— No estas del todo en lo cierto, Erico — dijo Sandra —. Es arriba donde reina la tranquilidad. Otros tienen un trabajo distinto.

La escalera de caracol que empezaban a bajar giraba en torno a un poste vertical, en el que se hallaba el ascensor. Pero prefirieron ir a pie.

— Soy un filosofo de tres al cuarto — continuo Ierijonski —. Debo decide, colega, que las circunstancias de mi trabajo inducen a pensar en abstracto. El caracter, aparentemente prosaico, de nuestra vida presente oculta la presion de futuros cataclismos y torbellinos. Pero, repito, todo eso lo percibimos tan solo como el fondo, y a todo fondo, incluso al mas exotico, se habitua uno muy pronto. Si, Sandra ha dicho que la vida de otros no es aqui tan tranquila. Tal vez… ?A que hora lo espera Dimov?

— Dentro de treinta minutos.

— Entonces, le mostraremos el acuario y regresaremos en seguida. Escuchar a Dimov es muy interesante, pero no soporta la falta de puntualidad.

— Es extrano — observo Pavlysh —, aqui se habla de Dimov como si fuese un autocrata, cuando produce la impresion de ser una persona muy blanda y delicada.

— Con nosotros hay que mostrarse autocrata obligatoriamente, aunque sea con guantes de cabritilla. Yo, en lugar de Dimov, habria escapado ya de esta taifa de intelectuales. Hay que poseer un aguante increible.

— Erico se equivoca otra vez — observo Sandra, a quien parecia agradar el poner en tela de juicio todas las opiniones de Ierijonski —. Dimov es, en efecto, una persona simpatiquisima y blanda, pero nosotros comprendemos que a el pertenece siempre la ultima palabra. No tiene derecho a equivocarse, ya que, si se equivoca, puede suceder algo muy malo. Aqui no hay vida tranquila. Todo eso son figuraciones de Ierijonski.

Termino el pozo. Pavlysh permanecio unos segundos reclinado en la pared, esforzandose por sobreponerse al mareo. Ierijonski se dio cuenta y le dijo:

— Procuramos movernos todo lo posible. En el trabajo no nos desplazamos de aca para alla…

— Segun quien — dijo Sandra, hacia quien Pavlysh habia ya vuelto la cabeza, esperando una nueva objecion —. Yo he de moverme mucho, y otros, tambien.

— Yo no hablo de vuestro grupo — explico Ierijonski —. Vuestro grupo es otra cosa.

— ?Y Marina Kim? — pregunto Sandra.

A Pavlysh le dio un vuelco el corazon. Por primera vez, aquel nombre habia sido pronunciado alli con toda sencillez y naturalidad, como el de Dimov o el de Van. Por lo menos, podia abrigar ya la seguridad de que Marina se encontraba alli y habia de moverse. De aquellas palabras se desprendia, ademas, que no pertenecia al grupo de Sandra. Pero se hallaba en la Estacion, cerca, y quizas en aquel mismo instante Van le estuviera entregando la carta de la Tierra.

— ?Que tiene que ver aqui Marina? — exclamo, asombrado, Ierijonski, y, como si pidiera su apoyo a Pavlysh, a quien, por lo visto, consideraba mejor informado, agrego —: ?Acaso se puede comparar?

Pavlysh se encogio de hombros. No sabia si se podia comparar a Ierijonski con Marina Kim. Aunque aquello confirmaba tambien su sospecha de que Ierijonski llevaba una vida tranquila, y Marina, no. Ierijonski corria por las escaleras, para no perder la forma, y Marina no corria tal peligro.

— ?Pero si el no conoce a Marina! — dijo Sandra.

— ?Ah, si, me habia olvidado por completo!

— La vi en cierta ocasion — explico Pavlysh —. Hace mucho, en la Luna, unos seis meses atras.

— ?No puede ser! — exclamo Ierijonski —. Se equivoca usted…

— ?Si? ?Es que has olvidado la que se armo en el instituto? — pregunto Sandra —. Tienes memoria de grillo.

Ierijonski nada objeto.

Entraron en un espacioso local de techo muy bajo, sustentado por pilares en alguno que otro lugar. La pared opuesta a la entrada era transparente. Tras ella verdeaba el agua.

— Aqui ve nuestro acuario — dijo Ierijonski.

— Los dejo — anuncio Sandra —. Debo entregar las cartas y luego ire al trabajo.

— Suerte — le deseo Ierijonski con voz tremula —. No te fatigues demasiado.

