—?Por que no a tu casa? ?Tu querida esposa estaba empenada en que te detuvieran! Quiza lleve el collar, con o sin el rubi, a tu noble morada, donde, cuando hayas vuelto, podria ingeniarselas para que la policia lo encontrara.

—Es muy capaz —dijo Aldo, pensativo—. Quiza seria mejor que volviera a casa lo antes posible.

—No olvides lo que nos ha dicho ese inspector: prohibido salir de Zurich hasta nueva orden.

En ese momento llego Ulrich, que habia ido a inspeccionar la cocina mas a fondo.

—?Vengan a ver! He oido ruido en la bodega. Como un gemido… Se baja por una trampilla.

Por prudencia, decidieron que Ulrich pasara primero, puesto que conocia la casa. Aldo y Adalbert se precipitaron tras el americano, que al llegar abajo acciono el interruptor de la luz. Lo que descubrieron les hizo retroceder de horror: un hombre cuyo cuerpo era una pura llaga marcada por huellas de quemaduras yacia en el suelo. El rostro tumefacto, ensangrentado, apenas era reconocible, pero aun asi los dos amigos identificaron sin vacilar a Wong. Aldo se arrodillo junto al desdichado, tratando de averiguar por donde habia que empezar a socorrerlo.

—?Dios mio! —murmuro—. ?Como lo han dejado esos miserables! Pero ?por que?

Ulrich, decididamente cada vez mas util, ya habia ido a buscar agua, un vaso, panos limpios e incluso una botella de conac.

—Ademas del rubi, tenian otra idea fija: averiguar donde se encontraba un tal Simon Aronov. Pero este no se de donde ha salido.

—De una villa que esta a tres o cuatro kilometros de aqui —contesto Adalbert—. Yo fui a verlo, pero encontre la casa vacia. ?Y ahora se por que! Una vecina incluso me dijo que lo habia visto marcharse una noche en un taxi con una maleta.

—Vio que se marchaba alguien, pero seguro que no era el —dijo Aldo mientras mojaba un poco con agua el rostro herido—. Ya imaginaras que, cuando lo raptaron, no convocaron a los vecinos para que presenciaran la escena.

—?Como esta?

—?Dejeme ver! —dijo Ulrich—. En mi… profesion, estamos acostumbrados a toda clase de heridas, y ademas, soy un poco medico.

—Hay que ir a buscar una ambulancia para que lo lleven a un hospital —dijo Aldo—. ?En Suiza hay montones!

El americano meneo la cabeza.

—Es inutil. Esta a punto de morir. Lo unico que podemos hacer es tratar de reanimarlo por si tuviera algo que decirnos.

Con infinitas precauciones, sorprendentes en aquel hombre dedicado a actividades violentas, le limpio al moribundo la boca, cubierta de sangre seca, y le hizo tragar un poco de alcohol. Aquello debio de quemarle, pues profirio un debil gemido, pero abrio los ojos. Wong reconocio el rostro ansioso de Aldo inclinado sobre el. Trato de levantar una mano y el principe la tomo entre las suyas.

—?Deprisa! —susurro—. ?Ir deprisa!

—?Adonde quiere que vayamos?

—A Var… Varsovia… ?El senor! Saben… donde esta.

—?Se lo ha dicho usted?

En los ojos apagados se encendio una debil llama, una llama de orgullo.

—Wong… no ha hablado, pero ellos saben… Un traidor… Wurmli. Los espera… alli.

La ultima palabra salio junto con el ultimo suspiro. La cabeza se deslizo un poco entre las manos de Aldo, que la sostenia. Este alzo hacia el americano una mirada interrogativa.

—Si. Se acabo —dijo este—. ?Que piensan hacer? ?Avisar a la policia?

—?Desde luego que no! —dijo Adalbert—. Vamos a tener que marcharnos por las buenas, cuando nos han dicho que no salgamos de la ciudad. Ya nos las arreglaremos para avisarla cuando estemos lejos.

—Eso es muy sensato. ?Y ahora que hacemos? Yo no tengo muchas ganas de eternizarme aqui.

—Es comprensible —dijo Morosini—. Le propongo volver al hotel con nosotros y esperar a que sea una hora decente para pedir que abran la caja fuerte. Mientras tanto, prepararemos la partida. Luego yo le doy lo que le he prometido y nos separamos.

—Un momento —dijo Adalbert—. ?Sabe por casualidad quien es ese tal Wurmli, cuyo nombre acaba de pronunciar Wong?

—Ni idea.

—Yo se quien es —dijo Aldo—. Ahora, vayamonos, aunque te aseguro que lamento no poder rendirle algunos honores a este fiel servidor que era Wong. Es horrible tener que dejarlo aqui.

—Si —dijo Adalbert—, pero es mas prudente.

Poco despues de las ocho de la manana, Vidal-Pellicorne y Morosini salian de Zurich por la carretera en direccion al lago Constanza. Ulrich habia partido hacia un destino desconocido, llevando en el bolsillo el precioso collar de Julia Farnesio acompanado de un certificado de venta que le habia firmado Aldo para evitar cualquier

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