una vez mas, esta vez reina de Inglaterra.

El matrimonio, sin embargo, resulto ser una union apasionada, desde luego, pero tumultuosa y, finalmente, condenada al fracaso. La «reina esteril» le dio ocho hijos, cinco varones y tres hijas. Se amaron, se pelearon, se reconciliaron y reinaron sobre un vasto territorio que se extendia desde Escocia hasta los Pirineos. Con todo, Enrique cometio un pecado imperdonable al entregarle su corazon a una mujer mas joven. En el mundo en que vivian se esperaba que una esposa pasara por alto las infidelidades de su marido, por muy flagrantes que fueran. Pero Leonor no era como las demas mujeres y Enrique tuvo que pagar un elevado precio por sus galanteos: una rebelion instigada por la reina con ayuda de sus propios hijos.

Tambien Leonor pago un elevado precio. Capturada por los soldados de Enrique, se la mantuvo prisionera durante dieciseis anos y no recupero la libertad hasta la muerte de Enrique. Una reclusion tan prolongada habria destrozado a la mujer mas fuerte. No sucedio asi con Leonor. La joven reina apasionada, la esposa traicionada y amargada eran meros fantasmas relegados al pasado. Ahora, a sus setenta y cinco anos, se la aclamaba y admiraba por su sagacidad y perspicacia, y llego a reinar sobre Inglaterra en ausencia de su hijo, incondicional protectora de los intereses de este, orgullosa matriarca de una gran dinastia y una leyenda viviente. ?Era esta la mujer que esperaba una carta de un orfebre asesinado? A Justino le parecia todo esto francamente improbable.

Unos golpes en el hueco de la escalera despertaron a Justino de sus inquietos suenos, recordandole que su intimidad no existia: los marineros bretones volverian en cualquier momento. Ya era hora. Tiro de las cuerdas, rompio el sello y desdoblo el pergamino. Habia dos cartas. Justino cogio una, contuvo el aliento y cuando leyo la salutacion que la encabezaba: «Walter de Coutances, arzobispo de Ruan, a Su Alteza, la reina Leonor, duquesa de Aquitania y condesa de Potou, saludos». ?Luego el orfebre habia dicho la verdad! Leyo la pagina por encima, lo suficiente para hacerle buscar apresuradamente la segunda carta.

Enrique, por la gracia de Dios, emperador de Romanos y sempiternamente Augusto, a su dilecto y especial amigo Felipe, el muy ilustre rey de los franceses, salud y sinceros amor y afecto.

Justino acerco el pergamino a la parpadeante luz de la vela y clavo los ojos en la pagina. Hecho esto, se quedo inmovil, lleno de estupor y estremecido por lo que acababa de leer. Que Dios le concediera su ayuda porque ?que secreto podia ser mas peligroso que el que el poseia ahora? Ahora tenia la respuesta a la pregunta que se hacia toda la cristiandad. Sabia lo que le habia pasado al desaparecido rey ingles.

La reina Leonor habia recibido a la Corte en Westminster en la festividad de la Navidad, pero ahora residia en la forre, donde ocupaba los espaciosos apartamentos del segundo piso. Los del primero habian estado todo el dia abarrotados con peticionarios que competian para convencer a Peter de Blois, secretario y canciller de la reina, de que merecian que se les escuchara. Peter no se dejaba impresionar facilmente con historias por tragicas que fuesen y despedia a la mayoria de los peticionarios sin ver a la reina. Uno de los que se negaron a marcharse atrajo la atencion de Claudine de Loudun, una joven viuda, pariente lejana y camarera de la reina. Esta tuvo la curiosidad de investigar y cuando regreso al piso de arriba, estaba decidida a frustrar la voluntad del imperioso Peter.

Los hombres reunidos en el gran salon de Leonor alrededor de la chimenea no perdian silaba de las palabras de sir Durand de Curzon, quien rodeado de admiradores, daba la impresion de necesitar la presencia de un publico tanto como necesitaba el vino, las mujeres y la buena vida. La broma del momento tenia como protagonistas a un bandolero, a una monja y a un aturdido posadero, y el chiste provocaba una explosion de carcajadas. A Claudine no le sorprendio encontrar alli al viejo bufon y se quedo escuchando el tiempo suficiente para deducir el previsible final del chiste. Cruzo luego el salon y entro en la camara de la reina.

Reinaba alli un prudencial silencio, pero la reina no estaba sola. Una de las damas de Leonor ordenaba un arca atestada de telas de hilo y de seda; un criado se ocupaba de la chimenea; el galgo favorito de la reina roia contento un cojin del que se habia apoderado. Claudine no quiso privar al fiel animal de su botin y simulo que no lo veia. Su complicidad era la que un rebelde le debe a otro rebelde.

