— Alla veremos — dijo la ondina.

— Slava — pidio Bauer, al alejarse con su pareja del tablado —, no te marches.

— Te esperare — prometio Pavlysh.

Unos mosqueteros entraron empujando un barril de sidra e invitaron a sentarse a las mesas a todos los que desearan probarla. La cabeza de Bauer sobresalia de todas en la muchedumbre. Un alquimista con estrellas de papel de plata pegadas a su atuendo subio de un salto al tablado y se puso a cantar. Alguien encendio al lado una luz de bengala. Marina seguia sin aparecer.

Pavlysh resolvio esperar hasta el final. A veces era muy tozudo.

La joven habia ido alli para encontrarse con el capitan de la «Aristoteles». Pero el no habia querido siquiera verla y no permitio a su tripulacion quedarse para asistir al baile de mascaras. Era un hombre cruel. O se sentia muy dolido. Deberia preguntar a Bauer, que conocia a todos, el nombre del capitan. Salias sabia algo, pero se salia por la tangente. En fin, no importaba, lo obligaria a confesar cuando se quedaran solos en la habitacion.

Pavlysh decidio volver a la escalera. Si Marina acudia, la recibiria alli. Pero, despues de haber dado unos pasos, volvio la cabeza y vio que Bauer habia regresado junto a las tablas y miraba alrededor, al parecer, buscandolo a el. Hacia Bauer se habia abierto paso el retaco con ojuelos de ratoncillo y, alzado de puntillas, lo reprochaba con voz imperiosa y seria. Bauer descubrio por fin a Pavlysh y lo llamo con la mano. Pavlysh volvio a deslizar la mirada por las parejas. Cenicienta no estaba alli.

— ?Es medico? — pregunto Spiro, el gordinflon, cuando Pavlysh se hubo acercado —. Yo lo tome por Galagan. Incluso le encomende una tarea. En fin, yo me voy. Pongalo al corriente usted mismo. Debo dar urgentemente con Sidorov.

— Vamos, Slava — dijo Bauer —, te lo contare todo por el camino.

Sobre sus cabezas tronaba la orquesta, y las patas del piano temblequeaban. Alrededor bailaba la gente. No obstante, Pavlysh percibio cierta nota ajena en el alborozo general. Entre las mascaras habian aparecido varios hombres sin disfrazar, que se movian presurosos y diligentes. Buscaban en aquella aglomeracion a las personas a quienes necesitaban, les deslizaban unas palabras al oido, las parejas se deshacian, y los bailarines con quienes aquellos hombres habian hablado abandonaban la sala.

— En la mina se ha producido una explosion — dijo quedamente Bauer —. Dicen que no es nada terrible, pero hay quien ha sufrido quemaduras. No se va a anunciar. Que continue la fiesta.

— ?Queda eso lejos?

— ?No has pasado nunca por alli?

— Es el primer dia que estoy aqui.

Ante el ascensor se habian reunido unas cinco o seis personas.

Pavlysh comprendio en seguida que sabian todo lo que estaba ocurriendo. Todos se habian despojado de las caretas, y con ellas habia desaparecido el despreocupado espiritu de la fiesta. Unos mosqueteros, un alquimista, un hombre de Neanderthal embutido en piel sintetica y una bella dama de honor se habian olvidado de que se hallaban en un baile de mascaras y llevaban disfraces. Pero el baile de mascaras era ya cosa del pasado… Y la musica, cuyas ondas sonoras llegaban hasta el ascensor, y el denso ruido de la sala no eran mas que el fondo de la adusta realidad…

Ya amanecia, cuando Pavlysh se hallaba junto a las camillas que habian sacado del compartimiento de sanidad de la mina y esperaba a que el lunabus se situara del modo mas conveniente para meter en el a los lesionados. A traves de la transparente cupula, lucia la Tierra, rayada, y Pavlysh advirtio que sobre el Pacifico se formaba un ciclon. El conductor salto de la cabina y abrio la puerta trasera del lunabus. El hombre habia enflaquecido en el transcurso de aquella noche.

