planes se habian desbaratado, le afecto profundamente. En el carruaje que nos llevo a los tres desde el puerto al hotel Jerusalen, cerca de la famosa «colonia alemana» de la ciudad, no dejo de hablar de aquel cambio de planes.

– ?Y ahora que vamos a hacer? -se quejo a voz en grito-. Las reuniones mas importantes son pasado manana. Y para entonces ya estaremos de vuelta en el barco.

Sonrei, satisfecho por su consternacion. Cualquier reves que sufriera el SD me iria bien. Me alegre, aunque solo fuera porque aquello me evitaba tener que inventar una historia que contarle a la Ges tapo. Al fin y al cabo, era dificil que pudiera espiar a dos hombres a los que les habian negado el visado. Se me ocurrio incluso que a la Ges tapo le resultaria lo bastante divertido como para perdonarme que no les diera ninguna informacion concreta.

– Tal vez Papi podria reunirse con ellos -dijo Hagen.

– ?Yo? Ni lo suenes, Hiram -respondi.

– Todavia no entiendo que a ti te hayan concedido el visado y a nosotros no -anadio Eichmann.

– Eso se debe a que colabora con ese maldito judio del doctor Six, sin duda -aclaro Hagen-. Es probable que se lo haya conseguido el.

– Puede ser -dije-. Y tambien puede ser que a vosotros, chicos, no se os den demasiado bien este tipo de trabajos. Si se os dieran bien es probable que no hubieseis elegido haceros pasar por periodistas de un periodico nazi. Y mucho menos de un periodico que los nazis arrebataron a los judios. Os habriais hecho pasar por algo demenos nivel, creo yo. -Mire a Eichmann y sonrei-. Por vendedores de petroleo, por ejemplo.

Hagen lo pillo, pero Eichmann seguia demasiado enfadado para darse cuenta de que me estaba metiendo con el.

– Franz Reichert -dijo-. De la Agen cia de Prensa alemana. Puedo llamarlo a Jerusalen. Supongo que sabra como localizar a Fievel Polkes. Sin embargo, no tengo ni idea de como vamos a contactar con Haj Amin. -Solto un suspiro-. ?Que vamos a hacer?

Me encogi de hombros.

– ?Que estarias haciendo ahora? -pregunte-. ?Que harias hoy si hubieras obtenido un visado por treinta dias?

Eichmann tambien se encogio de hombros.

– Supongo que hubiera visitado la colonia masonica alemana de Sarona, hubiera subido al monte Carmelo y echado un vistazo a las explotaciones agricolas de los judios en el valle de Jezreel.

– Entonces te aconsejo que hagas exactamente lo que tenias previsto -dije-. Llama a Reichert. Explicale la situacion y regresa al barco manana. Manana mismo sale hacia Egipto, ?no? Pues bien, una vez alli ve a la embajada britanica de El Cairo y solicita otro visado.

– Tiene razon -dijo Hagen-. Eso es lo que deberiamos hacer.

– Podemos pedir otro -grito Eichmann-. Claro, podemos obtener el visado en El Cairo y despues regresar.

– Como los hijos de Israel -anadi.

El carruaje dejo atras las estrechas y polvorientas callejuelas de la parte antigua y se abrio camino con velocidad por una carretera mas ancha en direccion a la zona nueva de Tel Aviv. Frente a una torre de reloj y varias cafeterias arabes se encontraba el banco Anglo-Palestino, lugar en el que debia encontrarme con el encargado y entregarle la carta de presentacion de Begelmann y del banco Wassermann, ademas del baul que Begelmann me habia pedido que sacara de Alemania. No tenia ni idea de que contenia, pero por el peso deduje que no se trataba de su coleccion de sellos. No vi ningun motivo por el que debiera retrasar mi visita al banco. Y menos encontrandome en un lugar como Jaffa, poblado de arabes que nos dedicaban miradas de hostilidad. (Claro que lo mas probable es que nos tomaran por judios, y los palestinos no tenian a los judios en muy alta estima.) Asi pues, le pedi al conductor que parara y, con el baul bajo el brazo y las cartas en el bolsillo, me apee del carruaje y deje que Eichmann y Hagen se ocuparan de llevar mi equipaje al hotel.

