defraudarla. Teneis que prometerme, prometerme…
– ?Prometeros que? -pregunto Justino cautamente, porque una promesa en el lecho de muerte era una tela de arana espiritual que podia con toda seguridad atraparle.
Un hilillo de sangre habia empezado a salir de la comisura de sus labios. Cuando volvio a hablar, Justino tuvo que inclinarse para poder oirle, tan cerca de el que podia notar su aliento entrecortado en su propio rostro. Incapaz de creer lo que acababa de oir, miro con incredulidad al mortalmente herido orfebre.
– ?Que habeis dicho?
– Prometedme -repitio Gervase, y si bien su voz era debil, sus ojos miraban ardientemente los de Justino con tal fervor que parecia hipnotizarle-: debeis entregarle esta carta a ella… a la reina.
2. LONDRES
Frenando el caballo en la colina de Old Bourn, Justino dirigio la mirada a la ciudad que se extendia a sus pies. No habia visto nunca tantos tejados, tantos campanarios, tantos y tan confusos laberintos de calles y callejones. La torre y el chapitel de la catedral de San Pablo, parcialmente terminados de construir, parecian elevarse hacia el cielo y, en la distancia, la fortaleza encalada de la Torre relucia a la luz del crepusculo. El rio Tamesis habia adquirido un brillo color oro apagado con destellos de luces parpadeantes, al mecerse en sus aguas las barcas alumbradas por linternas. Mientras se desvanecia la luz del dia, Justino permanecio montado en su caballo, sobrecogido y anonadado por su primera vision de Londres.
Desde el altozano, la ciudad era aun mas sobrecogedora, mas excitante, abigarrada y caotica. Las calles eran estrechas y todas ellas sin pavimentar. Las casas de madera, pintadas en vivos colores de rojo, azul y negro, se erguian sobre ellas y les daban sombra. El cielo estaba tiznado del humo de cientos de chimeneas, y bandadas de gaviotas revoloteaban de un lado a otro, anadiendo sus chillidos estridentes al clamor del trafico del rio. Los barqueros gritaban: «?Vamos hacia el oeste!» mientras dirigian sus barcas hacia Southwark. «?Vamos hacia el este!» para los que querian cruzar a la ribera de Londres. Algunos vendedores ambulantes gritaba «?Empanadas calientes!» a todo lo largo del Cheapside, el camino central que va de este a oeste de la
Al abrirse paso por la Cheapside, Justino tuvo que parar su caballo con frecuencia, porque la calle estaba abarrotada de gente, que cruzaba de un lado a otro entre pesadas carretas y jinetes que proferian juramentos con el aplomo del tipico habitante de una ciudad. Parecian igualmente indiferentes a perros, gansos y cerdos que sin dueno erraban por doquier y ni se inmutaban siquiera cuando una mujer abria la ventana de un piso alto y tiraba el contenido de un orinal en el vertedero central de la calle. Los londinenses se apartaban en el momento justo, y otros se detenian un instante para echar maldiciones a lo alto, y la mayoria continuaba su camino sin perder el paso. Asombrado de esta indiferencia ciudadana, Justino siguio cabalgando.
Era este un mundo que vibraba incesantemente con el tanir de las campanas de las iglesias, porque anunciaban las fiestas, doblaban a muerto, repicaban ante acontecimientos alegres: bodas, coronaciones reales, elecciones locales, procesiones, nacimientos y para suplicar oraciones por los feligreses agonizantes, para llamar a misa a los fieles y para hacer constar la hora canonica. Como la mayoria de la gente, Justino habia aprendido a oir solo lo que queria oir, de manera que el incesante campaneo se desvanecia al mezclarse con los ruidos de la vida cotidiana. Pero nunca habia estado en una ciudad con mas de cien iglesias y se encontro de pronto sumergido en oleadas de sonidos reverberantes. El sol se habia escondido ya tras la linea del horizonte y tuvo que apresurarse a parar a un transeunte para preguntarle sobre un posible alojamiento. Le dirigieron a una posada pequena y destartalada que estaba en una bocacalle del Cheapside, donde pidio una cama para el y un lugar en el establo para
Justino tenia hambre, pero sobre todo se sentia agotado. Habia dormido poco desde la emboscada del dia de la Epifania en el camino de Alresford. Edwin, el criado de Gervase Fitz Randolph, y el mismo trasladaron el cadaver del orfebre a Alresford, donde el cura del pueblo alerto al juez del distrito a que comunicara la triste noticia a la familia Fitz Randolph. Justino continuo su viaje a Londres, angustiado por recuerdos del asesinato y la carta que llevaba escondida en su casaca, mas pesada, segun el, que una piedra de molino.
