todas las paredes. Olia a sudor y a humo, olores que se mezclaban a un acre hedor a sebo. La gente alli presente tenia un aspecto tan triste y desolado como la atmosfera que los rodeaba. El propietario, corpulento y taciturno, no alentaba las confidencias de los parroquianos embriagados ya ni aguantaba las payasadas de sus clientes. Los servia con brusquedad y de mala gana, como si fueran invitados que hubieran abusado de su hospitalidad. En el rincon, un borracho vocinglero trataba despoticamente a la camarera que le servia y fanfarroneaba ante la concurrencia que podia oirle de sus proezas al endilgarles sacos de harina agusanada a los leprosos del lazareto de Santa Magdalena. Sentado frente a Justino habia un hombre de edad mediana, mal trajeado, de pelo gris y ojos tristes, sosteniendo en sus manos con gran firmeza una jarra de cerveza que tenia, evidentemente, que durarle hasta la hora de cierre de la taberna. Habia dos curtidores jugando a los dados junto a la chimenea, jaleados por una ramera pechugona. Y alli estaba tambien Justino, rumiando sobre la mala suerte que parecia perseguirle de manera implacable durante las ultimas dos semanas.

Lord Fitz Alan lo habia despedido, airado por su obstinada negativa a explicarle por que no habia regresado de Shrewsbury inmediatamente como se le habia ordenado. A Justino no le importaba demasiado dejar el servicio de lord Fitz Alan porque este formaba parte de un pasado que queria rechazar a toda costa. Lo unico que sentia es que cuando su padre se enterara de lo acontecido, creyese que habia mantenido silencio por protegerle a el. La verdad es que la herida aun estaba abierta. Nada habria podido inducir a Justino a revelarle a Fitz Alan el dolor y la intensidad con que sangraba.

Al salir a caballo de la mansion de Fitz Alan en Shropshire, con escasos ahorros y un futuro incierto, no se sentia aun desesperado porque no le faltaban amigos. La liberacion le habia venido de un origen inesperado: el ayudante de su padre.

Justino no podia recordar cuanto tiempo llevaba Martin al servicio del obispo como parte de su servidumbre; siempre se habia esforzado en mostrarse afable con el nino solitario y receloso, que llevaba sobre sus hombros un doble estigma: ser ilegitimo y huerfano. Justino siempre agradecio la atencion y comprendio al fin por que el auxiliar del obispo adoptaba para con el una actitud protectora. Martin sabia o al menos sospechaba la verdad. ?De que otra manera se podria interpretar lo que hizo despues de la violenta escena en la capilla del obispo? Se fue detras de Justino a los establos y le dio el nombre de un pariente, un ilustre caballero que tal vez le ofreciera empleo si lo necesitaba.

Como no podia en manera alguna esperar que Fitz Alan le diera buenas referencias, la recomendacion de Martin era providencial y Justino emprendio el camino hacia el sur, en direccion a la pequena ciudad de Andover. Fue el viaje una desilusion: el pariente de Martin estaba en Normandia y no le esperaban hasta la primavera. Desorientado, Justino continuo su viaje hasta Winchester, simplemente porque no tenia otro sitio donde ir.

Su jarra de cerveza estaba a punto de agotarse. ?Podria permitirse el lujo de comprar otra? No…, a no ser que surgiera un milagro en el camino de regreso a su posada. La puerta se abrio de par en par, dando entrada a dos nuevos parroquianos. Iban mejor vestidos que los clientes habituales y gozaban tambien de mejor humor, exigiendo ruidosamente que les sirviera la criada, incluso antes de haber encontrado una mesa donde sentarse. No tardaron mucho en regatear con la prostituta sobre el precio que pedia por sus servicios, en voz tan alta que los otros parroquianos de la taberna no tenian mas remedio que enterarse.

La idea de tener que escuchar a su pesar la conversacion de los recien llegados no era algo que divirtiera a Justino y empezo por ponerse de pie para salir de la taberna cuando lo detuvo el grito estridente de «?Aubrey!». Un tercer hombre acababa de entrar dando tumbos en la taberna, abriendose paso hacia los companeros que le llamaban. Justino se volvio a sentar y apuro el resto de su cerveza. El nombre de Aubrey era un nombre corriente. ?Es que se iba a estremecer cada vez que lo oyera? Su nombre de pila, en cambio, era mucho menos frecuente y a menudo tenia que explicar que era el nombre de un martir de los primeros tiempos del cristianismo. Se preguntaba con frecuencia por que su padre lo habia escogido, y si tendria un trasfondo ironico. ?Como lo habria llamado su madre si hubiera vivido? No sabia nada de ella, ni siquiera su nombre, porque la unica persona que podria contestar a sus preguntas era la ultima persona a quien el se las haria.

En aquel momento se menciono un nuevo nombre que atrajo su atencion con no menos fuerza que el de «Aubrey». Sus escandalosos vecinos estaban bromeando acerca de la desaparicion del rey Ricardo. Las bromas eran pesadas y malas y Justino las habia oido ya. Lo que le intrigo fue la mencion del hermano del rey.