A corta distancia, el capellan de la reina hablaba de cetreria con William Longsword, un hijo bastardo del difunto marido de Leonor. En otras circunstancias, Claudine se habria unido a la conversacion, porque le apasionaba la cetreria y ambos eran hombres que se contaban entre sus predilectos. Le gustaba bromear con el distinguido y gallardo capellan, demasiado apuesto para ser sacerdote, y Will, un joven pelirrojo, afable, de baja estatura, fornido, de unos treinta y tantos anos, era una persona de las que no se encuentran cada dia: era el un hombre de influencia carente de enemigos, con tan buen corazon que ni los mas cinicos podian dudar de su sinceridad. Les dirigio a los dos una sonrisa juguetona al pasar, sin detenerse, decidida a encontrar a la reina.

La puerta del extremo meridional del salon daba a la capilla de San Juan Evangelista, pero Claudine no tuvo reparo alguno en entrar porque conocia a Leonor lo suficientemente bien para saber que la reina buscaba soledad y no el consuelo espiritual. El palido sol de enero se filtraba en la capilla a traves de los vitrales espejeando los muros de piedra y las elevadas columnas, que semejaban estar hechos de marfil. Para Claudine, la desnuda sencillez de esta pequena capilla normanda era mas hermosa que la mas grandiosa de las catedrales. La piedad de Claudine se apoyaba en impactos esteticos muy fuertes; en esto se parecia mucho a su real senora.

Como suponia, no encontro a Leonor rezando. La reina estaba de pie junto a una de las vidrieras, contemplando el cielo surcado de nubes. Pocas personas llegaban a la edad de setenta anos, y menos las que, como Leonor, los llevaban con tanto garbo y donaire. Seguia siendo esbelta como un junco, de paso firme y rapido, la voluntad indomita como en sus mejores anos. Se daba cuenta de que se estaba haciendo vieja, pese a desafiar a todos los achaques de la edad. Solo a la muerte no podia desafiar. Conocia los dolores de una madre: habia enterrado hasta ahora a cuatro de sus hijos. Pero a ninguno amaba tanto como a su hijo Ricardo.

Leonor se volvio al oir que se abria la puerta. La mortecina luz invernal le robaba el color a su rostro, haciendo mas profundas las sombras de insomnio que resaltaban sus ojeras. Sonrio al ver a Claudine, una sonrisa que desmentia su edad y desafiaba sus inquietudes.

– Me estaba preguntando adonde te habias ido, Claudine. Tienes en el rostro la misma expresion del gato que se relame. ?Que diablura estas planeando ahora?

– Ninguna, senora, todo lo contrario: una buena obra. -Claudine no pudo evitar una mueca de fingida seriedad-. Tengo que pediros un favor, senora. Peter tiene la intencion de decirles a los peticionarios que aun esperan que vuelvan manana. Antes de que lo haga, ?podeis disponer de unos momentos para uno de ellos? Lleva aqui desde el amanecer y creo que esta dispuesto a esperar hasta el dia del Juicio Final si fuera necesario.

– Si lo que necesita es tan urgente, ?por que no lo ha dejado entrar Peter?

– Supongo que porque se mostro reacio a decirle a Peter por que deseaba que se le concediera esta audiencia. -Claudine no anadio que no habia mejor manera para enojar a Peter que rehusarle la informacion pertinente. Pero tampoco era preciso que Leonor conociera bien a todos los que estaban a su servicio, pese a poner en esto especial interes.

– ?Que afortunado es este joven al tenerte a ti de portavoz! -respondio Leonor con sequedad-. Es joven, ?no es asi? ?Y bien parecido?

Claudine hizo un gesto, sin inmutarse en absoluto por el hecho de haber sido cogida in fraganti.

– Ciertamente lo es, senora. Es alto y bien plantado, con el cabello mas oscuro que el pecado, los ojos del color del humo y una sonrisa como la salida del sol. No fue mas comunicativo conmigo de lo que lo fue con Peter, pero tenia buenos modales y llevaba una buena espada al cinto. -Esto lo dijo para asegurarle a Leonor que el desconocido era uno de los suyos, no un hombre de baja clase.

Los ojos de Leonor se iluminaron con un destello de ironia.

– Por lo que me cuentas, no te parece oportuno que no atienda a un hombre con una espada de mucho valor al cinto, ?no es eso?

– Exactamente esos son mis sentimientos -confirmo Claudine de buen humor dirigiendose a continuacion a la puerta. El estado de viudedad representaba una liberacion que la hacia ampliar los horizontes mas alla de las fronteras de su Aquitania natal. Entre las muchas libertades que encontraba en su nuevo estado, figuraban las de coquetear e incluso entregarse alguna que otra vez a ciertos devaneos. Suponia que terminaria por casarse otra vez, pero no tenia prisa. ?Que marido podia competir con lo que le ofrecia la reina de Inglaterra?

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