— Si es asi, vamos. Vivo. El tiempo apremia.

— Hace bien en ir — dijo Ninochka —. Yo misma habria ido, pero no tengo tiempo. Dicen que hay alli un oceano precioso…

El carguero salio hacia el planeta Proyecto-18 por el lado sin iluminar, y pasaron unos minutos antes de que el Sol, hacia el que volaba raudo el aparato, vertiera su luz sobre el infinito y liso oceano. Pavlysh amortiguo las sobrecargas y paso a orbita estable. Luego, haciendo chasquear el conmutador, comunico con la Estacion.

Sabia que la Estacion observaba el vuelo del carguero y esperaba el familiar susurro indicador de que la franja quedaba libre para el piloto.

En la faz del oceano surgieron unos puntos oscuros. Un seco ruido salia del receptor.

— Estacion — dijo Pavlysh —. Estacion, aterrizo.

— ?Que te pasa con la voz, Spiro? — preguntaron de abajo.

— No soy Spiro — explico Pavlysh —. Spiro se fue a Sentipera.

— Esta claro — dijo la Estacion.

— Paso al control manual — dijo Pavlysh —. El aparato va recargado. Temo que pueda pasar de largo.

A la derecha, en la pantalla que habia sobre el panel, giraba lentamente el globo del planeta, y sobre el, un punto negro, el carguero se acercaba poco a poco a la lucecita verde de la Estacion.

— No te duermas — aconsejo la Estacion.

— Pierda cuidado — dijo Pavlysh —. Soy de la Flota de Altura. He volado mas que Spiro en cargueros como este.

Abajo se deslizo atras un grupo de islas esparcidas por la plana faz del oceano. En el horizonte se veia la Estacion, envuelta en tenue neblina. El carguero perdia altura demasiado lentamente, y Pavlysh desconecto el equipo automatico y freno. Sintio como si lo hundieran en el respaldo del sillon.

Pavlysh volvio a hacer chasquear el conectador del panel de comunicacion.

— ?Que debo ponerme? — pregunto —. ?Que tiempo hace ahi?

Conecto el videofono. En la pantalla surgio la ancha y plana cara de un hombre con la cabeza rapada. Tenia los ojos estrechos de por si y, ademas, los entornaba; sus finas cejas parecian dos pajaritas. En general, hacia recordar a Gengis Khan cuando le dieron la noticia de que sus miliarcas preferidos habian sido derrotados ante los muros de Samarcanda.

— ?A quien se le ocurre enviar a gente asi? — pregunto Gengis Khan, refiriendose, por lo visto, a Pavlysh.

— He ahorrado media tonelada de combustible — respondio modestamente Pavlysh —. He llegado con una hora de anticipacion. Supongo que no he merecido sus reproches. ?Que se ponen ustedes cuando salen al aire libre?

— Spiro dejo lo suyo ahi — dijo Gengis Khan.

— Dudo mucho de que pueda caber en su equipo.

— Bien — dijo Gengis Khan —, dentro de tres minutos me tendra ahi.

Pavlysh solto los cinturones, se levanto del sillon, extrajo de un nicho lateral la saca del correo y se sacudio el polvo. Moverse no costaba trabajo: la gravitacion en aquel planeta no pasaba de 0,5. La portezuela de la cabina de direccion se corrio a un lado y entro Gengis Khan, vistiendo un mono con calefaccion y una mascara de oxigeno que le tapaba media cara. En pos suyo se introdujo un hombre alto y magro, de ojos palidos bajo espesas cejas negras.

— Buenas — dijo Pavlysh —. Me encontraba por azar en el planetoide, cuando Spiro tuvo que desplazarse a Sentipera. Me pidio que le echase una mano. Soy el doctor Pavlysh.

— Yo me apellido Dimov — se presento el hombre flaco —. Dimitr Dimov. Dirijo aqui la seccion de nuestro instituto. Somos colegas, ?si?

Senalo con fino y largo dedo de pianista la sierpe y el caliz en el pecho de Pavlysh, precisamente encima de las cintas con los nombres de las naves en las que habia prestado servicio.

— Vanchidorzh — presento Dimov a Gengis Khan, y agrego al punto —: Vistase, vistase. Le estamos muy agradecidos. Siempre surgen algunas dificultades con Spiro. Es una bellisima persona, bondadoso y con muy buenas dotes administrativas. Nos costo mucho lograr que lo enviaran aqui de la Luna.

