— Vaya solo — dijo Donald, se reclino en el asiento y se cubrio el rostro con el sombrero.

Entonces Andrei tambien se reclino, aparto el alambre del asiento y encendio un cigarrillo. Delante, la descarga avanzaba a toda maquina. Se oian los chirridos de las tapas de los bidones.

— Ocho… diez… — gritaba la voz aguda del controlados.

En un poste se balanceaba una bombilla de mil vatios, cubierta por un plato de hojalata.

— ?Adonde vas, hijo de perra? — se oyo gritar de repente —. ?Ve para atras!

— ?Tu, bestia ciega! ?Quieres que te rompa los dientes?

A la izquierda y a la derecha se alzaban montanas de desperdicios que se habian adherido entre si formando una masa densa, y el vientecillo nocturno difundia un horrible hedor.

— ?Hola, cargamierdas! — trono de pronto una voz conocida junto al oido —. ?Como va el gran Experimento?

Se trataba de Izya Katzman en tamano natural: despeinado, gordo, desalinado y, como siempre, rebosante de una repelente alegria de vivir.

— ?Lo habeis oido? Dicen que existe un proyecto para la solucion final del problema del delito. ?Eliminaran la policia! En su lugar, por la noche soltaran a la calle a los locos. Sera el final de bandidos y gamberros, ?solo a un loco se le ocurrira salir de noche a la calle!

— No tiene gracia — dijo Andrei con sequedad.

— ?Que no tiene gracia? — Izya trepo al estribo y metio la cabeza en la cabina —. ?Todo lo contrario! ?Tiene muchisima gracia! No habra mas gastos adicionales. Y por la manana, los conserjes seran los encargados de llevar de vuelta a los locos a sus lugares de residencia…

— Por esa razon, a los conserjes se les dara una racion adicional, consistente en un litro de vodka — prosiguio Andrei y eso divirtio mucho a Izya, que se puso a reir con extranos sonidos guturales, a mugir y a manotear en el aire.

De repente. Donald solto un taco en voz baja, abrio su portezuela y desaparecio de un salto en la oscuridad. Al momento, Izya dejo de reirse.

— ?Que le ocurre? — pregunto, inquieto.

— No lo se — respondio Andrei, sombrio —. Seguramente le has dado ganas de vomitar. Lleva varios dias asi.

— ?De verdad? — Izya miro por encima de la cabina en la direccion por la que Donald habia desaparecido —. Que lastima. Es un buen hombre. Pero no acaba de adaptarse.

— ?Y quien puede adaptarse?

— Yo estoy adaptado. Tu tambien. Van esta adaptado… Hace poco. Donald estaba molesto, preguntaba por que habia que hacer cola para descargar la basura. Se quejaba de que hubiera un controlador, queria saber que era lo que controlaba.

— Y tenia razon. En realidad, es una idiotez supina.

— Pero eso no te pone nervioso — objeto Izya —. Tu entiendes perfectamente que el controlador no se gobierna a si mismo. Lo pusieron a controlar y el controla. Pero como no le alcanza el tiempo para controlar, se forma una cola, eso lo entendemos todos. Y la cola tiene sus reglas… — Izya gruno y salpico nuevamente —. Por supuesto, si Donald ocupara el lugar de los jefes, construiria aqui un camino decente, con entradas para descargar la basura, y mandaria al controlador, ese leon imponente, a trabajar como policia, para que se dedicara a cazar bandidos. O con los granjeros, a la primera linea…

— ?Y que? — pronuncio Andrei, impaciente.

— ?Como que y que! Donald no es uno de los jefes.

— ?Y por que los jefes actuan asi?

— ?Y que les importa eso? — grito Izya con alegria —. ?Piensalo! ?Se recoge la basura? ?Se recoge! ?Se controla la descarga? ?Se controla! ?Sistematicamente? ?Sistematicamente! Cuando termina el mes, se presenta un informe: se han recogido tantos bidones de mierda mas que el mes pasado. El ministro esta satisfecho, el alcalde esta satisfecho, todos estan satisfechos y si Donald no esta satisfecho, nadie lo obligo a venir aqui, lo hizo de manera voluntaria.

El camion delantero solto una nube de humo grisaceo y adelanto unos quince metros. Andrei ocupo de un salto el asiento tras el volante y miro por la ventanilla. No se veia a Donald por ninguna parte. Entonces, encendio el motor con cierta aprension y avanzo lentamente. En el corto trayecto, el motor se le calo tres veces, Izya caminaba a su lado, estremeciendose cada vez que el vehiculo comenzaba a corcovear. Despues se puso a contar algo sobre la Biblia, pero Andrei lo oia mal, estaba cubierto de sudor a causa de la tension.

