a un lado.

—De acuerdo —dijo. Solto la cuerda.

Los muelles de acero del arco vibraron y el dardo, de mas de un metro de largo, salio disparado. Era una delgada varilla de acero con plumas en el extremo. Siguio una trayectoria plana y se clavo en la figura de abajo, la cual movio las manos convulsamente y quedo inmovil. No habian visto su rostro. Al menos, aquel no habia gritado.

—Hay otro mas —dijo Wagoner—. A unos cuarenta metros a la izquierda. Yo me encargare de ese.

—Gracias.

Harvey aparto la mirada. Aquello era demasiado personal. Los rifles irian mejor, o las metralletas. Una metralleta era muy impersonal. Si uno mata a alguien con una ametralladora, puede persuadirse de que lo ha hecho el arma. Pero la ballesta tenia que tensarse con la fuerza muscular. Si, demasiado personal.

No se podia hacer otra cosa. Entrar en el valle significaba la muerte. Durante la fria noche el gas mostaza se habia condensado, y a veces eran visibles pequenos estratos del gas amarillo. Nadie podia entrar en aquel valle. Podian abandonar a los enemigos heridos, o matarlos. Por fortuna todos los heridos de la fortaleza habian sido recogidos antes del ataque con el gas, pero Harvey sabia que Al Hardy hubiera ordenado el ataque aunque no todos hubiesen estado a salvo. Para aquel fin podian ahorrarse municion de rifle y ametralladora. Los dardos de la ballesta eran recuperables. Despues de una buena lluvia, o tras algunos dias de calor, el gas se dispersaria.

Seria un buen fertilizante, lo mismo que los cadaveres. El valle de la Batalla seria una tierra fertil la proxima primavera. Ahora era un matadero.

Harvey trato de recordar el jubilo que habia sentido la noche anterior, la sensacion de estar vivo cuando se desperto por la manana. Aquel trabajo era horrible, pero necesario. No podian abandonar al sufrimiento a los heridos de la Hermandad. De todos modos moririan pronto. Era mejor matarlos limpiamente.

Y aquella habria sido la ultima guerra. Ahora construirian una civilizacion. La Hermandad les habia ahorrado trabajo, al limpiar gran parte de la zona cercana a la fortaleza. Ya no seria necesario enviar una gran expedicion en mision de rescate. Harvey penso en lo que podrian encontrar, en las maravillas que lograrian llevar a casa.

Cuando oyo el ruido del arco, Harvey se volvio. Era su turno. Que Brad descansara un momento.

Maureen termino su trabajo con las muestras de sangre y fue a visitar a los heridos. Resulto duro, pero no tanto como habia esperado. Y supo por que: los casos mas desesperados ya no estaban. Habian muerto. Maureen se pregunto si les habrian ayudado a fallecer. Leonilla, el doctor Valdemar y su esposa psiquiatra, Ruth, conocian sus limites, sabian que muchos que habian inhalado gas mostaza o recibido balazos en el vientre estaban condenados, porque carecian de los medicamentos y el equipo necesarios para salvarlos. Ademas, los afectados por los gases de mostaza acabarian ciegos en su mayoria. ?Habian participado los medicos en el fallecimiento de aquellas personas? Maureen no queria preguntarlo.

Salio del hospital.

En el ayuntamiento se preparaban para celebrar una fiesta, la conmemoracion de la victoria. Maureen penso que se la merecian. Podian llorar a los muertos, pero tenian que seguir viviendo, y aquellas personas habian trabajado, habian dado su sangre y muerto por aquel instante: para la celebracion que significaba el fin de la guerra, que lo peor habia pasado y ahora era tiempo de reconstruir.

Joanna y Rosa Wagoner gritaban de alegria. Habian conseguido encender una lampara.

—?Funciona! —exclamo Joanna—. Hola, Maureen. Hemos conseguido que una lampara arda con metanol.

Aquella lampara no daba mucha luz, pero era suficiente. En un extremo de la gran estancia central con las paredes forradas de libros, algunos ninos preparaban cuencos de ponche. Habia vino de moras y una caja de coca-cola que alguien habia salvado. Habria comida, principalmente cocido, excelente si uno no se paraba a pensar lo que contenia. Las ratas y ardillas no eran en realidad muy diferentes del conejo. No habria muchas verduras en el cocido. Las patatas eran escasas y muy valiosas. Pero habia copos de avena. Dos muchachos exploradores de Gordie Vanee habian bajado de las montanas con avena, cuidadosamente clasificada: los granos mas raquiticos para comer, los mejores para guardarlos como semillas. La Sierra estaba llena de avena silvestre.

