alzaba hacia el. Luego, con un gesto que le salio de forma natural porque lo habia sonado muchas veces, la estrecho entre sus brazos llorando.

—?Lisa! —balbucio cubriendole de besos la cabeza, apoyada en su hombro—. Lisa… ?te quiero tanto!

Permanecieron un momento abrazados, unidos a la vez por la pena y por el deslumbramiento del amor que se atreve por fin a decir su nombre, olvidando casi donde se encontraban. Pero de pronto se oyo una voz debil, extenuada:

—?Mira que te ha costado decirlo!

Fueron las ultimas palabras de Celina. Sus ojos, entreabiertos, se cerraron de nuevo, y como si solo hubiera estado esperando ese momento, abandono la lucha y se adentro en la eternidad.

Dos dias mas tarde, la larga gondola negra con los leones de bronce y el terciopelo amaranto bordado en oro se deslizaba por la laguna en direccion a la isla San Michele. Zian, completamente vestido de negro, la impulsaba, pero ese dia solo habia un pasajero: el ataud de Celina cubierto por una funda de terciopelo con las armas de los principes Morosini y bajo un monton de flores.

Aldo, Lisa, Zaccaria, Adalbert y la «familia» seguian en otras gondolas, y toda Venecia detras de ellos, porque toda Venecia conocia y queria a Celina. A los elegantes esquifes de la aristocracia se sumaban, pues, barcas, incluso pontones, que llevaban a horticultores, amigos conocidos o desconocidos y, sobre todo, un imponente ejercito de mujeres vestidas de negro: las gobernantas y las cocineras de toda la ciudad. Todas esas personas cargadas de ramos y de coronas: la humilde nina de los muelles de Napoles, recogida durante su viaje de luna de miel por la princesa Isabelle, se dirigia hacia el panteon principesco, donde reposaria con una pompa digna de una dogaresa.

Curiosamente, a nadie le sorprendia el esplendor deseado por Aldo para ese entierro. Lo que una de las ciudades mas secretas del mundo no sabia, lo adivinaba, y los extranos acontecimientos que se habian desarrollado en casa de los Morosini desde hacia casi un ano no dejaban a nadie indiferente. Ademas, Venecia, que ya se revolvia bajo el puno de los fascistas, veia aquello como una ocasion para reunirse.

A nadie le extranaba tampoco que los cuerpos de Anielka y de Adriana continuaran depositados en una sepultura provisional pese al hecho de que las dos, una por matrimonio y la otra por nacimiento, deberian haber sido llevadas al panteon de los Morosini. Se sabia que Aldo les tenia destinada una tumba comun. Asi, su complicidad se prolongaria mas alla de la muerte.

Esa misma noche, Aldo acompanaba a Lisa al tren de Viena, donde ella esperaria, junto a su abuela, el momento en que los dos pudieran reunirse y entregarse el uno al otro sin provocar escandalo. Pero ya habian acordado que Aldo iria a pasar la Navidad en Austria y que su regalo seria un anillo de compromiso. Hasta entonces, estaria muy ocupado solucionando con su notario el destino de los bienes de su efimera esposa, de los que no pensaba quedarse nada: todo iria a parar a los sucesores de Ferrais o a obras de caridad. Ademas, Morosini todavia tenia que hacer un viaje, sin duda el ultimo como hombre soltero. Unos dias despues del entierro, partia para Sevilla en compania de Adalbert. La Susona tambien tenia derecho al descanso.

Epilogo

Diez meses mas tarde, una hermosa manana de septiembre de 1925, el yate del baron Louis de Rothschild levaba anclas del fondeadero de San Marco para dirigirse hacia el paso del Lido. El tiempo se anunciaba esplendido y la fina roda del potente barco blanco hendia a un ritmo alegre la seda tornasolada de un mar apenas un poco mas azul que el cielo.

