ocultaba el fondo de la gruta. La aparte. Un cuerpo alargado, cubierto con una lona, yacia sobre « una mesa rodante de aluminio. Alce el borde de la lona y vi el rostro petrificado de Gibarian. Los cabellos negros, lacios, cruzados por un mechon gris, parecian pegados al craneo. Los cartilagos de la garganta le sobresalian como aristas. Los ojos sin brillo miraban fijamente la boveda, y habia en la comisura de cada uno de los parpados una lagrima de hielo opaco. El frio era tan intenso que tuve que apretar los dientes. Sostuve el sudario con una mano, y roce con la otra la mejilla de Gibarian. Fue como tocar el tronco de un arbol petrificado, erizado de pelos negros y punzantes. La curva de los labios parecia expresar una paciencia infinita, desdenosa. Al soltar la tela observe, asomadas entre los pliegues que cubrian los pies de Gibarian, cinco perlas negras, ordenadas de mayor a menor. Quede paralizado.
Habia reconocido los dedos, la pulpa oval de los cinco dedos de un pie; bajo la arrugada mortaja, aplastada contra el cuerpo de Gibarian, estaba acostada la mujer negra.
Lentamente retire la lona. La cabeza, coronada de cabellos crespos, enroscados en pequenos mechones, descansaba en el hueco de un brazo negro y macizo. La piel de la espalda relucia, tensa, en las aristas de las vertebras. Ningun movimiento animaba a ese cuerpo colosal. Observe una vez mas las plantas de los pies; no estaban aplastadas ni deformadas por el peso del cuerpo; la marcha no le habia endurecido la piel, intacta y tersa como en las manos o en los hombros.
Tuve que esforzarme de veras para atreverme a tocar ese pie desnudo. Hice entonces otra comprobacion inverosimil: ese cuerpo, abandonado en una camara congeladora, ese falso cadaver vivia y se movia. La mujer habia retirado el pie, como un perro dormido cuando uno intenta tomarle una pata.
« Se va a helar… » pense confusamente. Pero la carne estaba tibia y yo habia creido sentir en las yemas de los dedos el latido regular del pulso. Retrocedi, el cortinado cayo, y hui precipitadamente.
Fuera de la gruta blanca, el calor me parecio sofocante. Avance por el corredor y subi la escalera, que me llevo nuevamente a la plataforma exterior.
Me sente sobre las argollas de un paracaidas plegado y me tome la cabeza entre las manos. Me sentia abrumado. Las ideas se me escapaban: imposible retenerlas, caian resbalando por una abrupta pendiente… ?Que me ocurria? Si la razon flaqueaba, cuanto antes perdiera la conciencia mejor que mejor. La idea de una extincion inmediata desperto en mi una esperanza inexpresable, irrealizable.
No valia la pena ir en busca de Snaut o Sartorius, nadie podia comprender plenamente lo que yo acababa de vivir, lo que habia visto, lo que habia tocado con mis propias manos. Habia una unica explicacion, una unica salida: la locura. Si, era eso, desde mi llegada aqui me habia vuelto loco. Las emanaciones del oceano me habian atacado el cerebro; las alucinaciones se sucedian; de nada servia que tratara de resolver enigmas ilusorios. Tenia que solicitar auxilio medico, llamar por radio al
Un cambio inesperado se opero en mi: el pensamiento de que me habia vuelto loco me devolvio la calma.
Sin embargo, yo habia oido claramente las palabras de Snaut… Si era que Snaut existia, y si yo habia hablado alguna vez con el. Era posible que las alucinaciones hubieran comenzado mucho antes. ?Me encontraba quiza a bordo del
Lo primero que yo podia hacer, me parecio, era idear alguna prueba
Pero ?era posible idear un experimento clave? No, me dije, es imposible, pues mi cerebro enfermo (si esta enfermo) creara las ilusiones que yo le pida. Aun en suenos, y disfrutando de buena salud, hablamos con desconocidos, les hacemos preguntas, y escuchamos las respuestas. Ademas, aunque nuestros interlocutores sean en realidad creaciones de nuestra propia actividad psiquica, desarrolladas mediante un proceso seudoindependiente, mientras esos inter-locutores no nos han hablado, ignoramos que frases nos diran. Y sin embargo, esas frases han sido formuladas por una parte distinta de nuestra mente; tendriamos que conocerlas en el instante mismo en que las pensamos para ponerlas en labios de criaturas ficticias. No importaba pues el experimento, ni el modo de llevarlo a cabo. Yo siempre podia comportarme como si estuviese sonando. Si Snaut o Sartorius no existian realmente, de nada servia hacerles preguntas.
