chiste, aunque fuera a su costa mas o menos, aunque ni si-?quiera fuera un chiste con mucha gracia.

Cruzo una plaza espaciosa y aguardo ante el moderno ayuntamiento. Pasaban diez minutos de la hora fijada cuando vio una silueta a media manzana. Reconocio su manera de caminar, e? paso fluido; le resulto familiar el propio cuerpo que se desplazaba, su conjunto de lineas y filos identificativos. Pasaron sin embargo unos segundos hasta que cayo en la cuenta de quien era, quien avanzaba hacia el atravesando un grupo de ninos que jugaban a algo, Rosemary Moore, meciendose su falda a merced de la brisa. Pues claro, penso. Ambiguedad, confusion, desinformacion. Un proceso de aprendizaje. Tecnicas, estrategias elaboradas.

Decidio ofrecer su mas calida sonrisa. La tomo de la mano. Le beso en la mejilla. Ella se aparto un rizo de la frente y le sugirio un sitio donde almorzar.

– Los dos solos.

– SI te parece bien.

– Claro, por supuesto, como no.

Caminaron por una cuesta hasta un restaurante llamado Iron Horse, un almacen ferroviario remodelado. Estaba oscuro. En la mesa contigua, cuatro hombres discutian pormenores sobre un cargamento de yeso. Hablaban la lengua llana de las culturas industriales, un tono desinflado, sin modulaciones, clavado en un plano unico, rancio. Rosemary se quito por fin las gafas de sol indicando a Lyle que se acercase a ella, mirandolo con intensidad.

– ?De veras eres tu?

– De veras lo soy.

– Llamame Lyle. Tratemonos por el nombre de pila.

– Deje mi trabajo.

– Dejaste tu trabajo.

– Algo tendre que encontrar, me temo.

– A la caza de un empleo.

– Tengo que ver.

– En busca de trabajo -dijo el.

– Me gustaria encontrar esta vez algo mas interesante que sentarme en una mesa.

– Vuela, vuelve a la aviacion comercial.

– Aquello fue horrendo. Atender a la gente. Lo odiaba.

Asi siguio la cosa durante un par de copas. El hablaba y escuchaba a un nivel determinado, observaba desde otro. Curiosa monotonia inquietante. El alcohol, la luz tenue. Los sonidos invariables que llegaban de la mesa de al lado, cargamentos y capacidades. La camarera que llegaba desde lugares embolsados y oscuros en el suelo, toda piernas, toda cono y toda culo. El contexto superficial, un paisaje inexplicablemente familiar, la cordura de una tarde en limpio.

– J. quiere saber si tuviste problemas con la parte monetaria.

– No -dijo e?-. Pero dile que estoy francamente decepcionado. Diselo a J.

– Es pura precaucion. No podia estar seguro al cien por cien.

– ?Te doy a ti la pasta?

– Si te parece bien.

– ?Puedo llamarle al menos?

– Ya no se le encuentra en ese numero, sino en otro distinto.

– Tomate otra copa -dijo el.

– No deberia.

– Bueno, si le dices que te la prepare suavecita…

– Entiendo que estaras con J. por tiempo indefinido.

– No lo se. Aun tengo mi piso, aun me quedan dos meses como poco. Quizas me ponga a buscar trabajo. Tengo que ver.

– ?Podre conversar con el? Me dijo que ya hablariamos.

– Son promesas suyas.

– ?Quiere que me quede por los alrededores?

– Dijo que no te vuelvas de inmediato.

– Asi que me llamara.

– Se supone que has de darme un numero.

– Aun tengo que encontrar un motel. ?Que pasa, te vienes conmigo?

– De acuerdo -dijo ella.

– ?Te ha dicho el que lo hagas?

– ?Que mas dara?

– Llamame por mi nombre.

– Tienes que darme el telefono.

– ?No te dijo que me lo propusieras, que me comentaras lo de irte conmigo a un motel?

– Dijo que me dieras un numero, que le dieras un numero donde te pueda localizar.

– ?Donde esta? ?Cerca?

Ella asintio. Fumaron un rato en silencio y luego pidieron algo de comer. El sitio se habia quedado vacio cuando terminaron de almorzar.

– Asi que interpreto que estaras con el un tiempo.

– Supongo. Mas o menos.

– Me impresionas. Estoy impresionado.

– ?Por que?

– Una copa mas -dijo el.

– Puede que una.

– Asi que se compra una nueva identidad, ?es eso?

– Conoce a alguien que le puede conseguir lo que necesite.

– ?Que mas?

– Practica el ir por la vida con un aspecto diferente.

– ?Como practica eso del aspecto diferente?

– Frente a un espejo -dijo ella.

– Me encanta.

– Estira la boca. Lo hace de tal modo que ultimamente se pone espantoso. Es muy macabro si te lo cruzas de repente.

– Ejercicios de estiramiento.

– Luego quiere arreglarse el menton.

Transitaron en coche media hora antes de encontrar un motel. El verifico el mapa de carreteras, sin saber donde estaba. Rosemary se sento en una esquina de la cama, con el bolso en el regazo. El extendio el mapa sobre un aparador pequeno, de espaldas a ella. Se fue quitando la camisa mientras intentaba recorrer con el dedo la ruta que habian tomado.

– ?Cuando tienes que estar de vuelta?

– Cuando sea.

– ?Donde… donde nos encontramos?

– Alli mismo esta bien.

– Anota el numero de telefono, ya que estamos. Quiero tener la certeza de recibir noticias suyas. Diselo a J. Me senti decepcionado. Pero mientras reciba noticias pronto, todo ira sobre ruedas. El dinero esta en una billetera de cuero negro, en mi chaqueta. ?Por que no cuentas tres mil quinientos mientras termino con esto? Dile a J. que un dia o dos. Dos a lo sumo. Porque no se que pasara despues.

A la postre se volvio hacia ella a la vez que se despojaba del resto de la ropa. Se vio al otro lado de la

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