De pie en el puente de proa, el brazo de uno rodeando los hombros del otro, el principe y la princesa Morosini miraban el porvenir abrirse ante ellos. Tres dias antes, el cardenal arzobispo de Viena —primo de la senora Von Adlerstein— los habia casado en su capilla privada, en presencia de tan solo algunos amigos y testigos: Adalbert Vidal-Pellicorne y Anna-Maria Moretti por parte del novio, y por la de la novia, su primo Friedrich von Apfelgrune —acababa de casarse con una joven baronesa un poco tonta pero muy guapa, de la que se habia enamorado en un baile en casa de los Kinsky pisandola y rasgandole el vestido— y el ministro de Asuntos Exteriores austriaco, otro primo de la abuela de Lisa. Moritz Kledermann, un poco menos impasible que de costumbre, habia encontrado una sonrisa para entregar a su hija al que iba a convertirse en su esposo. Una Lisa cubierta de muselina blanca, encantadora y muy emocionada bajo la inmensa pamela transparente. Estaba tan radiante que la anciana marquesa de Sommieres, ahora su tia abuela, habia perdido toda su circunspeccion derramando abundantes lagrimas en el momento del compromiso mutuo.

A continuacion, tras la comida servida en el palacio Adlerstein con una pompa digna de una archiduquesa, la nueva pareja habia escapado en automovil para pasar sus primeras horas de intimidad en un encantador albergue situado a orillas del Danubio, despues de haber dado cita en el muelle de los Esclavones, en Venecia, a aquellos cuya compania deseaban durante el viaje que les ofrecia su amigo Louis de Rothschild: Adalbert, la senora de Sommieres y Marie-Angeline du Plan-Crepin. Es decir, los que habian sido companeros de aventuras de Aldo durante la busqueda de las piedras perdidas.

Porque, en realidad, el baron Louis y su barco no se limitaban a llevar a una pareja de enamorados. Se dirigian a Haifa para ir desde alli a Jerusalen, donde los recibiria el presidente de la organizacion sionista, Chaim Weitzmann, el gran quimico que durante la ultima guerra dirigia los laboratorios del Almirantazgo britanico y gracias al cual, durante ese periodo, judios y arabes vivian bastante apaciblemente en Palestina. Era a el y al gran rabino a quienes Morosini y Vidal-Pellicorne entregarian el pectoral del sumo sacerdote, en esos momentos guardado en la caja fuerte del yate. En resumen, todos los participantes del crucero, jovenes esposos y amigos, se limitaban a componer una escolta digna de el.

—?Quien ha oido hablar alguna vez de un viaje de novios con seis o siete participantes? —dijo Morosini, arreglando con ternura el panuelo que Lisa se habia puesto en la cabeza—. Seguramente tu habrias preferido algo mas romantico.

La joven se echo a reir.

—Viajes haremos muchos mas, porque ya no vamos a separarnos y porque Mina va a reincorporarse al trabajo. Y eso es excitante.

—?No me digas que voy a ver reaparecer los trajes sastre con chaqueta en forma de cucurucho de patatas fritas y los zapatos planos con cordones!

—?Ni hablar! Quiero seguir gustandote. Y puedes tranquilizar a Angelo Pisani, que esta muerto de miedo pensando que el antiguo sargento de la casa podria volver a ocupar su puesto. Estare encantada de trabajar contigo, pero tambien tengo intencion de hacer un poco de princesa, aunque solo cuando tenga que cuidarme para no poner en peligro a tu descendencia.

—?De verdad? —dijo Aldo, estrechandola un poco mas fuerte contra si—. ?Quieres tener hijos?

Ella fruncio la naricilla y beso a su marido en la mejilla.

—?Pero si estoy aqui para eso, carino! ?Y quiero una caterva! Tendremos… dos o tres nineras… y un banero para que les impida ir a chapotear al Gran Canal cada vez que se les pase por la cabeza.

—?Estas loca! ?Pero cuanto te quiero!

Y Aldo beso a su mujer de un modo muy poco conyugal.

Lisa se aparto y cogio a su marido de la mano para llevarlo hacia la proa del barco. Se habia puesto seria.

—?A que viene esa expresion tan grave de repente? —pregunto Morosini, preocupado.

—Me pregunto si llegaremos algun dia a esa cita en Jerusalen. No se puede decir que el pectoral haya tenido mucha suerte desde que existe.

—?Que te ronda por la cabeza?

—No lo se: piratas berberiscos…, una tormenta, un huracan quizas…, un rayo…

—?Lisa, Lisa! ?Ay, es malo ser tan optimista! —exclamo Aldo, riendo de buena gana—. Pero si te empenas en desvariar, ten esto bien presente: en caso de naufragio, te cojo entre mis brazos y no te suelto. Si el pectoral

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