la taberna habia dicho la verdad, Juan no era persona que exigiera referencias. Justino no estaba seguro de si queria luchar para poner a Juan en el trono de Inglaterra. Pero sospechaba que el hambre acallaria rapidamente sus escrupulos.
El camino empezo a estrecharse, a medida que penetraba en el bosque. Ramas secas y sarmentosas apunalaban el firmamento por encima de su cabeza. Fresnos helados se mecian con el viento y las graciles siluetas de los abedules se alzaban a sus espaldas. Por doquier la maleza se espesaba y se enredaba con los matorrales mas viejos, los setos de espino y el acebo. La nieve inmaculada y reluciente de vez en cuando se veia surcada por huellas de ciervo, de martas y de zorros. Salto un conejo en busca de escondrijo y una ardilla rojiza y curiosa corrio detras de Justino durante un rato, columpiandose de arbol en arbol con la pericia de un acrobata. El paisaje helado y cubierto de nieve tenia una belleza austera, que Justino habria apreciado mas si no hubiera estado el mismo helado tambien.
– ?Ahora?
– No, no es el.
Sobresaltado por el repentino sonido de unas voces, cosa insolita en este entorno tranquilo y nemoroso, Justino se volvio en su montura, buscando la empunadura de su espada. A su izquierda, unos arboles caidos habian formado una especie de refugio protegido por ramas de acebo verdes y brillantes. Esta guarida o cobijo ofrecia un santuario natural para el perdido viajero. Para alguien fuera de la ley podria ser el camuflaje ideal para tender una emboscada.
Justino espoleo a
El primer disparo fue sordo y confuso. Justino freno el caballo y aguzo el oido. Se oyo otro disparo y esta vez no cabia la menor duda: era una desesperada peticion de ayuda. Mas tarde, mucho mas tarde, Justino se sorprenderia de su imprudente reaccion. Pero entonces reacciono instintivamente, atraido de forma irresistible por los ecos inquietantes de esa urgente y desesperada peticion de auxilio.
Retrocedio por la nieve, torcio una curva del camino y estuvo a punto de chocar con un caballo desbocado y sin jinete. Virando a tiempo para evitar ser aplastado por el amedrentado animal, desenvaino la espada, porque cualquier duda que pudiera haberle asaltado sobre lo que se iba a encontrar, se habia desvanecido.
Los ecos de una pelea aumentaban de volumen. Reaccionando animosamente a la espuela de Justino, el semental paso a tal velocidad sobre la nieve que su galope resultaba peligroso en un terreno tan traicionero. Un poco mas adelante, un caballo relinchaba. Se oyo otro grito sofocado pidiendo ayuda y una explosion de juramentos. Justino estaba ya cerca del refugio. Una figura yacia boca abajo en mitad del camino, gimiendo. Cerca de ella, dos hombres se peleaban con fiereza mientras que un tercero trataba de agarrar las riendas de un caballo roano que estaba a punto de desplomarse. Pero aunque Justino estaba ahora lo suficientemente cerca para ver lo que estaba ocurriendo, no lo estaba para impedir lo que iba a ocurrir a continuacion. Uno de los hombres se tambaleo de pronto para caer al suelo a los pies del que le habia agredido. El forajido no vacilo. Se inclino sobre su victima y con la sangre chorreando aun de su daga, arranco los anillos de los dedos del hombre y a continuacion, y deprisa, empezo a cachearle el cuerpo.
– ?Lo has encontrado? -Al recibir tan solo un grunido por respuesta, el segundo bandido trato de acercar el caballo, profiriendo juramentos cuando el animal se le resistia-. Tal vez lo haya escondido en su tunica. ?Por los clavos de Cristo, Gib, ten cuidado!
Gib se volvio apresuradamente, vio venir a Justino cabalgando a galope tendido hacia ellos con la espada desenvainada, y se puso de pie de un salto. En tres zancadas llego a donde estaba el caballo roano y salto sobre la montura. «?A que esperas, imbecil?», le grito a su companero, que seguia inmovil, mirando anonadado a Justino que se acercaba. Reacciono al fin, y el rezagado se agarro a la mano extendida hacia el y se puso de pie para seguir a su companero. Cuando Justino llego al escenario de la emboscada, los forajidos habian huido.
Justino no tenia la menor intencion de perseguirlos. Seguramente tendrian sus caballos escondidos cerca de alli y conocian el bosque mucho mejor que el. Al tirar de las riendas de su caballo por poco no sufre un accidente, porque
El que tenia mas cerca era un muchacho fornido aproximadamente de su misma edad. Su rostro era blanco como la nieve y tenia el pelo enmaranado y manchado de sangre. Parecia aturdido y desorientado, pero logro incorporarse y Justino no perdio tiempo en detenerse junto a el sino que se dirigio al otro hombre, que yacia inmovil, lo que le alarmo. Una gran mancha carmesi se extendia mas alla de su cuerpo y cubria la nieve. Se arrodillo a su lado, y Justino contuvo el aliento porque enseguida supo que estaba contemplando la muerte cara a cara.
El hombre habia traspasado ya la juventud y tendria unos cincuenta anos a juzgar por el pelo gris que generosamente salpicaba su cabello castano y su bien cuidada barba. Su manto era de lana de buena calidad y sus botas de suave badana. A juzgar por lo que Justino habia visto de su caballo ruano que los bandidos habian robado, era este un ejemplar excepcional. Su amo debia de ser ciertamente un prospero menestral o un caballero lo suficientemente rico como para viajar con un criado, y se estaba muriendo ahora sobre la nieve pisoteada y ensangrentada, sin el auxilio espiritual de la confesion y en soledad, solo acompanado por un extrano que le sostenia la mano.
Justino no se habia sentido nunca tan inutil. Trato de contener la hemorragia con el costoso manto de lana, pero pronto se dio cuenta de que era en vano. Apoyando la cabeza del hombre en el hueco interior de su codo, recogio la bota que llevaba colgada del cinturon, murmurando palabras de aliento y esperanza que bien sabia eran mentiras. Una vida se extinguia poco a poco ante sus ojos y el no podia hacer nada para evitarlo.
Los parpados del hombre se movian temblorosos. Tenia las pupilas dilatadas y vidriosas y no podia ver. Cuando Justino inclino la bota hacia su boca, el liquido le chorreo por la barbilla. Mientras tanto, el otro hombre se desplomo dando tumbos sobre el suelo, hundiendose en la nieve, junto a ellos. Por el supo Justino que el moribundo era un acaudalado orfebre de Winchester, Gervase Fitz Randolph, que se dirigia a Londres con una mision secreta que no habia confiado a nadie, pero fueron atacados por unos bandidos que de una manera u otra espantaron a sus caballos.
«A mi me tiro al suelo -dijo el joven, conteniendo un sollozo-. Lo siento, senor Gervase, lo siento mucho…»
Al oir su nombre parecio que Gervase saliera de su letargo. Su mirada vago primero de un lado a otro y despues, poco a poco, se fue centrando en Justino. Su pecho subia y bajaba mientras el trataba de hacer entrar el aire en sus fatigados pulmones, pero tenia evidentemente una necesidad no menos apremiante que su dolor y no hizo caso del consejo de Justino de que permaneciera inmovil.
– Ellos no… no… no la han encontrado. -Arrastraba las palabras que eran tan inaudibles como un suspiro, pero al mismo tiempo tenian un deje de triunfo.
Justino estaba perplejo porque habia visto al forajido robar la bolsa de dinero de Gervase.
– ?Que es lo que no han encontrado?
– Su carta… -Gervase aspiro profundamente y entonces dijo con sorprendente claridad-. No puedo