Gengis Khan, es decir, Vanchidorzh, dejo escapar un «hem», expresando asi su desacuerdo con las ultimas palabras del jefe. Dimov ayudo a Pavlysh a sujetar bien la mascara de oxigeno.

— Confio en que pase aqui unos dias.

— Gracias — dijo Pavlysh.

Conecto la calefaccion del mono y se ajusto el casco. El oxigeno afluia normalmente. El traje de Dimov le quedaba un poco estrecho, pero no se sentia incomodo. Pavlysh quiso preguntar por Marina Kim, pero se abstuvo. Cenicienta ya no lograria escapar.

Salieron a la superficie de la isla, lisa como si la hubiesen pulido. A unos cien metros, tras un vallejo, se alzaban rocas cortadas a pico. Al otro lado comenzaba el oceano, y las olas rompian contra la negra orilla, levantando surtidores de blanca espuma. Pavlysh se ajusto el casco laringofonico para oir el fragor de la resaca, pero llegaba muy apagado, no respondia a la altura de las olas: los sonidos se amortiguaban en el aire enrarecido. Una nube gris semi transparente oculto por un segundo el sol, y las sombras, antes muy acusadas y espesas, semejaron perder densidad.

Vanchidorzh se habia adelantado, llevando sobre el hombro la saca con el correo. Dimov habia quedado atras: cerraba la portezuela del carguero. Vanchidorzh entro en la sombra de una roca y se disolvio en ella. Pavlysh lo siguio y viose ante una puerta metalica que se deslizaba lentamente a un lado, abriendo la entrada a una cueva.

— Pase — dijo Vanchidorzh —, si no, vamos a enfriar la camara.

Pavlysh miro atras. Un gran pajaro blanco descendia lento hacia Dimov, y Pavlysh estuvo a punto de gritarle: «?Cuidado!» Pero Dimov habia visto al pajaro y no se disponia a ocultarse. El pajaro describio un circulo sobre la cabeza de Dimov, que levanto la mano, como si saludara.

El pajaro tenia alas muy grandes y cuerpo pequeno densamente cubierto de plumas.

— ?Les da usted de comer? — pregunto Pavlysh.

— Claro que si.

Vanchidorzh tenia la desagradable costumbre de carraspear sarcasticamente. Y no se sabia si era que reia o si estaba enfadado.

Un poco mas alto que el primero, aparecio otro pajaro. Extendio las alas y planeo blandamente, posandose en un penasco al lado de Dimov. El tendio la mano y le dio unas palmaditas en el cuello.

— Vamos — repitio Vanchidorzh.

El interior de la cueva era comodo. Sus espaciosas salas habian sido convertidas en habitaciones y locales de trabajo, y Pavlysh recordo las antiguas ilustraciones a la novela de Julio Verne La isla misteriosa, a cuyos heroes gustaba trabajar comodamente. Pavlysh penso que en su habitacion habria una ventana, abierta en el muro, por la que penetraria el aire del oceano.

Dimov dijo:

— De vivienda no estamos muy bien. El mes pasado llegaron seis fisiologos y ocuparon todos los cuartos disponibles, tendra que vivir en la misma habitacion que Van. ?No tiene nada en contra?

Pavlysh miro a Vanchidorzh, pero este se habia vuelto de cara a la pared.

— Yo, claro, no objeto. Pero, ?no estorbare?

— Yo paso muy poco tiempo en la habitacion — dijo al punto Van.

La habitacion era espaciosa, y no tenia nada que ver con las celdas que habia en otras estaciones. En la roca habian practicado una alta y angosta ventana, por la que entraba la luz del sol.

— Ahi tiene su cama — dijo Van, senalando hacia un lecho de verdad, bastante ancho, comodo, cuya cabecera era una lapida verdosa con caprichosas tallas.

— ?Y usted? — pregunto Pavlysh. En la habitacion no habia otra cama.

— Ahora traigo una. No me dio tiempo. Nadie le esperaba.

— Por eso dormire en la cama que traiga usted — dijo Pavlysh —. La hospitalidad no debe acarrear sacrificios.

Se aparto de la ventana. Todo a lo largo de una pared de la habitacion habia un obrador. En el yacian

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