— ?Menuda nochecita! — dijo —. ?Son tres?

— Si, tres.

Cubrian las camillas unas fundas inflables de plastico. Los tres hombres, que estaban de guardia en el piso inferior de la mina, habian sufrido quemaduras de pronostico grave y dormian. Aquel mismo dia los evacuarian a la Tierra.

Salias, las mejillas recubiertas de la rojiza pelambre que le habia crecido aquella noche, ayudo a Pavlysh y al chofer a introducir las camillas en el lunabus. El se quedaria en la mina, y Pavlysh acompanaria a las victimas hasta Lunaport.

Una hora despues, Pavlysh quedo, por fin, libre y pudo regresar al gran tunel de la ciudad. habian apagado los reflectores y, por ello, los globos, las guirnaldas de flores y los farolillos, ya sin luz, parecian algo ajeno, que habia ido a parar alli incomprensiblemente. El piso estaba sembrado de confeti y de pedazos de serpentina. En algun que otro lugar se veian cofias de papel y antifaces perdidos por las mascaras, habia alli tambien un chafado chapeo de mosquetero. Un robot-basurero se afanaba en un rincon con su recogedor, desconcertado porque nunca habia visto tal desorden.

Pavlysh se acerco al tablado. Unas horas atras se hallaba en el mismo lugar esperando a Marina Kim. Alrededor habia entonces mucha gente, y Bauer, enfundado en su negra sotana, bailaba con una verde ondina…

Pegada con papel engomado a una pata del piano veiase una esquela. En ella podia leerse en grandes letras cuadradas: «PARA EL HUSAR PAVLYSH».

Pavlysh tomo la esquela de una punta y tiro de ella. Subitamente el corazon se le encogio de espanto, al pensar que hubiera podido no volver alli. En la hoja de papel habia unas lineas torcidas escritas por mana presurosa:

«Perdone que no pudiera venir a tiempo. Me descubrieron. La culpa de todo la tengo yo misma. Adios, y no me busque. Si no le olvido, procurare dar con usted dentro de dos anos.

Marina».

Pavlysh releyo la esquela. Parecia proceder de una vida distinta, incomprensible. Cenicienta lloraba en el rellano de la escalera. Cenicienta dejaba una esquela en la que comunicaba que la habian descubierto y pedia que no la buscara. Aquello semejaba mas bien propio de una antigua novela gotica saturada de misterios. La negativa de un encuentro debia ocultar grito mudo pidiendo ayuda, pues los raptores de la bella desconocida habian espiado cada uno de sus pasos, y, llena de temor por su elegido, banada en lagrimas, la infeliz joven habia tenido que escribir, al dictado de un canalla tuerto, aquella carta. Mientras, el elegido…

Pavlysh se sonrio ironico. Los romanticos misterios eran fruto del abonado terreno del baile de mascaras. Tonterias, tonterias…

Cuando hubo regresado a la habitacion de Salias, Pavlysh se ducho y se tendio luego en el divan.

Lo desperto el timbre del videofono. Pavlysh se levanto apresuradamente y miro el reloj. Eran las ocho y veinte. Salias no habia vuelto alli. En la pantalla sonreia Bauer, con su planchado uniforme de navegante de la Flota de Altura, rozagante, afeitado, diligente.

— ?Has dormido un poco, Slava? ?No te he despertado?

— Dormi unas tres horas.

— Oye, Pavlysh, he hablado con el capitan. Vamos, cargados, a Epistola. En el rol de la nave hay una vacante de medico. Puedes volar con nosotros. ?Que me dices?

— ?Cuando salis?

— La canoa se va al punta de partida a las diez. ?Te dara tiempo?

— Si.

— Muy bien. Por cierto, he dicho ya al jefe de movimiento que vuelas con nosotros de medico de a bordo.

— ?Quiere decirse que toda la conversacion fue pura formalidad?

— Naturalmente.

— Gracias, Gleb.

Pavlysh desconecto el videofono y se puso a escribir una nota para Salias.

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