– ?No hay nada, nada! ?Vete!
Aquello le resultaba a A Q cada vez mas raro. Penso: «Esta gente nunca pudo arreglarselas sin ayuda y no puede ser que ahora, de repente, no haya nada que hacer. Debe de haber gato encerrado en alguna parte». Pero despues de cuidadosas averiguaciones descubrio que los trabajos ocasionales se los daban a Pequeno Don. Este pequeno D era un mozo pobre, flaco y debil, aun inferior a Bigotes Wang ante los ojos de A Q. ?Quien iba a pensar, pues, que aquel tipo miserable podia robarle sus medios de subsistencia? De modo que la indignacion de A Q fue aun mayor que en ocasiones ordinarias y, mientras caminaba echando chispas, alzo de repente el brazo y comenzo a cantar un verso de opera popular: -Te aplastare con mi maza de acero…
Dias mas tarde se encontro con el propio Pequeno D ante el muro frente a la casa del senor Chian. «Cuando dos enemigos se encuentran, sus ojos arrojan fuego.» A Q se fue derecho hacia el y Pequeno D permanecio inmovil.
– ?Maldita bestia! -dijo A Q, fulminandolo con la mirada y echando espuma por la boca.
– Soy un animal; ?basta con eso?… -respondio Pequeno D.
Esta modestia enfurecio a A Q mas que nada, pero como no tenia una maza de acero en sus manos, todo lo que hizo fue echarse encima del Pequeno D y estirar el brazo para cogerle la coleta. Pequeno D trataba de proteger su trenza con una mano y de coger con la otra la coleta de A Q, por lo cual A Q tambien empleaba una mano para proteger su propia trenza. En el pasado, A Q jamas habia considerado a Pequeno D digno de ser tomado en serio, pero como ultimamente habia pasado hambre, estaba tan flaco y debil como su enemigo, de modo que parecian dos antagonistas absolutamente equilibrados. Cuatro manos agarraban dos cabezas; ambos luchadores, doblados por la cintura, arrojaron una sombra azul en forma de arco iris sobre la blanca muralla de la familia Chian durante cerca de media hora.
– ?Basta! ?Basta! -exclamaban los espectadores, probablemente tratando de imponer la paz.
– ?Bien, bien! -decian otros. Pero no esta claro si era para imponer la paz, para aplaudir a los combatientes o para incitarlos a nuevos ataques.
Pero los dos rivales hacian oidos sordos a todo. Si A Q avanzaba tres pasos, Pequeno D retrocedia tres pasos y alli se quedaban quietos. Si Pequeno D avanzaba tres pasos, A Q retrocedia tres pasos y alli volvian a quedarse quietos. Al cabo de casi media hora Weichuang poseia muy pocos relojes que dieran la hora, de modo que es dificil calcularlo con exactitud; tal vez fuesen veinte minutos, cuando el sudor les corria por las mejillas y la cabeza les humeaba, A Q dejo caer las manos y, en el mismo instante, cayeron tambien las manos de Pequeno D. Se incorporaron simultaneamente y retrocedieron simultaneamente, abriendose paso entre la multitud.
– ?Acuerdate, hijo de perra!… -dijo A Q volviendo la cabeza.
– ?Tu, hijo de perra, acuerdate!… -respondio Pequeno D, volviendo tambien la cabeza.
Aparentemente, la «batalla del dragon y el tigre» no habia terminado en victoria ni en derrota y no se sabe si los espectadores estaban satisfechos o no, porque ninguno de ellos expreso su opinion. Pero ni siquiera asi vino nadie a buscar a A Q para darle trabajo.
Un dia tibio en que una suave brisa parecia anunciar el verano, A Q sintio frio; eso podia soportarlo, pero su mayor molestia era el estomago vacio. Su manta guateada, su sombrero de fieltro y su chaqueta habian desaparecido hacia mucho tiempo y al final habia tenido que vender su chaqueta guateada. No le quedaba nada mas que los pantalones, sin los cuales no podia quedarse de ningun modo. Tenia una chaqueta forrada destrozada, es verdad, pero como no fuera para hacer suela de zapatos no valia un comino. Hacia tiempo que esperaba recoger algun dinero, pero hasta el momento no habia tenido exito; tambien habia tenido esperanza de encontrar un poco de dinero en su destartalada habitacion y habia buscado, inquieto, por todos los rincones, pero la habitacion estaba absoluta y enteramente vacia. Por lo tanto se decidio a salir en busca de alimento.
Iba por el camino «en busca de alimento», cuando diviso la taberna familiar y el familiar pan cocido al vapor, pero paso de largo, no solo sin detenerse ni un segundo, sino aun sin sentir el mas minimo deseo. No era aquello lo que buscaba, aunque el mismo no sabia que era lo que buscaba.
