Tras el saqueo a la familia Chao, la mayoria de la gente de Weichuang se sintio complacida, aunque temerosa, y A Q no fue una excepcion. Pero cuatro dias mas tarde, A Q fue arrastrado a la ciudad sin previo aviso, en medio de la noche. Era una noche oscura cuando un escuadron de soldados, un escuadron de la milicia, un escuadron de la policia y cinco hombres del servicio secreto entraron calladamente en Weichuang y, al amparo de la oscuridad, rodearon el Templo de los Dioses Tutelares, instalando una ametralladora frente a la entrada. Mas A Q no se lanzo fuera. Durante largo rato, nada se movio en el templo. El capitan se impaciento y ofrecio una recompensa de veinte mil sapecas. Solo entonces dos hombres de la milicia se atrevieron a correr el riesgo, saltaron la muralla y penetraron en el interior. Y entre todos arrastraron a A Q. Pero no comenzo a despejarse sino cuando lo sacaron del templo y lo llevaron hasta cerca de la ametralladora.

Era ya mediodia cuando llegaron a la ciudad y A Q se vio arrastrado a un destartalado yamen; despues de doblar cuatro o cinco veces por las galerias, fue obligado a entrar a una pequena habitacion. Apenas habia traspasado el umbral a los tumbos, cuando la puerta enrejada de madera, hecha de troncos enteros, se cerro rechinando a sus talones. El resto de la habitacion consistia en tres muros. Miro con atencion a su alrededor y pudo ver a otros dos individuos en un rincon.

Si bien A Q se sentia algo inquieto, no se hallaba muy deprimido, porque el dormitorio que tenia en el Templo de los Dioses Tutelares no era mejor que aquel. Los otros dos tambien parecian ser aldeanos. Poco a poco se pusieron a conversar y uno de ellos le conto que el senor licenciado del examen provincial queria procesarlo por el arriendo que le debia su abuelo; el otro no sabia por que estaba alli. Cuando interrogaron a A Q, contesto con toda franqueza:

– Porque queria la rebelion.

Aquella tarde le hicieron salir por la puerta enrejada y le llevaron ante un gran estrado, sobre el cual estaba sentado un anciano con la cabeza completamente afeitada. A Q se preguntaba si no seria un monje, pero cuando vio que abajo habia una fila de soldados de pie y unos diez hombres de largas togas a ambos lados del anciano, algunos con la cabeza completamente afeitada como este ultimo, y otros con el cabello de un pie de largo colgandole sobre los hombros, igual que Falso Demonio Extranjero, pero todos fulminandolo con la mirada, con los rostros fieros, se dio cuenta de que aquel hombre debia de ser un personaje importante. Al punto se le aflojaron las rodillas y cayo de hinojos.

– ?Ponte de pie para hablar! ?No de rodillas! -gritaron a coro los hombres de togas largas.

Aunque A Q parecio comprender, no se sentia capaz de ponerse de pie; involuntariamente se puso en cuatro patas y lo mejor que pudo hacer finalmente fue arrodillarse de nuevo.

– ?Espiritu de esclavos!… exclamaron los hombres de toga con desprecio, si bien no insistieron en que se pusiera de pie.

– Di la verdad y tu pena sera menos dura dijo el anciano de la cabeza rapada, en voz serena y clara, fijando sus ojos en A Q-. Lo se todo. Cuando hayas confesado, te dejare libre.

– ?Confiesa! -repitieron en voz alta los de la toga.

– En realidad yo queria… venir… -murmuro A Q desarticuladamente, despues de una confusa reflexion.

– En ese caso, ?por que no viniste? -pregunto el anciano gentilmente.

– Falso Demonio Extranjero no me dejo.

– ?Disparates! Es demasiado tarde para hablar de eso ahora. ?Donde estan tus complices?

– ?Que?…

– Los que aquella noche robaron a la familia Chao.

– No vinieron a buscarme. Ellos mismos se llevaron las cosas -el recuerdo indigno a A Q.

– ?Donde fueron? Cuando me lo hayas dicho, te dejare ir -dijo el anciano aun mas gentilmente.

– No lo se… No vinieron a buscarme…

Entonces, a un guino del anciano, A Q fue llevado de nuevo a la prision, de donde no volvio a salir hasta la manana siguiente.

Todo seguia igual en el estrado. El anciano con la cabeza afeitada seguia sentado arriba y A Q volvio a arrodillarse.

– ?Tienes algo mas que decir? -pregunto el anciano suavemente.

A Q penso y no encontro nada que decir, de modo que contesto:

– Nada.

