y temo haberte comprendido, piensas en un dios evolutivo, que se desarrolla en el tiempo, crece, y es cada vez mas poderoso, aunque sabe tambien que no tiene bastante poder. Para tu dios, la condicion divina no tiene salida; y habiendo comprendido esa situacion, se desespera. Si, pero el dios desesperado ?no es el hombre, mi querido Kelvin? Es del hombre de quien me hablas.. Tu dios no es solo una falacia filosofica, sino tambien una falacia mistica.
— No, no se trata del hombre — insisti—. Es posible que en ciertos aspectos el hombre se acomode a esta definicion provisional, y tambien deficiente. El hombre, a pesar de las apariencias, no inventa metas. El tiempo, la epoca, se las imponen. El hombre puede someterse a una epoca o sublevarse; pero el objeto aceptado o rechazado le viene siempre del exterior. Si solo hubiese un hombre, quiza pudiera tratar de inventarse una meta; sin embargo, el hombre que no ha sido educado entre otros seres humanos no llega a convertirse en hombre. Y el ser que yo… que yo concibo… no puede existir en plural ?comprendes?
Snaut senalo la ventana.
— Ah — dijo—, entonces…
— No, el tampoco. En el proceso de desarrollo, habra rozado sin duda el estado divino, pero se encerro en si mismo demasiado pronto. Es mas bien un anacoreta, un eremita del cosmos, no un dios… El oceano se repite, Snaut, y mi dios hipotetico no se repetiria jamas. Tal vez este ya en alguna parte, en algun recoveco de la Galaxia, y muy pronto, en un arrebato juvenil, apagara algunas estrellas y encendera otras… Nos daremos cuenta al cabo de un tiempo.
— Ya nos hemos dado cuenta — dijo Snaut con acritud—. ?Las novas y las supernovas serian entonces los cirios de un altar?
— Si tomas lo que digo al pie de la letra…
— Y Solaris es quiza la cuna de tu divino infante — continuo Snaut, con una sonrisa que le multiplico las arrugas alrededor de los ojos—. Solaris es tal vez la primera fase de ese dios desesperado… Quiza esta inteligencia pueda desarrollarse inmensamente… Todas nuestras bibliotecas de solaristica pueden no ser otra cosa que un repertorio de vagidos infantiles…
— Y durante un tiempo — prosegui— habremos sido los juguetes de ese bebe. Es posible. ?Tu sabes lo que acabas de hacer? Has ideado una hipotesis enteramente nueva sobre el tema de Solaris. Felicitaciones. De pronto, todo se explica, la imposibilidad de establecer un contacto, la ausencia de respuestas, el comportamiento extravagante; todo corresponde a la conducta de un nino pequeno…
De pie frente a la ventana, Snaut refunfuno:
— Renuncio a la paternidad de la hipotesis…
Contemplamos un rato las olas tenebrosas; una mancha palida, oblonga, se dibujaba al este, en la bruma que velaba el horizonte.
Sin apartar los ojos del desierto centelleante, Snaut pregunto de pronto:
—?De donde sacaste esa idea de un dios imperfecto?
— No se. Me parece muy verosimil. Es el unico dios en el que yo podria creer, un dios cuya pasion no es una redencion, un dios que no salva nada, que no sirve para nada: un dios que simplemente es.
— Un mimoide — apunto Snaut.
—?Que dices? Ah, si, lo habia observado. Un mimoide muy viejo.
Los dos contemplabamos el horizonte brumoso.
— Voy a salir — dije de pronto—. Nunca estuve fuera de la Estacion, y esta es una buena oportunidad. Vuelvo dentro de una media hora…
Snaut alzo las cejas.
—?Como? ?Sales? ?A. donde vas?
Le senale la mancha color carne oculta a medias en la bruma.
— Alla. ?Algun impedimento? Tomare un helicoptero pequeno. No quisiera tener que presentarme un dia como un solarista que nunca puso los pies en Solaris.
Abri el ropero y empece a buscar entre los trajes del espacio. Snaut me observaba en silencio. Al fin dijo:
— Esto no me gusta.
Yo habia elegido un traje; di media vuelta.
—?Que hay? — Hacia tiempo que no me sentia tan excitado. — ?Que te preocupa? ?Muestra tus cartas! Temes que yo… ?Que ideal Te juro que no tengo la menor intencion. Ni siquiera lo he pensado.
— Ire contigo.
