parecia haber fieras salvajes y peligrosas de las que tuviera que cuidarme. En apariencia, era un lugar pacifico y su unico peligro seria, en el peor de los casos, la visita inesperada de los temibles piratas ingleses, franceses o flamencos.
Al llegar a la cima, donde corria un viento fresco muy grato y habia menos mosquitos, comprobe, por desgracia, lo que temia: me encontraba en un pequeno islote, un islote con forma de media luna o, por mejor decir, de un cuarto de queso redondo (para anadirle la altitud del monte), con un arco de arena tan blanca como la leche de unas dos leguas largas por costa y un filo de acantilados que caian como una sabana por el lado del sur. En torno al islote, se extendia un tranquilo mar de color turquesa brillante de unas cincuenta varas [7] de anchura, tan cristalino que, desde donde me hallaba, podia divisar una cadenilla de arrecifes en el fondo marino y, mas alla, el oceano oscuro y solitario en todas direcciones. Esta cadenilla no estaba completa y deduje que por alguna de sus brechas se habria colado mi mesa para alcanzar la playa.
Estaba anocheciendo. El sol se ocultaba por el oeste dibujando uno de los ocasos mas perfectos que yo habia visto a lo largo de mis dieciseis anos de vida, incluyendo el mes que habia pasado en el mar a bordo de la galera. Me deje caer en el suelo, sin apartar los ojos de la hermosa luna que aparecia suavemente por el este, y me puse a pensar. La muerte de Martin y mi segura muerte tenian que ser el desenlace de una maldicion o un mal de ojo que algun bellaco habia echado a nuestra familia y que habia comenzado con la detencion de mi senor padre dos anos atras, en el verano de mil y quinientos y noventa y seis: primero, fallecio el por culpa de unas fiebres tercianas que contrajo en los calabozos de la Inquisicion de Toledo; despues, mi madre, Jeronima, que, no pudiendo soportar la desaparicion de su esposo, se volvio loca y se echo a las aguas del Tajo cierta triste madrugada del invierno de aquel mismo ano de mil y quinientos y noventa y ocho, con lo que aumento en mucho la deshonra de la familia y atrajo sobre nosotros una segunda condena de la Iglesia. Luego, la muerte de Martin en el asalto pirata y, ahora, a no mucho tardar, la mia, a solas en aquella isla sin que nadie, ni siquiera mi senor tio Hernando, tuviera noticia de mi triste final.
Esa noche la pase al raso en la cima del monte. Estaba mas comoda alli que en la playa porque, al haber menos mosquitos, se descansaba mejor. Llore hasta que me dolio la garganta y me reventaron los ojos, hasta que mis gemidos despertaron a todos los pajaros de la isla y mis gritos navegaron mar adentro y se hundieron en el oceano. Llore tan desesperadamente que cai dormida sin apercibirme siquiera, segura de ser la mas desdichada criatura del mundo. Pero debi de gastar toda mi pena aquella noche porque, al despuntar el dia, cuando desperte, ademas de sentirme hambrienta y un poco magullada, estaba repuesta y mas fuerte de animos. Contemplando el amanecer, hice un juramento solemne a mis padres y a mi hermano: sabria gobernarme a mi misma, sobreviviria a la adversidad y saldria de aquel islote aunque tardara anos en construir una rudimentaria embarcacion con la que alcanzar las rutas maritimas por las que navegaban las flotas del Nuevo Mundo, que eran, sin hacer cuenta de los piratas, los unicos barcos autorizados a surcar aquellas remotas aguas espanolas.
No debia olvidar que yo era una mujer fuerte y decidida que estaba aun en la mitad de la vida, duena de todo su vigor y senora de su cordura y, a decir verdad, bastante aliviada por no tener que asumir la carga de aquel odioso matrimonio que, aunque pago nuestros pasajes hacia Tierra Firme, se celebro contra mi voluntad y solo porque fue lo ultimo que me pidio mi madre antes de morir. Quiza el destino me arrancaba de las manos de mi senor esposo, ese tal Domingo Rodriguez al que no conocia, porque esta isla era un lugar mas deseable y afortunado para mi.
Animada por estos nuevos pensamientos, acudi a mi alacena marina y desayune copiosamente un buen numero de peces de barriga azul y cola amarilla. Comer pescado crudo no era placer de mi gusto pero mientras no descubriera la forma de hacer fuego -si es que tal cosa era posible en aquel lugar-, tendria que conformarme. ?Cuanto lamentaba que nunca me hubieran ensenado a leer y escribir! Seguro que Martin, solo con las cosas que habia aprendido en los libros, hubiera sido capaz de hacer fuego, construir una cabana, una balsa, una cana de pescar y hasta una pica con la que abatir alguno de esos hermosos pajaros que habitaban en los arboles del monte para comerselo bien asado. Yo, por mi parte, habia pasado mis anos ejercitandome con la aguja, hilando con la rueca y aprendiendo a cocinar, oficios bien inutiles en aquel momento.