No debian olvidar que Escocia habia creado una cocina nacional a base de avena. Aquella noche sabrian cual era el sabor del haggis escoces.

Maureen paso al salon, donde mujeres y ninos colocaban adornos, trapos de vivos colores usados ahora como colgaduras, cualquier cosa que diera ambiente festivo. En un extremo del salon estaba la puerta que daba acceso al despacho del alcalde.

Alli estaban su padre, Al Hardy, el alcalde Seltz y George Christopher, con Eileen Hamner. Su conversacion ceso abruptamente cuando ella entro. Maureen saludo a George y el le respondio, pero parecia algo nervioso, como si de alguna manera se sintiera culpable en su presencia. ?O acaso eran imaginaciones suyas? Pero no imaginaba el silencio de la estancia.

—Seguid con lo que haciais —les dijo.

—Estabamos hablando de... cosas —dijo Al Hardy—. No se si te interesarian...

Maureen se echo a reir.

—No te preocupes por eso. Seguid.

Si se empenaban en seguir tratandola como a una princesa, que lo hicieran. Pero se iba a enterar de lo que sucedia.

—Bien, es un tema un tanto desagradable —dijo Al Hardy.

—?Ah, si?

Maureen se sento al lado de su padre. Este no tenia buen aspecto. Maureen sabia que no sobreviviria al invierno. Los medicos de Bethesda le habian dicho que tenia que tomarse las cosas con mucha mas calma... pero eso era imposible. Puso la mano sobre el brazo del senador y sonrio.

—Diles que no me pasara nada.

La sonrisa de su padre se ensancho.

—?Estas segura, pequena?

—Si. Puedo representar mi papel.

—Diselo, Al.

—Si, senor. Es sobre los prisioneros. ?Que hacemos con ellos?

—No he visto muchos de sus heridos en el hospital —dijo Maureen—. Creia que habria mas...

Hardy asintio.

—Al resto los estamos... Nos ocupamos de ellos. Los que nos preocupan son los cuarenta hombres y las seis mujeres que se rindieron. —Alzo una mano y senalo las posibilidades con los dedos—. Veo las siguientes alternativas. Una. Podemos admitirlos como ciudadanos...

—Nunca —gruno George Christopher.

—Dos. Podemos tratarlos como esclavos. Tres, podemos dejarlos en libertad. Cuatro, podemos matarlos.

—Tampoco los dejaremos libres —dijo George—. Si lo hicieramos, se unirian de nuevo a la Hermandad. No podrian ir a otra parte. Y la Hermandad es todavia mayor que nosotros, no lo olvides. Pueden volver a presentar batalla. Tienen lideres, algunos camiones, morteros... Cierto que capturamos algunas de sus armas, pero siguen estando ahi. —Sonrio ferozmente—. Sin embargo, apuesto a que nunca volveran a meterse con nosotros. —Se quedo un momento pensativo—. Esclavos. Hay muchas cosas que podriamos hacer con esclavos.

—Si. —Hardy hizo un gesto de asentimiento—. Podrian ocuparse de los trabajos mas pensados. Girar bombas compresoras para que tengamos refrigeracion, fuerza muscular para los tornos manuales, pulir vidrio para lentes, incluso tirar de arados. Hay mucho trabajo que nadie quiere hacer...

—Pero la esclavitud es horrible —protesto Maureen.

—?Tu crees? ?Te pareceria mejor si lo llamasemos condena a trabajos forzados? ?Serian sus vidas mucho peores de lo que eran cuando formaban parte de la Hermandad? ?O peor que los condenados en las prisiones antes de que cayera el Martillo?

—No —dijo Maureen—. No estoy pensando en ellos, sino en nosotros. ?Queremos ser la clase de gente que tiene esclavos?

—Entonces matemoslos y terminemos de una vez —dijo George Christopher—. Porque puedes estar segura

Вы читаете El martillo de Lucifer
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×