Bajo la potente bombilla todo seguia igual, se oian tacos y los sonidos metalicos de los bidones. Algo boto sobre el techo de la cabina, pero Andrei no le presto atencion. Por detras se acerco el enorme Oskar Hayderman con su ayudante, un negro haitiano, y le pidio un cigarrillo. El negro, llamado Silva, apenas se distinguia en la oscuridad, salvo por sus dientes blancos.

Izya se puso a conversar con ellos, llamando ton-ton macoute a Silva, mientras Oskar preguntaba por un tal Thor Heyerdahl. Silva hacia horribles muecas, como si disparara rafagas con un fusil automatico. Izya se aguantaba las tripas y hacia como si lo hubieran matado. Andrei no entendia nada y, al parecer, Oskar tampoco. Enseguida se aclaro que confundia Haiti con Tahiti…

Algo volvio a rodar por el techo de la cabina, y de repente un monton de basura pegajosa golpeo el capo y se deshizo.

— ?Eh! — grito Oskar a la oscuridad —. ?Basta ya! Delante, veinte gargantas volvieron a gritar y la densidad de los tacos alcanzo un nivel nunca visto. Algo ocurria, Izya solto un gemido lastimero, se agarro el vientre y se doblo por la cintura, esta vez en serio. Andrei abrio la portezuela, comenzo a asomarse y en ese momento una lata de conservas vacia le dio en la cabeza. No le dolio, pero se molesto mucho. Silva se agacho y se deslizo hasta desaparecer en la oscuridad. Andrei se protegio la cabeza y la cara, y se puso a examinar los alrededores.

No se veia nada. De detras del monton de basura a la izquierda lanzaban latas oxidadas, pedazos de madera podrida, huesos viejos y hasta trozos de ladrillo. Se oyo el sonido de cristales que se rompian. Un feroz bramido de indignacion broto de la fila de camiones.

— ??Quienes son los canallas que andan divirtiendose ahi?! — gritaban, casi a coro.

Rugian los motores y se encendian los faros. Algunos camiones comenzaron a moverse hacia atras y hacia adelante. Al parecer, los choferes intentaban moverlos de manera que se pudieran iluminar las colinas de desperdicios, desde donde ya llegaban volando ladrillos enteros y botellas vacias. Varios hombres imitaron a Silva, se agacharon y desaparecieron corriendo en la oscuridad.

De reojo, Andrei percibio como Izya se retorcia junto al neumatico posterior, con el rostro contraido en una mueca de dolor, y se palpaba el vientre. Entonces, volvio a la cabina y saco la pesada barra de hierro de debajo del asiento. ?Por la cabeza, canallas, por la cabeza! Se veia a una decena de basureros que subian a toda prisa, a cuatro patas, agarrandose de cualquier cosa. Alguien habia logrado girar el camion, de tal manera que los faros alumbraban la cima de las colinas, erizadas de restos de muebles viejos, trapos y trozos de papel, brillantes por los trozos de cristal. Por encima de los desperdicios se veia, muy alto, la pala de la excavadora sobre el fondo del cielo totalmente negro. Y algo se movia en la pala, algo grande y gris, con tonos plateados. Andrei quedo paralizado, mirando. En ese mismo instante, un grito desesperado se sobrepuso a todas las voces.

— ?Son diablos! ?Diablos! ?Salvese quien pueda!

Y en ese mismo momento varias personas comenzaron a caer colina abajo, de cabeza, dando vueltas, levantando columnas de polvo y remolinos de trapos y papeles viejos, con ojos enloquecidos, bocas abiertas y manos que se sacudian espasmodicamente. Uno de ellos, con las manos alrededor de la cabeza que protegia entre los codos bien apretados, continuaba chillando de panico y paso junto a Andrei, resbalo en la rodera, cayo, se levanto de un salto y siguio corriendo con todas sus fuerzas en direccion a la ciudad. Otro, respirando a ronquidos, se metio entre el radiador del camion de Andrei y la cama del camion que lo precedia, se atasco, intento soltarse y tambien se puso a gritar con voz enloquecida. De repente se hizo el silencio, solo quedo el zumbido de los motores, y en ese instante, como si alguien agitara un latigo, se oyeron disparos. Y Andrei vio sobre la cima, a la luz azulada de los faros, a un hombre alto y muy delgado que estaba de espaldas a los camiones, y disparaba hacia algun punto en la oscuridad, al otro lado de la colina, con una pistola que sostenia con ambas manos.

Disparo cinco o seis veces en un silencio total, y despues broto de la oscuridad un alarido no humano sino de mil voces, rabioso, lleno de angustia y maullante, como si veinte mil gatos en celo gritaran a la vez por

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