muchas cosas que podemos hacer. Yo podria volver a ejercer de enfermera. Solia ganarme la vida por mi cuenta, antes de casarme con el senor Monk, ?sabes?

– ?En serio? ?Cuidando enfermos? ?Pagan por eso?

Scuff abria los ojos como platos, y su tostada se quedo a medio camino de la boca.

– Por supuesto -le aseguro Hester-. Siempre y cuando lo hagas bien, y yo era muy buena. Trabaje en el ejercito, atendiendo a soldados heridos en combate.

– ?Cuando volvian a casa? -pregunto Scuff.

– ?Que va! Iba al campo de batalla y los atendia alli mismo, donde habian caido.

Scuff se sonrojo y luego sonrio, convencido de que Hester le estaba gastando una broma aunque no la comprendiera.

A ella se le ocurrio tomarle el pelo, pero decidio que estaba demasiado asustado. Scuff acababa de encontrar cierto grado de seguridad, quiza por primera vez en su vida, personas a quienes no solo podia amar sino tambien confiar en ellas, y todo eso se le estaba escapando de las manos.

– Lo del campo de batalla va en serio. Alli es donde los soldados necesitan mas a los medicos y enfermeras. Fui a Crimea con el ejercito. Igual que otras tantas senoritas. La batalla se libraba bastante cerca de donde estabamos. La gente solia subir a los cerros que dominaban el valle para observar el combate. No era peligroso, de serlo no lo habrian hecho, por supuesto. Y las enfermeras a veces tambien subiamos, y luego ibamos al campo de batalla en busca de los que seguian vivos y precisaban asistencia medica.

– ?No era horrible? -pregunto Scuff en un susurro, todavia sin hacer el menor caso a la tostada.

– Si que lo era. Tan horrible que nunca quiero recordarlo.

Pero mirar hacia otro lado no resuelve nada, ?verdad? -dijo Hester.

– ?Que podia hacer usted por los soldados que tenian heridas muy graves? -pregunto Scuff-. ?No necesitaban medicos?

– No habia suficientes medicos para atender a todo el mundo a la vez -le dijo Hester, recordando a su pesar los gritos de dolor de los hombres, el caos de los heridos y los agonizantes, y tambien el olor de la sangre. Entonces no se habia sentido abrumada, estaba demasiado atareada en cuestiones practicas, intentando cerrar heridas, amputar un miembro destrozado o salvar a un hombre de morir por un shock-. Aprendi a hacer algunas cosas por mi cuenta, pues las cosas estaban tan mal que yo no podia empeorarlas. Cuando la situacion es desesperada intentas hacer lo que sea aunque no sepas ni por donde empezar. Puedes prestar mucha ayuda con un cuchillo, una sierra, una botella de brandy, hilo y aguja, y por supuesto con tanta agua y vendas como seas capaz de llevar contigo.

– ?Para que sirve la sierra? -pregunto Scuff en voz baja.

Hester vacilo, pero enseguida decidio que cualquier mentira seria peor que la verdad.

– Para serrar huesos aplastados de manera que pueda realizarse un corte limpio y asi poder coser la herida - le explico-. Y a veces tienes que amputar un brazo o una pierna, si se ha gangrenado, que es como si se pudriera la carne. Si no lo hicieras, la gangrena se extenderia por todo el cuerpo y el soldado moriria.

Scuff la miraba fijamente. Tenia la sensacion de que la estuviera viendo por primera vez, con todas las luces encendidas. Hasta entonces habia sido casi como si estuvieran en penumbra. Hester no era tan guapa como otras mujeres que habia conocido, desde luego no tan elegante como algunas damas, de hecho la ropa que llevaba era de lo mas corriente. La habia visto llevar ropa igual de buena a las mujeres que los domingos bajaban a pasear por los muelles. Pero habia algo distinto en su rostro, sobre todo en los ojos, y mas cuando sonreia, como si fuese capaz de ver cosas que a los demas ni se les ocurria.

Siempre habia pensado que las mujeres eran buenas, y sin duda utiles en la casa, las mejores. Pero a la mayoria habia que decirles lo que tenian que hacer, y eran debiles, y se asustaban cuando habia que pelear. Cuidar de las cosas importantes era tarea de hombres. Proteger, luchar, ver que nadie se pasara de la raya eran cosas que debia hacer un hombre. Y los asuntos de inteligencia siempre eran cosa de hombres. Eso si que nadie lo pondria en duda.

