troneras. Toda esta ciudad flotante, peligrosamente inclinada hacia un lado, como un navio a punto de zozobrar, se deslizaba a la deriva, girando lentamente sobre si misma. Las sombras se movian perezosas « entre las callejas de la ciudad en ruinas, y de vez en cuando una superficie pulida me devolvia el resplandor de un rayo luminoso. Me atrevi a trepar mas arriba y luego me detuve: hilos de arena fina se desprendian de las rocas por encima de mi cabeza, y las cascadas de arena caian en barrancos y callejones, rebotando en torbellinos de polvo. El mimoide, por supuesto, no esta hecho de piedras, y basta levantar una Bastilla « rocosa » para destruir toda posible ilusion; la materia del mimoide es porosa, mas liviana que la piedra pomez.
Me encontraba a bastante altura, y Alcanzaba a sentir el movimiento del mimoide. No solo avanzaba, impulsado por los musculos negros del oceano hacia un destino ignoto; se inclinaba tambien, ya hacia un lado, ya hacia el otro, y los susurros de la espuma verde y gris que banaba la orilla acompanaban ese balanceo languido. La oscilacion pendular del mimoide se habia iniciado mucho tiempo antes, quiza en el momento de nacer, y la isla flotante habia crecido y se habia fragmentado conservando ese movimiento. Y entonces, solo entonces, cosa extrana, comprobe que el mimoide no me interesaba en absoluto, que habia volado hasta
aqui no para explorar el mimoide, sino para conocer
el oceano.
Con el helicoptero a algunos pasos detras de mi, me sente sobre la playa rugosa y resquebrajada. Una pesada ola negra cubrio la parte inferior de la orilla y se desplego, no ya negra, sino de un color verde sucio; refluyendo, la ola dejo unos riachos viscosos y tremulos que vagaban hacia el oceano. Me acerque mas a la orilla, y cuando llego la ola siguiente, extendi el brazo. Un fenomeno experimentado ya por el hombre un siglo atras se repitio entonces fielmente: la ola titubeo, retrocedio, me envolvio la mano, aunque sin tocarla, de modo que una fina capa de « aire » separaba mi guante de aquella cavidad, fluida un instante antes, y ahora de una consistencia carnosa. Lentamente levante la mano, y la ola, o mas bien esa excrecencia de la ola, se levanto al mismo tiempo, envolviendo siempre mi mano en un quiste translucido de reflejos verdosos. Me incorpore, y alce todavia mas la mano; la sustancia gelatinosa subio junto con mi mano y se tendio como una cuerda, pero no se rompio. La masa misma de la ola, ahora desplegada, se adheria a la orilla y me envolvia los pies (sin tocarlos), como un animal extrano que esperase pacientemente el final de la experiencia. Del oceano habia brotado una flor, y el caliz me cenia los dedos. Retrocedi. El tallo vibro, vacilo, indeciso, y volvio a caer; la ola lo recogio y se retiro. Repeti varias veces el juego; y entonces — como lo habia comprobado cien anos antes el primer experimentador— llego otra ola y me evito, indiferente, como cansada de una impresion demasiado conocida. Yo sabia que para reavivar la « curiosidad » del oceano tendria que esperar algunas horas. Volvi a sentarme; turbado por ese fenomeno que yo habia provocado, y del que habia leido numerosas descripciones, yo ya no era el mismo; ninguna descripcion podia transmitir esa experiencia.
Todos aquellos movimientos, considerados en conjunto o aisladamente, todas aquellas ramazones que afloraban fuera del oceano parecian revelar una especie de candor prudente, pero de ningun modo hurano; las formas inesperadas y nuevas despiertan en el una avida curiosidad, y la pena de tener que retirarse, de no poder trasponer unos limites impuestos por una ley misteriosa. ?Que raro contraste entre esa curiosidad alerta y la inmensidad centelleante del oceano que se desplegaba hasta perderse de vista! Nunca hasta entonces habia sentido yo como ahora esa gigantesca presencia, ese silencio poderoso e intransigente, esa fuerza secreta que animaba regularmente las olas. Inmovil, la mirada fija, me perdia en un universo de inercia hasta entonces desconocido, me deslizaba por una pendiente irresistible, me identificaba con ese coloso fluido, y mudo, como si le hubiese perdonado todo, sin el menor esfuerzo, sin una palabra, sin un pensamiento.
Durante esta ultima semana.mi conducta habia tranquilizado a Snaut, que ya no me perseguia con aquella mirada recelosa. En apariencia yo estaba tranquilo; en secreto, y sin admitirlo claramente, esperaba algo. ?Que? ?El retorno de Harey? ?Como hubiera podido esperar ese retorno? Todos sabemos que somos seres materiales, sujetos a las leyes de la fisiologia y de la fisica, y toda la fuerza de nuestros sentimientos no puede contra esas leyes; no podemos menos que detestarlas. La fe inmemorial de los amantes y los poetas en el poder del amor, mas fuerte que la muerte, el secular
Comentarios y Biografia
Ursula K. Le Guin
Darko Suvin
Stanislav Lem nacio en 1921 en la ciudad de Lvov; en 1944 se traslado a Cracovia, donde vive desde entonces. Ha escrito entre otros libros: