– Si, senor -dijo Orme en cuanto estuvo seguro de que Monk no iba a anadir nada mas. Miro a los hombres, luego otra vez a Monk-. Lo capturaremos, senor.
Aquello tambien fue un juramento.
Hubo un murmullo de asentimiento, ninguna voz discrepante, ninguna desgana. Monk sintio un repentino alivio, como si le hubiesen dado una bendicion inesperada que no creyera merecer. Se volvio antes de que lo vieran sonreir, por si acaso alguien malinterpretaba su alegria, atribuyendola a algo mas trivial, y menos profundo que a su gratitud.
El caso Phillips cada vez inquietaba mas a Oliver Rathbone. Irrumpia en sus pensamientos en los momentos en que esperaba ser mas dichoso. Margaret le habia preguntado a que se debia su inquietud, pero el no podia responderle. Una evasiva seria indigna de el, y ella era lo bastante inteligente para no llevarse a engano. Mentir no cabia siquiera plantearlo. Cerraria una puerta entre ellos que quiza no volviera a abrirse jamas porque la culpa la atrancaria.
Y, sin embargo, sentado en su sala de estar frente a Margaret, deseoso de hablar con ella, recordaba cuanto habia disfrutado de sus amigables silencios tan solo uno o dos meses antes. Recordo su sonrisa serena. Margaret era feliz. Rathbone aun la oia reir de una broma. Sus preferidas eran las sutiles, que siempre captaba con regocijo. Incluso las largas discusiones que mantenian cuando no estaban de acuerdo eran delicadas y de lo mas placenteras. Margaret poseia un agudo sentido de la logica y era muy leida, incluso sobre temas que Rathbone no habria esperado que interesaran a una mujer.
Ahora guardaba silencio porque habia una carga tan grande entre ambos que le daba miedo iniciar cualquier conversacion por si esta se aproximaba demasiado a la franqueza, estando el atrapado como estaba en el vortice del caso Philips y de su distanciamiento de Monk y de Hester. Daba la impresion de que afectara a un sinfin de cosas. Como una gota de tinta en un vaso de agua clara, se extendia para mancharlo todo.
Resultaba doloroso estar sentados en la misma habitacion sin hablarse. Pues no se trataba del silencio de unos companeros que no necesitan hablar; era el de dos personas que no se atreven a hacerlo porque media un terreno demasiado peligroso entre ambos.
Estaba siendo un cobarde. Debia encarar la situacion o iria perdiendo gradualmente todo aquello que mas apreciaba. Se iria escurriendo lentamente, hasta que quedara tan poco que ya no podria aferrarse a ello. ?De que tenia miedo, en verdad? ?De haber perdido el respeto de Monk y Hester? ?De haber perdido su amistad y todo lo que esta habia significado para el en el pasado, la pasion y la vitalidad de la existencia, los casos que se empenaban en esclarecer no por conseguir una victoria legal sino por la importancia que tenian? ?Una cruzada que otorgaba a su profesion un valor que ninguna otra cosa podia darle? El dinero y la fama devenian secundarios. Incluso la admiracion de sus coetaneos era un extra agradable mas que el premio por el que luchaba.
Habian buscado la verdad, a veces con grandes sacrificios, arrostrando peligros, superando el miedo, la desilusion, el agotamiento, incluso la casi certeza del fracaso. Y la victoria habia sido sorprendentemente dulce. Incluso cuando traia aparejada la tragedia, y en ocasiones asi habia sido, siempre quedaba un sentido del honor que nada podia arrebatarles.
Con Phillips habia vencido, pero aquella era una victoria amarga. Habia sido inteligente en grado sumo, pero ahora sabia que no habia actuado con sensatez. Phillips era culpable, seguramente de haber asesinado a Fig, pero desde luego del vil abuso que infligia a un sinfin de ninos. Y, segun Rathbone estaba comenzando a creer, del chantaje y la corrupcion de muchos hombres, quizas en puestos donde el perjuicio mancillaria todo el sistema judicial londinense.
Arthur Ballinger le habia entregado el dinero, ?pero, quien habia pagado en realidad, y a. que precio? ?Quien, habia pagado a Ballinger y por que habia aceptado este semejante compromiso? Esa era la pregunta que le impedia hablar con Margaret, y la razon de que estuviera alli sentado en silencio. ?Lo sabria ella? ?Por eso tampoco insistia en que le diera una respuesta? ?Cuan bien conocia a su padre? ?Lo consideraba un hombre honesto o le daba miedo saber la verdad por si no podia hacerle frente?