— Te lo agradezco, pero prefiero ir solo. — Me meti en el traje. — ?Te das cuenta?… Mi primer vuelo sobre el oceano…
Snaut mascullo algo, pero no entendi lo que me decia; me puse de prisa el resto del equipo.
Snaut me acompano a la plataforma, y me ayudo a sacar el aparato y a ponerlo en el disco de lanzamiento. En el momento en que yo iba a ajustar la escafandra, me pregunto bruscamente:
—?Puedo confiar en tu palabra?
—?Santo Dios, Snaut! Si, puedes confiar en mi palabra. ?Donde estan los tanques de oxigeno?
Snaut no dijo nada mas. Cerre la cupula transparente, y le hice una senal con la mano. Snaut puso en marcha el ascensor y yo emergi sobre el techo de la Estacion. El motor desperto, zumbo; la helice de tres palas empezo a girar. Extranamente liviano, el aparato se elevo y la Estacion quedo en seguida atras.
A solas, volando a escasa altura — entre cuarenta y sesenta metros— yo veia el oceano con ojos muy distintos. Por primera vez tenia esa impresion, tantas veces descrita por los exploradores, y que yo nunca habia sentido alla arriba. Ese movimiento alternado de las olas brillantes no evocaba las ondulaciones del mar ni el desplazamiento de las nubes; parecia la piel reptante de un animal: las contracciones incesantes, y muy lentas, de una carne musculosa que segregaba una espuma carmesi.
Cuando empece a virar, con el proposito de acercarme al mimoide que flotaba a la deriva, el sol me hirio en los ojos, y unos relampagos de color sangre golpearon la cupula transparente; el oceano negro, erizado de llamas sombrias, me tino de azul.
Describi una curva demasiado amplia y el viento desvio el aparato, alejandolo del mimoide: una larga silueta irregular que asomaba en el oceano. Fuera de la bruma, el mimoide no tenia ya una tonalidad rosada sino un color gris amarillento; por un instante lo perdi de vista, y vislumbre la Estacion, que parecia posada en el horizonte, y cuya forma recordaba un antiguo zepelin. Cambie de direccion: la escarpada mole del mimoide, escultura barroca, crecio ante mis ojos. Temi estrellarme contra las protuberancias bulbosas, y enderece bruscamente el helicoptero, que perdio velocidad, y empezo a cabecear. Mis precauciones habian sido inutiles, pues las cimas redondeadas de aquellas torres fantasticas eran mas bajas ahora. Vole sobre la isla y lentamente, palmo a palmo, baje otra vez hasta rozar las cimas erosionadas. El mimoide no era grande; media, de uno a otro extremo, poco mas de un kilometro, y doscientos a trescientos metros de ancho; unos repliegues superficiales anunciaban de tanto en tanto una ruptura inminente. El mimoide, obviamente, era solo un fragmento desprendido de una forma mas grande; apenas un segmento infimo en la escala solarista, un viejo despojo de quien sabe cuantas semanas o meses de edad.
Entre las rocas veteadas que dominaban el oceano, descubri una especie de playa, una superficie inclinada relativamente plana, apenas unas pocas decenas de metros cuadrados. Me pose alli no sin dificultades; la helice habia estado a punto de chocar con un acantilado que broto bruscamente delante de mi. Detuve el motor y levante la cupula. De pie sobre el aleron, comprobe que el aparato no corria peligro de deslizarse hacia el oceano. A quince metros, las olas lamian la orilla dentada, pero el helicoptero descansaba firmemente sobre las muletas circunflejas. El acantilado que yo casi me habia llevado por delante era una enorme membrana osea atravesada de agujeros, y revestida de engrasamientos nudosos. Una brecha de varios metros hendia al sesgo esa pared y permitia examinar el interior de la isla, ya entrevisto a traves de los orificios del acantilado. Me encarame prudentemente a la saliente mas proxima, pisando con firmeza, sintiendo que la escafandra no impedia mis movimientos. Segui trepando hasta llegar a una altura de unos cuatro pisos por encima del oceano, y desde alli pude contemplar una ancha franja del paisaje que se perdia en los abismos del mimoide.
Crei ver las ruinas de una ciudad arcaica, una ciudad marroqui, desquiciada por un terremoto o algun otro cataclismo. Divise una intrincada red de callejuelas sinuosas, obstruidas por escombros, callejones que descendian bruscamente hacia la orilla banada de espumas viscosas; mas lejos, se perfilaban almenas intactas, bastiones de contrafuertes desconchados; en los muros combados, derruidos, habia orificios negros, vestigios de ventanas o