– Esta bien, esta bien. La ayudare, pero por favor, beba algo y luego cuenteme que sucede.
Abrio la boca para responder, pero parecio quedarse sin habla y no salio ningun sonido. Se puso la mano en la frente, como si se tomase la temperatura, y por fin dijo:
– Si, si, gracias, te helado, si tiene. Hace tanto calor… Algunas veces en verano parece que el aire vaya a arder.
Simon aparto la nota de suicidio y el arma de la mesilla auxiliar que habia delante de la anciana y corrio a la cocina. Cogio un vaso y lo lleno de agua, cubitos y una mezcla de te instantaneo. Dejo la nota en la encimera, pero antes de llevar el vaso se detuvo y cargo de nuevo el revolver con las cinco balas que llevaba en el bolsillo. Alzo la vista y vio a la anciana mirando al frente con la mirada perdida, como si contemplase algun recuerdo. Sintio una extrana excitacion, unida a un sentido de urgencia. El miedo de Sophie Millstein parecia algo fisico, espeso y asfixiante, llenaba la habitacion como si fuera humo. Respiro hondo y se apresuro a ir junto a ella.
– Beba esto -dijo en el mismo tono que usaria con un nino enfermo-. Y despues tomese su tiempo y expliqueme que ha sucedido.
Sophie Millstein asintio, sujeto el vaso con ambas manos y bebio un buen sorbo del espumoso liquido marron. Luego se apreto el vaso contra la frente. Simon Winter vio que los ojos se le humedecian.
– Me matara y yo no quiero morir -dijo de nuevo.
– Senora Millstein, por favor, ?quien?
La anciana se estremecio y susurro en aleman:
–
– ?Quien? ?Es el nombre de alguien?
Ella le miro con desesperacion.
– Nadie sabe su nombre, senor Winter. Al menos nadie que este con vida.
– Pero quien…
– Era un fantasma.
– No comprendo…
– Un demonio.
– ?Quien?
– Era malvado, senor Winter, lo mas malvado que se pueda imaginar. Y ahora esta aqui. No lo creiamos, pero estabamos equivocados. El senor Stein nos previno, pero no le conociamos, asi que ?como podiamos creerle? -Se estremecio visiblemente-. Soy vieja. Soy vieja, pero no quiero morir -susurro.
El tomo su mano.
– Por favor, senora Millstein, tiene que explicarse. Cuenteme quien es esta persona de la que habla y por que esta usted tan asustada.
La anciana bebio otro trago de te helado y dejo el vaso en la mesilla. Asintio lentamente, intentando recuperar la compostura. Se llevo de nuevo la mano a la frente y se acaricio las cejas suavemente como si quisiera librarse de unos recuerdos terribles; luego se seco las lagrimas. Inspiro profundamente y lo miro. El observo como su mano bajaba hasta su garganta y por un instante acariciaba con los dedos el collar que lucia. La joya era singular: una fina cadena de oro con la inicial de su nombre. Pero lo que distinguia aparentemente aquel colgante de los del mismo tipo que solian llevar las adolescentes era la presencia de un par de pequenos diamantes en cada extremo de la S de Sophie. Simon sabia que su difunto esposo habia echado mano a los ahorros de su modesta pension y le habia regalado el collar por su cumpleanos, antes de que su corazon fallase. Igual que el anillo de boda que llevaba en su dedo, la anciana no se lo quitaba nunca.
– Es una historia muy dificil de explicar, senor Winter. Sucedio hace tanto tiempo que a veces me parece un sueno. Pero no fue un sueno, senor Winter, sino una pesadilla. Hace cincuenta anos.
– Adelante, senora Millstein.
– En 1942, senor Winter, mi familia (mama, papa, mi hermano Hansi y yo) estaba aun en Berlin. Escondidos…
– Prosiga.
– Era una vida tan terrible, senor Winter… Nunca habia un momento, ni un segundo, ni siquiera el tiempo entre dos latidos de corazon, en que pudiesemos sentirnos a salvo. La comida escaseaba, siempre teniamos frio y cada manana, al despertar, lo primero que pensabamos era que tal vez habia sido la ultima noche que pasabamos juntos. A cada segundo que transcurria el riesgo parecia aumentar. Un vecino podria sentir curiosidad. Un policia podria pedirte tu documentacion. ?Y si subias a un tranvia y veias a alguien que te reconociese de antes de la guerra, antes de las estrellas amarillas? Tal vez dirias alguna palabra, harias algo, cualquier detalle. Un gesto, un tono de voz, algo que te mostrase ligeramente nervioso, algo que podria traicionarte. No hay gente mas suspicaz en el mundo que los alemanes, senor Winter. Yo deberia saberlo. En un tiempo fui una de ellos. Era lo unico que bastaba, solo una minima vacilacion, tal vez una mirada asustada, algo que indicase que estabas fuera de lugar. Y entonces seria el fin. En 1943 lo supimos, senor Winter. Me refiero a que tal vez no lo sabiamos todo pero lo sabiamos. La captura significaba la muerte, asi de simple. Algunas veces por la noche solia echarme en la cama, incapaz de dormir, rezando para que algun bombardero britanico dejase caer su carga directamente sobre nosotros y asi podriamos partir todos juntos y acabar con el miedo. Yo temblaba, rezando por morir, y mi hermano Hansi venia y me cogia la mano hasta que me dormia. El era fuerte y habil. Cuando no teniamos nada que comer, encontraba patatas. Cuando no sabiamos adonde ir, buscaba un nuevo piso o un sotano en alguna parte donde no hacian preguntas y asi podiamos pasar una semana mas, aun juntos, aun sobreviviendo.
– ?Que le sucedio a…?
– Murio. Todos murieron. -Sophie Millstein respiro hondo-. El asesino a todos. Nos encontro y todos murieron.
El empezo a formular otra pregunta, pero ella alzo una temblorosa mano.
– Deje que termine, senor Winter, mientras aun me queden fuerzas. Habia muchisimas cosas a las que temer pero lo peor eran los cazadores.
– ?Cazadores?
– Judios como nosotros, senor Winter. Judios que trabajaban para la Gestapo. Habia un edificio en Iranische Strasse, uno de esos horribles edificios de piedra gris que tanto gustan a los alemanes. Lo llamaban la Oficina de Investigacion Judia. Alli era donde el trabajaba, donde todos ellos trabajaban. Su libertad dependia de que nos cazasen.
– Y este hombre que cree haber visto hoy…
– Algunos eran famosos, senor Winter. Rolf Isaaksohn era joven y arrogante, y la hermosa Stella Kubler, rubia, bella y con aspecto de doncella nordica. Entrego a su propio marido. Tambien habia otros. Se quitaban sus estrellas y se movian por la ciudad, observando como aves de presa.
– El hombre de hoy…
–
– Y hoy…
– Esta aqui, en Miami Beach. Y esto no es posible, senor Winter. Tiene que ser imposible y aun asi lo creo. Estoy convencida de que hoy le he visto.
– Pero…
– Fueron solo unos segundos. Habia una puerta abierta y nos estaban trasladando por las oficinas, porque habia que hacer papeleo. ?Papeleo! Los alemanes incluso hacian papeleo cuando iban a matarte. Cuando el oficinista de la Gestapo termino con nosotros, sello los documentos y nos llevaron abajo, a las celdas, para esperar el transporte, pero pude echar un vistazo a un despacho durante una milesima de segundo, senor Winter, y el estaba alli, entre dos oficiales con aquellos horribles uniformes negros. Se estaban riendo de alguna broma y