Entonces, un hombre de larga levita trajo una hoja de papel y paso un pincel a A Q. A Q estaba tan espantado que casi se le cayo el alma, porque aquella era la primera vez en su vida que su mano tocaba un pincel para escribir. Estaba devanandose los sesos para encontrar la manera de cogerlo cuando el hombre senalo un sitio en el papel y le dijo que pusiera su nombre.

– Yo… yo… no se escribir -dijo A Q, consternado y avergonzado, tomando el pincel.

– En ese caso, te sera mas facil hacer un circulo.

A Q trato de dibujar un circulo, pero la mano que sostenia el pincel temblaba tanto que el hombre le puso el papel en el suelo. A Q se inclino y trazo un circulo con tanto fervor como si en ello le fuera la vida. Temia que se rieran de el y decidio hacerlo redondo; pero el maldito pincel no solo era muy pesado, sino que no queria obedecer, serpenteando en uno y otro sentido; cuando la linea iba ya a juntarse, volvio a torcerse, haciendo una figura en forma de semilla de melon.

Dejando a A Q con la verguenza de no haber sido capaz de dibujar un circulo redondo, aquel individuo se habia llevado el papel y el pincel sin hacer comentarios; entonces unas cuantas personas lo llevaron de regreso al cuarto de la puerta enrejada.

Esa vez no se sintio particularmente irritado al pasar la puerta. Suponia que en este mundo el destino de cada uno consistia en ser llevado a prision y sacado de ella y en dibujar circulos sobre papel; solo porque el circulo no habia sido del todo redondo sentia que en su reputacion habia una mancha. Pero pronto recupero la compostura diciendose: -Solo los idiotas pueden dibujar circulos redondos -y con este pensamiento se quedo dormido.

Pero aquella noche el senor licenciado del examen provincial no pudo dormir porque habia renido con el capitan. El licenciado del examen provincial insistia en que lo mas importante era recuperar las cosas robadas, en tanto que el capitan sostenia que primero debia hacerse un escarmiento publico. En los ultimos dias, el capitan habia llegado a tratar al licenciado del examen provincial en forma muy desdenosa; y asi, golpeando la mesa con el puno, habia declarado: «?Castiguemos a algunos para escarmentar a ciento! Ahora bien, soy miembro del partido revolucionario desde hace menos de veinte dias y ya ha habido mas de diez robos, ninguno de los cuales ha sido declarado; y ya pueden ver lo mal que eso cae a mi prestigio. Y ahora que se ha aclarado uno, viene usted a argumentar como un pedante. ?No senor! Este es asunto mio».

El senor licenciado del examen provincial se habia molestado mucho, pero insistio, alegando que si los bienes robados no se recuperaban, dimitiria inmediatamente de su puesto de administrador civil adjunto.

– ?Como usted guste! -dijo el capitan.

En consecuencia, el senor licenciado del examen provincial no durmio aquella noche, pero, felizmente, tampoco presento su dimision al otro dia.

A Q fue sacado de la prision por tercera vez en la manana que siguio a la noche en que el senor licenciado del examen provincial no habia podido dormir. Cuando llego al gran estrado, el anciano de la cabeza rapada seguia sentado, como de costumbre, y A Q se arrodillo, como de acostumbre.

Con mucha suavidad, el anciano le pregunto:

– ?Tienes algo mas que decir?

A Q reflexiono y llego a la conclusion de que no habia nada que decir, de modo que respondio:

– Nada.

Unos hombres de largas tunicas y chaquetas cortas le pusieron de repente un chaleco blanco de tela fina, con unos jeroglificos negros pintados encima. A Q se sintio considerablemente disgustado y vejado, porque aquello se parecia mucho a un traje de luto y usar luto era de mal aguero. Al mismo tiempo le amarraron las manos a la espalda y le sacaron del recinto del tribunal.

A Q fue subido a una carreta descubierta y varios hombres con chaquetas cortas se sentaron junto a el. La carreta partio en seguida. Adelante iba un grupo de soldados y hombres de la milicia que llevaban sobre los hombros rifles extranjeros, y a ambos lados una multitud de boquiabiertos espectadores; lo que habia detras, A Q no podia verlo. Pero de pronto se le ocurrio: «?No iran a cortarme la cabeza?» Se sintio terriblemente alarmado y todo se volvio negro ante sus ojos, al mismo tiempo que sentia un zumbido en los oidos, como si se hubiera desmayado. Pero en realidad no se desmayo del todo. Aunque se sentia intranquilo a ratos, permanecia en calma;

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