Tal y como era de esperar, su editor se habia quejado del elevado coste de los trastos que habia adquirido ultimamente con la excusa de que eran vitales para llevar a cabo investigaciones de ese calibre. Jeremy le habia explicado que la tecnologia avanzaba a grandes zancadas y que los artilugios que habia comprado el ano anterior eran el equivalente a herramientas prehistoricas de piedra y silex, fantaseando ante la posibilidad de no escatimar gastos y comprar esa mochila especial con rayo laser incluido que Bill Murray y Harold Ramis exhibian en la pelicula Los cazafantasmas. Le habria encantado ver la cara contrariada de su editor frente a ese carisimo juguete. Al final siempre acababa sucediendo lo mismo: su editor, mascando un tallo de apio excitadamente, como si se tratara de un conejo que estuviera bajo los efectos de las anfetaminas, accedia a firmar la factura. Seguramente se pondria de muy mala gaita si la historia acababa apareciendo en television en lugar de en su columna.

Sin borrar la sonrisa socarrona de sus labios al imaginar la expresion contrariada de su editor, Jeremy sintonizo diferentes emisoras de radio -rock, hip-hop, country, gospel- antes de decidirse finalmente por un programa en una radio local en el que estaban entrevistando a dos pescadores de platijas, que defendian apasionadamente la necesidad de disminuir el peso de los peces que se les autorizaba pescar. El entrevistador, que parecia sumamente interesado en el tema, hablaba con un marcado timbre nasal. Despues de la entrevista escucho varias cunas publicitarias sobre las armas y las monedas que se podian admirar en la Logia Masonica de Grifton, y los cambios de ultima hora en los equipos de las tradicionales carreras automovilisticas Nascar.

El trafico se incremento cerca de Greenville, y Jeremy dio un rodeo cerca del campus de la East Carolina University para evitar pasar por el centro de la ciudad. Cruzo las amplias y salobres aguas del rio Pamlico y tomo una carretera rural. A medida que se adentraba en el campo, el pavimento se fue estrechando progresivamente, y Jeremy tuvo la sensacion de estar prensado entre los aridos campos invernales, los matorrales cada vez mas espesos, y alguna que otra granja que aparecia esporadicamente. Unos treinta minutos mas tarde, avisto Boone Creek.

Despues del primer y unico semaforo, el limite de velocidad permitido se redujo a cuarenta kilometros por hora, y al aminorar la marcha, se dedico a contemplar el paisaje con tristeza. Aparte de la docena de casas moviles dispuestas de forma aleatoria a ambos lados de la carretera y despues de cruzar un par de calles transversales, solo distinguio dos gasolineras destartaladas y un almacen de neumaticos que se anunciaba con un rotulo, Neumaticos de Leroy, coronando una torre de ruedas usadas que en cualquier otra jurisdiccion habria sido considerada eminentemente peligrosa por la posibilidad de convertirse en una pira altamente combustible. Jeremy llego al otro extremo de la localidad en cuestion de un minuto, y en ese punto volvio a incrementarse el limite de velocidad autorizado. Dio un golpe de volante y detuvo el coche en el arcen.

O la Camara de Comercio habia usado fotografias de otro pueblo en su pagina electronica, o se le escapaba algo. Asio el mapa para volverlo a inspeccionar y si, segun su version de Rand McNally, se hallaba en Boone Creek. Echo un vistazo por el retrovisor preguntandose donde diantre estaba el pueblo. Las tranquilas calles bordeadas por hileras de arboles, las azaleas en flor, las bellas mujeres…

Mientras intentaba averiguar que era lo que fallaba, diviso el campanario blanco de una iglesia que despuntaba por encima de los arboles y decidio dirigirse hacia una de las calles transversales que acababa de cruzar. Despues de una curva serpentina, todo a su alrededor cambio drasticamente, y pronto se encontro conduciendo a traves de un pueblo que debia de haber sido singular y pintoresco en su dia, pero que ahora parecia a punto de morir de longevidad. Los porches decorados con banderas americanas y macetas colgantes ornamentadas con plantas no conseguian disimular la pintura deteriorada y las paredes enmohecidas debajo de los aleros. Los jardines quedaban ensombrecidos por enormes magnolios, pero las vallas de setos perfectamente recortados solo lograban ocultar parcialmente las estructuras resquebrajadas de las casas. A pesar de todo, lo que vio le parecio francamente acogedor. Un par de parejas de ancianos arropados con jerseis y sentados en las mecedoras de sus porches lo saludaron con la mano.