– Os digo -insistia el que llamaban Aubrey- que el hermano del rey debe de estar planeando hacerle el trabajo al diablo. Uno de los sargentos en el castillo asegura que ha oido comentar que Juan esta reclutando hombres a toda prisa. Sois vosotros dos, atontados, quienes debiais pensar en ello, porque el no es muy exigente. ?Si un hombre tiene agallas y sabe manejar la espada, se le admitira al servicio de Juan!

Se daba por descontado que los huespedes de la posada compartirian las camas porque la intimidad y la vida privada eran un lujo desconocido en aquel mundo. Apretujado entre dos extranos que no dejaban de roncar, Justino durmio poco y mal. Cuando se levanto de madrugada, vio que habia nevado durante la noche.

Winchester estaba empezando a despertarse. Un guardia medio dormido abrio paso a Justino, con un gesto de la mano, por la Puerta del Este y el salio de la ciudad camino de Alresford. El cielo era plomizo. No habia cabalgado ni siquiera una milla cuando empezo otra vez a nevar. No se veia a ningun otro viajero, a no ser una figura solitaria acurrucada a un lado del camino. Justino se pregunto que necesidad tan extrema podia impulsar a un hombre a mendigar bajo la nieve y, al acercarse, hallo respuesta a su pregunta al ver los badajos de estano chocando contra el cuenco que como limosnera sostenia el mendigo en la mano -objeto utilizado por los leprosos para avisar a la gente de que se acercaban.

Justillo sentia una gran compasion por los leprosos, olvidados por todos, menos por Dios. Avergonzado y apesadumbrado por no poder darle limosna, freno el caballo y dijo cortesmente: «Buenos dias, amigo».

La capa del leproso le ocultaba el rostro. Justino no sabia si lo que ocultaba eran los estragos de su enfermedad, pero si alcanzo a ver fugazmente la mano mutilada del enfermo, con munones donde debian haber estado los dedos. Su dificil situacion le parecio de pronto menos peligrosa, asi que rebusco en la bolsa donde llevaba el dinero, se inclino y puso un cuarto de penique en el cuenco, avergonzado de no poder darle algo mas. Pero el leproso habia aprendido a agradecer el mas humilde ofrecimiento, aunque solo fuera una muestra de cortesia y le dijo a Justino: «?Que Dios te acompane!».

El camino estaba casi cubierto de nieve y con tramos helados. Afortunadamente, el gran caballo alazan de Justino era tan seguro como una muia. Pero confiaba en que fuera un viaje lento, porque no estaba dispuesto a poner en riesgo la seguridad de su montura. Copper era su orgullo y su alegria; sabia la suerte que tenia con ser dueno de un caballo, sobre todo de uno como Copper. Lo pudo comprar porque el animal se quebro una pata y el ofrecio mas dinero del que habria ofrecido el carnicero. Tardo meses en lograr que el animal se restableciera, pero valieron la pena el tiempo y el esfuerzo. Alargando la mano, dio al caballo una palmada en el cuello y despues se echo el aliento en las manos para calentarselas, porque empezaban a entumecersele los dedos.

El posadero le habia dicho que el pueblo de Aireslord estaba a poco mas de siete millas de Winchester y el de Alton a otras ocho millas mas o menos. Si hubiera sido verano, podia haber avanzado treinta millas mas antes de que anocheciera. Pero hoy se consideraria afortunado si llegaba a Alton al anochecer. Desde alli a Guildford habia veinte millas y treinta mas hasta su destino final, Londres. Eso suponia cuatro o cinco dias de camino, segun se comportara el tiempo. Era mucho viaje por una corazonada.

Aflojando las riendas, Justino le dio a Copper un corto descanso. El lazareto de Santa Maria Magdalena quedo atras hacia ya tiempo. El terreno era mas llano una vez pasada la colina de San Giles. Pero el camino por el que cabalgaba era como un camino fantasma; el leproso era la unica otra alma perdida que encontro en el.

?Era este cabalgar hacia Londres una mision sin sentido? Tumbado y despierto paso la noche en aquella posada desolada y llena de pulgas, y penso mucho sobre su futuro y sobre los dones que poseia para desenvolverse en la vida. Durante los anos que estuvo al servicio de lord Fitz Alan se le habia ensenado el manejo de la espada. Y sabia leer y escribir. Para ser el «bastardo de una ramera» no se le habia educado mal… Al menos ahora sabia la razon: no fue caridad cristiana, sino una forma de acallar los remordimientos de conciencia.

Pero esa formacion podria muy bien ser ahora su salvacion. Habia oido decir que en Londres los escribas ponian cabinas en la catedral de San Pablo y se dedicaban a escribir cartas y documentos legales a cambio de dinero. Si el pudiera colocarse de escriba, tal vez pudiera ir desenvolviendose de momento y tener mientras tanto la oportunidad de decidir lo que queria hacer.

O podia tomar otra direccion en su camino. Podia ofrecerle sus servicios al hermano del rey. Si ese patan de

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