Pense en tomar alguna droga poderosa, peyote, por ejemplo, u otra preparacion que provocara alucinaciones coloreadas. Si yo luego tenia visiones, esto probaria que habia vivido de veras los sucesos recientes, y que estos eran parte de la realidad material circundante. Y en seguida pense que no, que esa no seria una experiencia clave, pues yo conocia los efectos de la droga (que elegiria yo mismo), y mi imaginacion podia sugerirme una doble ilusion: haber ingerido la droga, y experimentar sus efectos.
Daba vueltas y vueltas y el circulo siempre se cerraba; no habia modo de escapar. Nadie podia pensar sino con el propio cerebro, nadie podia verse desde el exterior y verificar el adecuado funcionamiento de los procesos internos… De pronto, se me ocurrio una idea, tan simple como eficaz.
Me levante de un salto y corri hasta la cabina de radio. La sala estaba desierta. Eche una ojeada al reloj electrico de pared. Faltaba poco para las cuatro, la cuarta hora en la noche, artificial de la Estacion; afuera brillaba el sol rojo. Conecte rapidamente la transmisora de largo alcance, y mientras el aparato se calentaba, recapitule mentalmente las principales etapas del experimento.
No recordaba la senal para llamar a la estacion automatica del satelite, pero la encontre en una cartulina que colgaba encima del tablero central. Envie el llamado en morse, y ocho minutos despues me llego la respuesta. El satelite, es decir, el cerebro electronico del satelite, se anuncio con una senal pulsatil.
Le pedi al satelite que me diera la posicion de los meridianos galacticos que atravesaba cada veintidos segundos mientras giraba alrededor de Solaris, y ordene fracciones de cinco decimales.
Luego me sente y espere la respuesta. Me llego al cabo de diez minutos. Arranque la cinta de papel recien impresa, evitando mirarla, y la escondi en un cajon. Retire de la biblioteca algunas cartas celestes, tablas de logaritmos, un calendario que incluia la trayectoria diaria del satelite, algunos libros auxiliares, y me puse a buscar yo mismo la respuesta. Durante una hora o mas ordene las ecuaciones. Hacia mucho tiempo, desde mis dias de estudiante, que no trabajaba en estos calculos. ?A que epoca se remontaba mi ultima hazana? A la de mi examen de astronomia practica, sin duda.
Lleve a cabo las operaciones con la ayuda de la enorme computadora de la Estacion. Mi razonamiento era el siguiente: guiandome por los mapas galacticos, obtendria un resultado aproximado, que podria comparar como la informacion del satelite. Aproximado, pues la trayectoria del satelite estaba sujeta a variaciones muy complicadas, debidas a las fuerzas de gravitacion de Solaris y los dos soles, y a las variaciones locales provocadas por el oceano. Cuando yo tuviera las dos series de cifras, la proporcionada por el satelite y la calculada teoricamente a partir de la carta celeste, yo introduciria las rectificaciones necesarias; de ese modo, los dos grupos coincidirian hasta la cuarta decimal; las divergencias se advertirian en la quinta decimal, y a causa de la influencia imprevisible del oceano.
Si las cifras obtenidas por el satelite no eran reales, sino el producto de mi mente extraviada, nunca coincidirian con la segunda serie. Mi cerebro estaba enfermo quiza, pero no hubiese podido en ninguna circunstancia rivalizar con la computadora de la Estacion y resolver rapidamente en privado problemas matematicos que requerian meses de trabajo. Por lo tanto si las cifras concordaban, la computadora de la Estacion existia, yo la habia utilizado realmente, y no era victima de ningun delirio.
Las manos me temblaban cuando saque del cajon la cinta telegrafica y la extendi junto a la cinta de papel de la computadora. Como lo habia previsto, las dos series coincidian hasta la cuarta decimal. Las diferencias solo aparecian en la quinta.
Guarde todos los papeles en el cajon. De modo que la computadora existia, y no dependia de mi, y los habitantes de la Estacion tambien existian y eran reales.