Necesito un poco de tiempo para percatarse de que no le saludaban porque creyeran reconocerlo, sino porque esa gente era asi de genuina y saludaba a todo el que pasaba. Serpenteo por las calles hasta que finalmente llego al pequeno embarcadero, y una vez alli constato que el pueblo se habia erigido en la confluencia del afluente Boone y el rio Pamlico. Mientras pasaba por la calle Comercial, que sin duda habia sido un prospero distrito antano, tuvo la sensacion de que el pueblo habia entrado en una fase agonizante. Entre los locales vacantes y las lunas de varios escaparates cubiertas por carteles variopintos o paginas de diario, Jeremy diviso dos tiendas de antiguedades abiertas, una deslucida cafeteria, un bar llamado Lookilu y una barberia. Casi todos los establecimientos exhibian nombres con reminiscencias locales, y si bien tenian aspecto de haber estado operativos durante decadas, parecia como si ahora libraran una batalla perdida contra su extincion. El unico vestigio de vida moderna eran las camisetas de vivos colores con esloganes llamativos como ?Los fantasmas de Boone Creek no han podido conmigo!, que engalanaban el escaparate de lo que probablemente era la version rural y surena de un bazar.

Encontro sin ninguna dificultad el Herbs, el restaurante donde trabajaba Doris McClellan. Estaba al final de la calle en un edificio victoriano de finales de siglo de color melocoton. Vio coches aparcados delante de la puerta y en el pequeno aparcamiento con el suelo de gravilla que habia justo al lado del local. Distinguio varias mesas dispersas a traves de las cortinas de las ventanas y tambien en el porche. Por lo que pudo ver, todas las mesas estaban ocupadas, asi que decidio dar una vuelta por el pueblo y regresar mas tarde para conversar con Doris, cuando hubiera disminuido el volumen de trabajo.

Se fijo en el inmueble donde se ubicaba la Camara de Comercio, un pequeno edificio de ladrillo situado en los confines del pueblo que pasaba totalmente desapercibido, y se dirigio hacia la carretera principal. Se detuvo impulsivamente en una de las gasolineras.

Despues de quitarse las gafas de sol, Jeremy bajo el cristal de la ventana. El propietario tenia el pelo cano e iba ataviado con un mono deslustrado y una vieja gorra. Se levanto lentamente de la silla que ocupaba y se dirigio con paso parsimonioso hacia el coche, mascando algo que Jeremy supuso que debia de ser tabaco.

– ?Puedo ayudarle en algo? -dijo con un acento marcadamente sureno al tiempo que exhibia unos dientes con manchas de color marron. En la chapa de identificacion que lucia se podia leer su nombre: Tully.

Jeremy le pregunto la direccion para ir al cementerio, pero en lugar de responder, el propietario miro a Jeremy con sumo detenimiento.

– ?Quien se ha muerto? -pregunto finalmente. Jeremy parpadeo desconcertado.

– Perdon, ?como dice?

– Va a un entierro, ?no? -inquirio el propietario.

– No, simplemente queria ver el cementerio.

El hombre asintio.

– Pues parece que vaya a un entierro.

Jeremy se fijo en su ropa: americana negra sobre un jersey de cuello de cisne tambien negro, pantalones tejanos negros, y zapatos Bruno Magli negros. Realmente Tully tenia razon.

– Supongo que es porque me gusta el color negro. Bueno, ?puede indicarme como llegar…?

El propietario se echo la gorra hacia atras y empezo a hablar lentamente.

– No soporto los entierros. Me recuerdan que deberia ir a misa con mas frecuencia para expiar todos mis pecados antes de que sea demasiado tarde. ?A usted no le sucede lo mismo?

Jeremy no sabia que contestar. No era la tipica pregunta que le hacian a menudo, especialmente como respuesta a una peticion sobre direcciones.

– No, no me ha pasado nunca -se aventuro a articular finalmente.

El propietario saco un trapo sucio del bolsillo y empezo a limpiarse las manos grasientas.

– Me parece que usted no es de aqui. Lo digo por su acento.

– Soy de Nueva York -aclaro Jeremy.

– Ah, he oido hablar mucho de esa ciudad, pero nunca he estado alli -comento mientras observaba el Taurus que Jeremy conducia-. ?Es suyo ese coche?

– No, es de alquiler.

El individuo asintio con la cabeza, y no dijo nada mas durante un rato.

– Siento insistir en el cementerio, pero ?puede indicarme como llegar hasta alli, por favor? -lo acucio Jeremy.

– Ah, si. ?Cual de ellos?

– Creo que se llama Cedar Creek.

El propietario lo observo con curiosidad.

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