?Que pensar de la senora Ballinger? ?Que sabia o adivinaba? Casi seguro que nada. Eso tambien podria formar parte de la preocupacion de Margaret. De hecho, ?como no iba a serlo? ?Que haria su madre ante una verdad que resultara fea, un cancer que arruinara la vida social y familiar que tanto valoraba?
Rathbone levanto la vista hacia Margaret, que cosia sentada frente a el, aunque puso cuidado en no mirarla a los ojos por si acaso descifraba lo que estaba pensando. No podia continuar asi. El abismo que los separaba se ensanchaba dia tras dia. Ya no alcanzaban a tocarse a traves de el. Llegaria un momento en que ni siquiera se oirian por mas que gritaran.
La unica solucion consistia en averiguar quien habia encargado a Arthur Ballinger que contratase a Rathbone para defender a Phillips. Ya lo habia preguntado sin obtener respuesta. El descubrimiento debia efectuarse sin que Ballinger lo supiera. Ballinger habia dicho que se trataba de un cliente, por consiguiente, constaria en los libros oficiales de su bufete. El dinero habria circulado por las cuentas, ya que habia sido el bufete el encargado de transferirselo a Rathbone.
Puesto que se trataba de un cliente, y dado que habia dinero de por medio, todo habria quedado anotado por Cribb, el meticuloso pasante de Ballinger. Su trato debio de comenzar en torno a la fecha en que Ballinger fue a ver a Rathbone por primera vez, prosiguiendo hasta la conclusion del juicio contra Phillips y su absolucion. Si Rathbone lograra encontrar una lista de los clientes que visitaron a Ballinger entre esas dos fechas, solo seria cuestion de ir eliminando a aquellos cuyos casos se hubiesen visto, siendo ya asuntos de dominio publico, y, por supuesto, aquellos que aun estuvieran pendientes de juicio.
Ahora bien, no podia presentarse en el bufete de Ballinger y pedir que le dejaran ver los libros. La negativa seria automatica y daria pie a preguntas sumamente incomodas. Haria practicamente imposible la relacion entre Rathbone y su suegro, y obviamente Margaret se daria cuenta de ello. Sabria que Rathbone sospechaba que su padre era responsable de algun acto inmoral, en el mejor de los casos de haber protegido a Phillips por una razon deshonesta. El peor era inimaginable.
Aun asi seria temerariamente peligroso pagar a un tercero para que lo hiciera, suponiendo que pudiera encontrar a una persona con la habilidad necesaria para comprender con exactitud que informacion precisaba. La tentacion de hacer luego chantaje seria tremenda, por no mencionar la oportunidad de vender dicha informacion a otro interesado, como el propio Phillips, quiza.
Solo habia una conclusion posible: Rathbone deberia ingeniarselas para hacerlo en persona. La idea le deprimio sobremanera. Una especie de frio amargo le anudo la boca del estomago. Titubeo de un modo que aborrecia hasta que cayo en la cuenta de que no sabia a quien podia estar chantajeando Phillips valiendose de sus gustos por aquella clase de entretenimientos. ?Quienes eran las victimas de aquellos apetitos que el saciaba, quedando a merced de ser manipulados a su antojo? Podria ser cualquiera de los hombres que hasta entonces habia considerado amigos suyos, hombres honorables y talentosos.
Y entonces un pensamiento todavia mas doloroso se colo por la fuerza en su mente: si la gente sabia de Phillips y de su negocio, ?igualmente podian pensar esas cosas del propio Rathbone! ?Por que no? Era el quien lo habia defendido, ganando su absolucion a costa de perder a sus mas valiosas amistades. Ademas lo habia hecho en publico. ?Por que, por Dios? ?Por vanidad? ?Para demostrarse a si mismo que su brillantez podia conseguir cualquier cosa? Brillantez, si; pero, en este caso, con el honor ensombrecido y sin una pizca de sabiduria.
Si, al dia siguiente tenia que ir al bufete de Ballinger y encontrar los archivos. Cualquier otra opcion era intolerable.
Una cosa era decidirse y otra bastante diferente llevar a cabo el plan. La manana siguiente, cuando su cabriole lo dejo ante el bufete de Ballinger, cobro conciencia con toda exactitud de la gran distancia que mediaba entre ambos, Le constaba que Ballinger no llegaria, como minimo, hasta una hora mas tarde, mientras que el excelente Cribb siempre llegaba temprano. De no haberse tratado del bufete de su suegro, se habria planteado intentar contratarlo para que trabajara en su propio bufete.
– Buenos dias, sir Oliver -dijo Cribb con una cortesia rayana en el sincero placer. Tenia unos cuarenta y cinco anos, pero su aire ascetico le hacia parecer mayor. Era de estatura mediana y enjuto, y su rostro huesudo