El encargado del banco era un ingles llamado Quinton. Tenia los brazos demasiado cortos para la chaqueta que llevaba y el pelo rubio tan ralo que apenas se le notaba. Tenia la nariz respingona y cubierta de pecas, y la sonrisa de un joven bulldog. Cuando lo vi no pude evitar imaginarme a su padre, siempre atento a la labor del profesor de aleman de su hijo. Y tengo la sensacion de que debio de tener uno bueno, pues el joven Quinton hablaba un aleman excelente con entonacion entusiasta, como si estuviera recitando «La destruccion de Magdeburgo» de Goethe.

Quinton me condujo a su oficina. De la pared colgaba un bate de cricket y varias fotografias de equipos de cricket. El ventilador del techo giraba con lentitud. Hacia calor. La ventana de la oficina ofrecia una hermosa vista del cementerio mahometano y mas alla, del mar Mediterraneo. El reloj de la torre cercana marco la hora y el muecin de la mezquita convoco a los fieles a la oracion. Me encontraba muy lejos de Berlin.

Quinton abrio los sobres que le habia entregado con un abrecartas en forma de pequena cimitarra.

– ?Es verdad que los judios de Alemania no tienen permitido tocar a Beethoven ni a Mozart? -pregunto.

– Tienen prohibido tocar musica de esos compositores en eventos culturales judios -respondi-. Pero no me pida una explicacion, mister Quinton. No podria darsela. En mi opinion, el pais se ha vuelto loco.

– Pues no se imagina lo que es vivir aqui -anadio-. Aqui los judios y los arabes se la tienen jurada, y nosotros estamos en medio. La situacion es insostenible. Los judios odian a los britanicos por no facilitarles a mas de ellos la llegada a Palestina. Y los arabes nos odian por permitir que los judios entren en el pais. Por ahora tenemos suerte de que el odio que se tienen entre si es mayor que el que sienten por nosotros, pero un dia este pais nos explotara en las narices, tendremos que irnos, y todo quedara peor de lo que ya estaba. Recuerde mis palabras, herr Gunther.

A la vez que hablaba leia las cartas y clasificaba hojas de papel, algunas de ellas en blanco salvo por una firma estampada. Entonces me explico que estaba haciendo:

– Estas son las cartas de acreditacion -aclaro-. Y estas son las firmas para las nuevas cuentas bancarias. Una de ellas sera una cuenta conjunta para usted y el doctor Six, ?no es asi?

Frunci el entrecejo, no demasiado contento por el hecho de tener algo en comun con el jefe del Departamento de Asuntos Judios del SD.

– No lo se -respondi.

– Bien. Esta es la cuenta de la que debe sacar el dinero para alquilar la propiedad aqui en Jaffa -explico-, asi como para sus gastos y honorarios. El importe restante se hara pagadero al doctor Six previa presentacion de una libreta de ahorros que le dare a usted y usted le dara a el. Y del pasaporte. Por favor, asegurese de que le queda claro. Para entregar dinero el banco requiere que el titular de la libreta se identifique con su pasaporte. ?Entendido?

Asenti.

– ?Podria ver su pasaporte, herr Gunther? -Se lo mostre-. La persona mas indicada para ayudarle a encontrar una propiedad de uso comercial en Jaffa es Solomon Rabinowicz -dijo mientras examinaba mi pasaporte y anotaba el numero-. Es un judio polaco y tambien el individuo con mas recursos que he conocido en este exasperante pais. Tiene su oficina en Montefiore Street, en Tel Aviv. Esta a unos setecientos metros de aqui. Le anotare la direccion. Doy por hecho que su cliente no quiere un local en el barrio arabe. Eso seria como meterse en la boca del lobo.

Me devolvio el pasaporte, miro el baul del senor Begelmann e hizo un gesto afirmativo.

– Supongo que ahi van las pertenencias de su cliente, las que quiere que guardemos en nuestra caja fuerte hasta su llegada al pais -dijo.

Volvi a asentir.

– Una de estas cartas detalla el contenido del baul. ?Le gustaria comprobar que esta todo en orden antes de entregarlo?

– No -respondi.

Quinton rodeo la mesa y levanto el baul.

– ?Hay que ver como pesa! -exclamo-. Si me hace el favor de esperar aqui un momento, preparare su libreta. ?Le apetece un te? ?Una limonada, tal vez?

– Te -respondi-. Un te estara bien.

Concluido el asunto del banco, anduve hasta el hotel y observe que Hagen y Eichmann ya habian salido. Tome una ducha fria, fui a Tel Aviv, me encontre con el senor Rabinowicz y le di instrucciones para que consiguiera una

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