Segun el posadero, Justino compartiria el dormitorio con dos marineros bretones que habian salido. La habitacion estaba parcamente amueblada y disponia solo de tres camastros cubiertos con apolilladas mantas de lana y otros tantos taburetes, y sin ni siquiera un orinal. Justino se sento en la cama que tenia mas cerca, puso su vela sobre uno de los taburetes y saco la carta.
Gervase la habia escondido en una bolsa de cuero que llevaba colgada del cuello. La bolsa estaba tan empapada de sangre que Justino la tiro en el mismo lugar del asesinato. El pergamino estaba doblado y atravesado y cosido con una cinta fina; los bordes de esta estaban sellados con lacre, sello que estaba aun intacto. Aunque eso no significaba nada para Justino. Por mas que la examino, la carta no le proporciono ninguna clave. Como evidencia de la muerte violenta de un hombre, era preocupante. Pero ?iba realmente destinada a la reina de Inglaterra?
Estuvo a punto de romper el sello un monton de veces, y otras tantas resistio la tentacion. ?Era la sangre seca que manchaba el pergamino lo que le inspiraba esa sensacion de que habia en ella un presentimiento, una premonicion? ?En que lio se habia metido? ?Por los clavos de Cristo!, ?como iba a poder entregarle a Leonor de Aquitania la carta de un hombre que acababa de morir?
Conocia, por supuesto, la extraordinaria historia de Leonor de Aquitania; en toda la cristiandad, no habia nadie que la desconociera. En su juventud habia sido una gran belleza y una heredera aun mas famosa, duquesa de Aquitania por derecho propio que a la edad de quince anos era ya reina de Francia. Pero el matrimonio no habia ido bien, porque nunca es buena mezcla el vino y la leche. El piadoso y exageradamente serio Luis estaba tan perplejo como cautivado por su joven y vivaz esposa, mientras que sus consejeros murmuraban que Leonor era demasiado inteligente y mas tenaz, decidida y franca de lo que debe serlo cualquier mujer. Hubo rumores y sugerencias de escandalos conforme iban pasando los anos, que acabaron con una desastrosa cruzada en Tierra Santa, una separacion y reconciliacion publicas a instancias del Papa y a pocos les sorprendio el que el rey y su polemica esposa terminaran por divorciarse, porque, por mucho que Luis la amara -y si que la amaba-, Leonor no habia logrado darle un hijo y este pecado no se le podia perdonar a ninguna reina.
Leonor regreso a sus antiguos dominios de Aquitania y se esperaba que de un momento a otro, tras un prudente lapso de tiempo, Luis y su Consejo eligieran otro marido para ella, un hombre que fuera aceptable para la Corona de Francia. Nadie tuvo en cuenta los deseos de Leonor, asi que la conmocion fue mayor cuando se corrieron voces de una repentina boda secreta, dos meses despues del divorcio, con Henry Fitz Empress, duque de Normandia.
Si Leonor y Luis habian sido una pareja notoriamente desigual, ella y Enrique se parecian demasiado, como dos halcones que volaran a la misma altura, ascendiendo juntos hacia el sol. Leonor rondaba los treinta anos y Enrique tenia tan solo diecinueve, pero eran amigos entranables que compartian las mismas opiniones y actitudes en todas las cuestiones de importancia, ambicionando imperios y deseandose el uno al otro en cuerpo y alma, indiferentes a la opinion publica y al dolorido ultraje del rey frances. Enrique no tardo mucho en mostrar al resto de la cristiandad lo que Leonor habia visto en el. Cuando se apremiaba a Luis a que enviara una expedicion de castigo contra los recien casados, Enrique repelio al ejercito frances y le obligo a cruzar la frontera en menos de seis semanas y concentro su interes en Inglaterra. Su madre habia librado con su primo una larga y sangrienta guerra civil para ocupar el trono de Inglaterra. Enrique se vengo de la perdida que habia sufrido su madre, reclamando la corona que se le habia negado a ella. Apenas dos anos despues del matrimonio, Leonor era reina