Hester le sonreia, pero se le saltaban las lagrimas y pestaneo para contenerlas mientras hablaba de los jovenes soldados que murieron, de aquellos a los que no habia podido ayudar. Scuff sabia que se sentia en esos casos, un dolor tan grande en la garganta que no podias tragar, la manera en que respirabas a bocanadas, pero nada de eso te hacia sentir mejor ni te libraba de la opresion en el pecho.

Pero Hester no lloro. Scuff pidio al cielo que el senor Monk cuidara de ella como era debido. Estaba un poco delgada. Normalmente, las verdaderas damas eran un poco mas… mullidas. Era preciso que alguien cuidara de ella.

– ?Le apetece otra tostada? -pregunto Scuff.

– ?Te apetece a ti? -repuso Hester malinterpretandolo. No la pedia para el.

– ?Se la comera? -insistio Scuff cambiando de tactica-. Yo la preparo. Se como se prepara una tostada.

– Gracias -acepto Hester-. Te lo agradezco. ?Y si pongo mas agua a hervir?

Hizo ademan de ir a levantarse pero Scuff se lo impidio, situandose a su lado para interrumpirle el paso, de modo que tuvo que sentarse otra vez.

– ?Ya lo hago yo! Lo unico que hay que hacer es poner la tetera encima del fogon.

– Gracias -dijo Hester de nuevo, un tanto perpleja pero dispuesta a seguirle la corriente.

Con mucho esmero, Scuff corto otras dos rebanadas de pan, un poco gruesas, una pizca torcidas, pero bastante bien cortadas. Las puso en el tenedor de tostar y las arrimo a la puerta abierta de la hornilla. Aquello no iba a resultar facil, pero podria cuidar de ella. Habia que hacerlo, y ese era su nuevo trabajo. De ahora en adelante, se encargaria de ella.

La tostada comenzo a humear. Le dio la vuelta justo antes de que se quemara. Mas le valia concentrarse.

* * *

En su fuero interno Hester habia debatido si llevarse a Scuff con ella cuando saliera de nuevo a indagar sobre la historia de Durban, para esclarecer si habia algo de verdad en las acusaciones vertidas contra el. La cuestion se encargo de resolverla el propio Scuff. Simplemente, la acompano.

– No estoy segura… -comenzo Hester.

Scuff le sonrio, sin dejar de darse aquellos extranos aires de importancia.

– Me necesita -dijo sin mas, y echo a caminar a su lado como si eso zanjara el asunto.

Hester tomo aire para protestar pero se encontro con que no sabia como decirle que en realidad no lo necesitaba. El silencio fue creciendo hasta volverse insoportable y, como quien calla otorga, dio a entender que admitia lo contrario.

* * *

Despues resulto que Scuff la ayudo a localizar a la mayoria de las personas con las que tenia intencion de hablar. Dieron una larga caminata de una atestada callejuela a la siguiente, discutiendo, preguntando, suplicando informacion para luego discernir las mentiras y errores de los datos fehacientes. A Scuff se le daba mejor que a ella. Tenia un agudo instinto para detectar evasivas y manipulaciones. Tambien estaba mas dispuesto que ella a amenazar o a poner a alguien en evidencia.

– ?No deje que se larguen sin soltar prenda! -le dijo con apremio tras hablar con un hombre de mucha labia y bigote ralo-. Ese tio es un… -Se mordio la lengua para no decir la palabra que tenia en mente-. Apuesto a que fue el senor Durban quien lo saco del fango, pero es demasiado… ronoso para reconocerlo. Eso es lo que es.

Se planto en medio de la estrecha acera y la miro muy serio. Un vendedor ambulante paso junto a ellos empujando su carro, y de un vistazo tuvo claro que Hester no iba a comprarle nada.

– No deberia creese a cualquier idiota que hable con usted -prosiguio Scuff-. Bueno, ya se que no lo hace - admitio generoso-. Ya le dire yo si lo que le cuentan es verdad o no. Mas vale que vayamos en busca de ese Willie the Dip, si es que existe.

Se cruzaron con dos lavanderas que llevaban sendas sabanas llenas de ropa sucia; los bultos rebotaban contra sus anchas caderas.

– ?Crees que no existe? -pregunto Hester.

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