Weichuang no era un lugar grande y pronto lo dejo atras. La mayor parte de la region, fuera de la aldea, consistia en plantaciones de arroz anegado, verdes hasta donde la vista podia alcanzar, aqui y alla manchas de objetos redondos, negros y moviles, que eran los hombres que cultivaban los campos. Pero A Q no tenia ojos para los placeres de la vida campesina y simplemente continuaba su camino porque sabia por instinto que aquello estaba muy lejos de su senda «en busca del alimento». En un momento dado se encontro ante las murallas del Convento del Sereno Recogimiento.
El convento tambien estaba rodeado de campos de arroz; sus blancas murallas destacaban nitidamente contra el verde tierno y, dentro de la baja muralla trasera, de barro, estaba el huerto. A Q vacilo un momento, mirando a su alrededor. Como no habia nadie a la vista, salto sobre la baja muralla, cogiendose a una mata de poligala. El barro se deshizo con ruido de deslizamiento y las piernas de A Q temblaron de miedo; pero logro asirse a una morera y desde alli dio un salto al interior. Habia una profusion de plantas, pero ni rastros de vino amarillo o pan o comestibles. Junto a la muralla occidental habia un macizo de bambu y muchos brotes, pero desgraciadamente estos no estaban cocinados. Tambien habia plantas de colza, pero ya habian dado semilla. La mostaza estaba a punto de florecer y la col estaba muy dura.
A Q se sintio tan desilusionado como un escolar fracasado en los examenes e iba caminando lentamente hacia la puerta del jardin cuando de subito dio un salto de alegria, porque alli, delante de sus ojos, ?que habia sino un plantio de rabanos? Se puso en cuclillas y comenzo a arrancarlos, cuando de pronto una cabeza redonda asomo por la puerta y desaparecio al instante; se trataba nada menos que de la monjita. A Q siempre habia sentido el mas olimpico desprecio por seres como las monjitas, pero las cosas del mundo exigen «un paso atras para la reflexion», de modo que rapidamente arranco cuatro rabanos, les quito las hojas y los metio en los bolsillos de su chaqueta. Pero en ese momento habia aparecido ya una monja vieja.
– ?Que Buda nos proteja, A Q! ?Que es lo que te impulso a entrar en nuestro jardin y robarnos nuestros rabanos?… ?Oh, Dios mio, que pecado! ?Oh, Dios mio, Buda nos proteja!
– ?Cuando entre a tu jardin a robar rabanos? -contesto A Q, mirandola y emprendiendo la retirada.
– ?Ahora!… ?Y esos? -dijo la monja vieja, senalando los que abultaban en la chaqueta.
– ?Son tuyos? ?Puedes hacer que contesten a tu llamada?
Tu…
Sin terminar la frase, A Q echo a correr a toda velocidad, seguido por un perro negro, prodigiosamente gordo. Aquel perro estaba en la puerta principal y es un misterio como habia llegado al huerto trasero. El perro corria grunendo y estaba a punto de morder la pierna de A Q, cuando, muy oportunamente, cayo un rabano de los que este llevaba y el perro, cogido por sorpresa, se detuvo durante un segundo. A Q salto la muralla de barro y cayo, con rabanos y todo, fuera del convento. Dejo al perro negro ladrando todavia y a la anciana monja rezando sus oraciones.
Temiendo que la monja dejara salir al perro, A Q junto sus rabanos y echo a correr, recogiendo de paso unas cuantas piedrezuelas; pero el perro negro no volvio a aparecer. A Q tiro las piedras y siguio su camino, mascando y pensando:
– No hay nada que hacer aqui; mejor me voy a la ciudad…
Cuando se hubo comido el tercer rabano, tenia decidido marcharse a la ciudad.
VI. De la rehabilitacion a la decadencia
Weichuang no volvio a ver a A Q hasta despues de la Fiesta Lunar de ese ano. Todos se sorprendieron al saber la noticia de su regreso y haciendo memoria se preguntaron donde habria pasado aquellos dias. Las pocas veces que habria ido a la ciudad, A Q siempre lo habia anunciado con anticipacion y gran entusiasmo; pero como esta vez no lo habia hecho, nadie se dio cuenta de su viaje. Tal vez se lo hubiera dicho al viejo que cuidaba el Templo de los Dioses Tutelares, pero, segun la costumbre de Weichuang, solo se consideraba importante el viaje a la ciudad del senor Chao, del senor Chian o del bachiller. Ni siquiera se comentaba el viaje de Falso Demonio Extranjero; mucho menos el de A Q. Esto puede explicar por que el viejo no habia hecho circular la noticia, de lo que resulto que la sociedad de Weichuang no tuvo medios de saberlo.
Pero el regreso de A Q fue aquella vez muy diferente de las anteriores y, en realidad, digno de causar verdadero asombro. Estaba obscureciendo cuando aparecio, pestaneando, sonoliento, ante la puerta de la