problema. Las maletas habian sido hechas rapidamente; luego, mientras Aldo escribia una carta a Lisa a fin de explicarle que partian en busca de los ladrones y sin duda tambien de los asesinos de Dianora, Adalbert procedia a la puesta a punto de su pequeno bolido con vistas a un largo trayecto. Habia calculado que, turnandose al volante, Aldo y el podrian llegar a Varsovia antes que Sigismond.
—Debe de haber mil doscientos o mil trescientos kilometros. No es nada del otro mundo, y si te sientes con animos…
—No me lo diras dos veces. Quiero la piel de los Solmanski. O ellos o yo.
—Deberias decir «o ellos o nosotros», porque no tengo intencion de quedarme atras. Por cierto, antes has dicho que sabias quien es Wurmli.
—Si. Y tu tambien lo sabes, lo que pasa es que lo has olvidado: es el tipo del banco que hacia de enlace entre Simon y nosotros.
—No puede ser… ?Ese hombre de absoluta confianza?
—Pues mira, ha dejado de serlo. Con dinero se pueden hacer milagros, y los Solmanski no andan escasos. No se como han descubierto a Hans Wurmli, pero, si Wong dice que el traidor es el, tenemos razones de sobra para creerlo. Ya nos ocuparemos de el despues. Algo me dice que lo que nos espera en Varsovia, sea bueno o malo, sera el desenlace de este asunto.
Adalbert asintio con la cabeza y no dijo nada. Estaban atravesando un tramo de carretera malo que requeria toda su atencion. Cuando lo hubieron dejado atras, Aldo pregunto con una imperceptible sonrisa burlona:
—?Crees que podras llevarme hasta alli en buen estado?
—Si pasa algo, puedes seguir conduciendo tu. Pero procura no estropearme el coche. Le tengo mucho carino. ?Es una verdadera maravilla!
Y para corroborar las excelencias de su artilugio, Adalbert piso a fondo el acelerador. El pequeno Amilcar salio disparado.
Al dia siguiente, a primera hora de la tarde, Aldo detenia el coche delante del hotel Europa, en Varsovia. El Amilcar, cubierto de barro y de polvo, ya no se sabia de que color era, pero se habia portado como un valiente — ?solo dos pinchazos!— durante todo el interminable trayecto que, por Munich, Praga, Breslau y Lodz, habia llevado a sus conductores a buen puerto. Ellos tampoco estaban muy enteros: la lluvia los habia acompanado durante una parte del camino. Llegaban molidos, destrozados, habiendo dormido a ratos en un artefacto aparentemente descontrolado y que devoraba kilometros sin tomarse la molestia de ahorrar los baches a sus pasajeros. Sin embargo, a estos los alentaba la esperanza tenaz de llegar antes que el enemigo, supeditado a unos horarios de tren que no siempre coincidian.
Una cosa preocupaba a Aldo: iba a tener que encontrar, sin guia, el camino oculto en los sotanos y las bodegas del gueto, el camino que llevaba a la morada secreta del Cojo. Despues de mas de dos anos, su memoria, habitualmente tan fiel, ?no le fallaria? La idea de que los Solmanski conocieran el camino lo obsesionaba. Cuando llegaron, queria ir inmediatamente a la antigua ciudad judia, pero Adalbert se mostro firme: en el estado nervioso en que se encontraba Aldo, no haria un buen trabajo. Asi que, primero una ducha, una comida y un poco de descanso hasta la caida de la noche.
—Te recuerdo que yo tendre que forzar la puerta de entrada de una casa situada en medio de un barrio llena de vida. ?Podemos acabar mal! Ademas, quiza la urgencia no sea extrema.
—Para mi lo es. Asi que, de acuerdo, nos duchamos y nos comemos un bocadillo, pero dejamos lo de dormir para mas tarde. Piensa que no estoy seguro de encontrar el camino. ?Que haremos si me pierdo?
—Podemos dar la voz de alarma. Despues de todo, Simon es judio y estaremos en pleno gueto. Quiza sus correligionarios se movilicen.
—?De verdad lo crees? Aqui todavia conservan el recuerdo de las botas rusas; son fragiles y detestan el alboroto. En fin, ya veremos. Por el momento, demonos prisa.
Instalados en unas habitaciones inmensas, los dos hombres se dieron un bano caliente que Aldo hizo seguir de una ducha fria, pues habia estado a punto de dormirse. Luego devoraron el contenido de una gran bandeja donde los tradicionales
—Iremos a pie —decidio Morosini—. No esta muy lejos.
Con la gorra calada hasta los ojos, el cuello del Burberry's levantado, la espalda inclinada y las manos metidas en los bolsillos, partieron bajo una llovizna que parecia un cernidillo y que ni ralentizaba la actividad de la ciudad ni le restaba belleza. Adalbert, que no habia estado nunca, admiraba los palacios y los edificios de la Roma del norte. El Rynek, con sus casas renacentistas de largos tejados oblicuos, le encanto, y de forma especial la celebre taberna Fukier, de la que Aldo le hizo algunos comentarios antes de anadir:
—Si salimos vivos de esta y no nos vemos obligados a escapar corriendo, nos quedaremos dos o tres dias y te prometo la tajada de tu vida en Fukier. Tienen vinos que se remontan a las cruzadas. Sin ir mas lejos, yo bebi alli un tokay fabuloso.
—Quiza deberiamos haber empezado por ahi: el ultimo trago del condenado. De esta manera, corro el riesgo de morir sin haberlos probado.
—?Derrotista tu? ?Lo ultimo que me quedaba por ver! Mira, ahi esta la entrada del gueto —anadio Aldo, senalando las torres que marcaban el limite del viejo barrio judio.
El mal tiempo hacia que ya estuviera empezando a anochecer, y en las garitas donde se reunian los vendedores de tabaco, las lamparas de petroleo se encendian una tras otra. Sin vacilar, Morosini se adentro en la calle principal, la mas ancha del antiguo nucleo marcado por los railes del tranvia, pero no tardo en dejarla para meterse en una callejuela tortuosa que recordaba a causa de su aspecto de falla entre dos acantilados y de la presencia, en la entrada, de una chamarileria. Hasta el momento, todo iba bien; el sabia que la calle en cuestion desembocaba en una plazuela con una fuente donde estaba la casa de Elie Amschel, cuya bodega escondia la