Pavlysh se acerco a la pared transparente. Muy cerca paso veloz una bandada de morralla, los rayos del sol se abrian paso a traves del agua y se disipaban arriba, creando la impresion de una inmensa sala invadida de niebla, bajo cuyo techo lucian unas lamparas invisibles. Se mecian las largas manos de las algas. El fondo del oceano descendia mas y mas profundo, y de alli asomaban, borrosos, los picos de unas rocas negras. Un tiburon enorme subio de la tenebrosa hondura y nado lento y majestuoso hacia el cristal. Lo seguia otro un poco menor.

De un lado, de una portilla que Pavlysh no veia, habia aparecido Sandra. Vestia un ligero equipo de goma, aletas y grandes gafas. No veia los tiburones, y Pavlysh temio por ella. La joven nado directamente hacia un tiburon.

— ?Sandra! — grito Pavlysh, precipitandose hacia el cristal.

El tiburon menor dio la vuelta con gracioso movimiento y se dirigio hacia Sandra. La elegancia de su movimiento denotaba una terrible fuerza primitiva.

— ?Sandra!

— Tranquilizate — dijo Ierijonski, de cuya presencia Pavlysh se habia olvidado por completo —. A mi tambien me da miedo a veces.

El tiburon y Sandra nadaban uno al lado del otro. Sandra decia algo al pez. Pavlysh habria jurado que le habia visto abrir la boca. Luego Sandra ascendio un poco y se tendio en el lomo del tiburon, asiendose a una aguda aleta, y el pez se deslizo inmediatamente a lo hondo. El otro escualo lo siguio.

Pavlysh se dio cuenta de que se hallaba en una postura incomoda, con la frente casi pegada al cristal. Se paso la mano por la sien: se le habia antojado que tenia el pelo revuelto. No era asi. En fin de cuentas, todo lo que habia visto era verosimil: alli amaestraban animales marinos.

Pavlysh no sabia cuanto tiempo habia transcurrido ya. Se volvio para preguntar a Ierijonski que significaba todo aquello. Pero el medico no estaba alli.

Pavlysh recordo que no habia convenido con Dimov el lugar en que deberian encontrarse…

Subio arriba en el ascensor y dio sin dificultad con la espaciosa sala de los retratos. Pero alli no habia nadie. Entonces retorno a su cuarto, pues suponia que lo mas facil para Dimov seria buscarlo alli.

La pieza estaba tambien vacia. Pavlysh se acerco al retrato de Marina. Ella miraba por encima de su cabeza, como si viera detras algo muy interesante. Se curvaban hacia arriba las comisuras de sus carnosos labios: aquello no era todavia una sonrisa, pero si su comienzo. Habian transcurrido ya mas de cuarenta minutos, y Dimov no daba senales de vida. Pavlysh se llego a la ventana. Tras ella soplaba el viento. La habitacion estaba muy silenciosa: el cristal no dejaba pasar el ruido. En el pasillo reinaba tambien el silencio. Subitamente se oyo un leve tecleo, como si al lado se hubiese despertado un diligente grillo. Pavlysh miro alrededor. En la punta opuesta del obrador de Van habia una maquina de escribir. Funcionaba. El borde del papel aparecio sobre el carro y sobresalio de el unos cuantos centimetros, dejando ver una linea ya impresa. La maquina emitio un chasquido, y la esquela, cortada, cayo en el receptor. Pavlysh creyo que tal vez fuera para el. Quizas Dimov lo estuviera buscando y lo citara de tal guisa. Se acerco a la maquina y recogio la nota.

«Van — decia —, ?como se llama ese hombre que llego hace poco?

Si se llama Pavlysh, no le hables de mi. Marina».

Pavlysh quedo de una pieza, la esquela en la mano. Marina no queria verlo. ?Estaria enfadada con el? Pero ?por que? ?Como deberia conducirse en adelante? Sabia que Marina estaba alli…

— Vaya, aqui esta — dijo Dimov —. Hizo bien en volver al cuarto. Lo encontre enseguida. ?Que, estuvo abajo?

— Si — respondio Pavlysh. Debia dejar la esquela en su sitio, y dio un paso hacia la maquina..

— ?Ha sucedido algo? — pregunto Dimov —. ?Esta disgustado?

Pavlysh habia tendido ya hacia la maquina la mano en que tenia la esquela, pero cambio de parecer. ?Para que ocultar nada? Paso la esquela a Dimov.

— ?Ah, es su correspondencia particular! — dijo, senalando con la cabeza hacia la maquina —. Usted tomo la nota casualmente porque la maquina empezo a funcionar y creyo que yo lo andaba buscando, ?si?

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