Mi siguiente accion aquella manana fue cortarme el pelo. La ultima vez que lo habia lavado con jabon habia sido en el barco, con la ayuda del ama Dorotea y, como se estaba convirtiendo en un estorbo y no tenia ganas de liendres ni otras cuitas, con el agudo filo de la daga fui segando mechon a mechon mi larga melena negra hasta que solo quedo lo que ya no era dado quitar. ?Que me podia importar mi aspecto si nadie iba a venir a visitarme? Ademas, tenia el chambergo para protegerme del sol y, aunque hacia dias que no llevaba mas vestido que la camisa y los calzones (solo me ponia las botas cuando subia al monte), podia pasearme desnuda por la playa si tal era mi gusto porque alli no habia nadie que pudiera contemplarme.
Con el pasar de los dias, las semanas y los meses me fui volviendo tan salvaje y solitaria como mi isla. Acabe por conocerla bien. Habia abierto senderos y descubierto cuevas y lagunas de gran belleza. Estaba al tanto de sus mareas, de la direccion de sus vientos y de sus inesperados y poderosos aguaceros al atardecer. Con la mesa del maestre y los maderos que obtuve de una gruesa palmera seca que termine por abatir a golpes de espada y daga, construi una chozuela en lo alto del monte, en un amplio hueco bajo un saledizo rocoso. Alli me fabrique un lecho con hojas de palma trenzadas que refrescaba a menudo y una despensa para los alimentos silvestres que, observando a pajaros y otros animales, habia aprendido a reconocer, tales como unos frutos amarillos, muy dulces, con una semilla negra y espinosa que utilizaba como posta contra los lagartos o unas gruesas bolas de color verde que, como los datiles, crecian en las palmeras y que contenian unas grandes nueces cubiertas de pelo marron que, al romperse contra el suelo, dejaban escapar un liquido muy sabroso que recogia y guardaba para utilizar en las comidas. Esas mismas nueces tenian una suculenta carne blanca y tiesa, que, una vez retirada, dejaba unos cuencos que servian como vasija para beber o como plato o cazuela para las viandas.
Las plantas de los pies se me endurecieron tanto con el pasar de los dias que ya no necesitaba las botas para correr por el monte, asi que las guarde y las olvide al fondo de mi chozuela, junto con la ropa de Martin que ya no me ponia nunca y los viejos documentos que decian quien habia sido yo en otra vida anterior. Como en la isla se sudaba mucho a todas horas, por tanto calor y tanta humedad lavaba de continuo la camisa y los calzones en el agua limpia de la laguna mas cercana a mi hogar (habia tres y la que me dio de beber al principio era la mas baja, la que estaba mas cerca de la playa). El pelo volvio a crecerme y yo torne a cortarlo sin pesar ni lastima pues, para entonces, mi pasado en Espana estaba ya tan lejano que apenas lo recordaba.
Mi isla era de temple caliente y humedo, sin estaciones. No habia invierno ni verano. El bochorno era siempre el mismo y solo trazaban el paso del tiempo las temporadas de lluvias o las de sequia, cuando el nivel del agua de las lagunas descendia cuatro palmos o mas. No sabia en que fecha me hallaba pero si cuanto tiempo, mas o menos, llevaba en el islote porque tome por costumbre hacer todos los dias una marca en un arbol que habia frente a mi casa y, antes de que me hubiera dado cuenta, habia pasado un ano completo.
No me costo aprender a nadar. Era tan ancha la orilla, tan suave su declive hacia aguas profundas y tan mansas sus mareas que, sin miedo alguno, me fui adentrando hasta el limite que marcaba el arrecife y pronto estuve zambullendome bajo el agua con tal gracia y desenvoltura que se me pasaban las horas errando entre las estrellas de mar, los caracoles marinos, las grandes tortugas, los corales purpuras con forma de abanico y los bancos de peces de colores. Tenia una hermosa y recia pica de punta muy afilada -hecha con la rama quebrada de un arbol- con la que ensartaba los ejemplares mas apetitosos y tambien, en casa, me habia construido un rustico fogon donde ardia el fuego en el que asaba la caza y la pesca. El dia que descubri como hacer fuego marco un antes y un despues en mi forma de vida. Acaecio que andaba yo hurgando con la espada entre unos chinarros que habia en la arena (mientras veia pasar la tarde sentada cerca de las rocas de mi alacena marina) cuando un cangrejillo se acerco al arma atraido, quiza, por el brillo del metal y, al querer asustarlo, para jugar, le di un buen golpe a una de las piedras. Al punto, una chispa salto ante mis ojos y, aunque solo tarde unos segundos en que se me iluminara el seso, estuve horas llamandome necia y simple por no recordar las chispas que saltaban del yunque de mi senor padre cuando forjaba una espada. Solo tuve que acercar un poco de yesca y repetir el golpe, pero debo anadir que el yantar asado no fue la unica mejora que me aporto el fuego.
Presto descubri que, al calor de las llamas, la madera se torcia y se endurecia a mi gusto y, de este modo, elabore un arco al que anadi un hilo de algodon que saque de la camisa de Martin. Las flechas las hice muy pulidamente con la daga (debo explicar que cuidaba mis armas con el celo de una hija de espadero, ya que de ellas dependia mi existencia) y pronto estaba cazando aves y comiendolas como una reina. Tambien halle, en la playa, los lugares de puesta de huevos de las tortugas y encontre que estos eran muy sabrosos y nutritivos. De los charcos secos de la playa extraia sal cuando habia suerte y, recogiendo de aqui, de alla y de aculla, me hice con