– ?Como estan tus padres? -inquirio Charles.

– ?Los mios? -pregunto Fabian.

– Si.

– Estan bien -vacilo un poco incomodo-. Siguen separados. ?Y como esta tu madre?

Alzo el brazo y abrio la escotilla del techo del coche, que dejo entrar una rafaga de aire helado y un ruido que ahogo la respuesta de Charles. A la derecha el sol era como una bola roja que empezaba a alzarse sobre las colinas de Borgona, el mismo sol que daria calor a las uvas blancas y rojas como la sangre. Dentro de veinte anos, quizas, abriria una botella de Clos de Vougeot y podria decirle en voz baja a quien estuviera a su lado: «Yo vi el sol que esta dentro de esta botella. Estaba alli.»

La sensacion de tragedia lo envolvio de nuevo; de pronto la bola del sol parecio demasiado cercana. Tuvo ganas de abrir la ventanilla para empujarla y hacer que se alejara. Un rayo de luz jugueteo por un instante y entro por la escotilla del techo, vibrante, lleno de vida, «como sangre fresca», penso.

– Voy a jugar al cricket si es que lo consigo -dijo Charles.

– Cricket… -comento Otto, que le dirigio una mirada de extraneza.

– Es posible que Cambridge sea mi ultima oportunidad de jugarlo.

– ?Has dicho cricket? -pregunto Fabian a gritos.

– Si -respondio Charles, gritando tambien.

Fabian vio unas luces rojas en la distancia. No habia aun la suficiente luz diurna para distinguir con claridad lo que ocurria. Habia varios vehiculos juntos y un indicador de luz color ambar se apagaba y se encendia con intermitencia; algo se movia en la calzada central. Fabian paso el Golf al carril de adelantamiento, disminuyo un poco la presion del pie sobre el acelerador y vio un destello luminoso.

– No sabia que jugaras.

– Fui «primer once» en Winchester.

– Si, el primero de los once en masturbarte -bromeo Fabian, que por un instante se giro para mirarlo.

– ?Que?

– ?Pajas, hombre!

– ?Fabian!

Fabian oyo la voz de Otto, extrana, ahogada por la emocion, y se sintio asustado, tenso. Volvio los ojos a la carretera.

Unos faros venian directamente hacia ellos. Luces enormes, cegadoras, que avanzaban en direccion prohibida por el carril de adelantamiento que ellos ocupaban.

– ?Un camion! -grito-. ?Jesus!

Su pie se dirigio al pedal del freno, pero sabia que ya no habia nada que hacer, que era demasiado tarde. Entre el brillo de las dos luces amarillas distinguio los dos ultimos digitos de la matricula: 75. «Paris», penso.

De repente se encontro encima del Golf, mirando hacia abajo; por la ventanilla del techo pudo ver a Charles y a Otto, que se contorsionaban como marionetas. Lo veia todo como fascinado, en movimiento lento, mientras el Golf se estrellaba contra el morro del camion, que no era tal camion sino otro turismo, un Citroen, uno de los grandes modelos anticuados, que parecio levantarse del suelo.

Primero se abollo el morro, despues el techo se retorcio y los cristales de las ventanillas parecieron transformarse en plumas que flotaron alrededor; muchas cosas volaron por el aire, formas grandes y pequenas. Las puertas traseras del Citroen se abrieron, una hacia adentro, la otra hacia afuera y el Citroen volco lateralmente. El asiento trasero estaba lleno de paquetes que comenzaron a levantarse en el aire, lentamente, y se rompieron al chocar contra el techo; unos hombrecillos blancos, marrones, negros, con los brazos abiertos, giraron juntos en el aire como en una extrana danza ritual. «Ositos de peluche», penso al verlos caer, rebotar y caer de nuevo definitivamente.

Un intenso olor de gasolina, un olor tremendo y poderoso. Por un momento todo se oscurecio de repente, difuminado, como si una capa de cristal helado se hubiera deslizado delante de el; despues un sonido, extrano y seco, como un neumatico que hace explosion, seguido de una oleada de calor. Los ositos fueron los primeros en arder, despues, la pintura de los coches comenzo a hincharse y desprenderse a causa del fuego.

Fabian comenzo a vibrar en medio del calor, temblando de modo incontrolable. Trato de moverse, pero le fue imposible. Todo era resplandor a su alrededor, un resplandor que se acercaba cada vez mas.

– ?No! -Asustado, Fabian miro a su alrededor tratando con todas sus fuerzas de moverse-. ?Carrie! -grito-. ?Carrie!

De pronto, repentinamente, se vio libre de todo aquel calor, corriendo de nuevo por la autopista, en medio de una luz blanca y brillante. «El sol debe haber ascendido con excepcional rapidez», penso. Se aferro al volante y sintio que el coche aceleraba. No tenia necesidad de cambiar de marcha para que el coche ganara velocidad por si solo, libre ya en la carretera, como si se deslizara patinando sobre el asfalto. Habian desaparecido los signos de la carretera, las senales de trafico, todo. ?Estaba volando, podia volar hacia las estrellas! Tiro del volante hacia atras, pero el coche no ascendio, sino que siguio volando en silencio a traves de aquella luz extrana, hacia un punto que parecia desvanecerse en la blanca neblina del horizonte. Dejo atras un coche destrozado que ardia lentamente a un lado de la carretera, junto a el un autobus tumbado sobre un costado; un camion con la cabina partida por la mitad, dos coches empotrados uno en otro, como dos escarabajos abrazados en una lucha a muerte, oxidados, abandonados; otro coche ardiendo, las figuras apenas visibles entre las llamas, mientras que la luz delante de el se hacia mas brillante a cada segundo. Miro a su lado.

El asiento de Otto estaba vacio.

– ?Donde esta Otto?

– Debe de haberse caido -respondio Charles.

– Estaba encendiendo un cigarrillo. ?Donde esta el cigarrillo?

– Posiblemente se lo llevo.

La voz de Charles sonaba extrana, como si llegara desde muy lejos. Fabian miro por encima del hombro. Creyo que Charles estaba alli, pero no podia estar seguro.

– ?No chocamos con el otro coche, Charles?

– No lo se, creo que si.

La luz, tan brillante, empezaba a dolerle en los ojos. Fabian se inclino hacia adelante en busca de sus gafas de sol. Ante el vio unas sombras entre la niebla blanca, unas formas que se movian.

– Peage -dijo-. Necesito dinero.

– No -le contradijo Charles-. No creo que nos haga falta dinero.

Fabian sintio como si el coche se elevara, para caer despues, dejandolo a el solo, suspendido en la luz blanca; hacia calor y se sintio como sumergido en el. Y vio algunas figuras que corrian a su encuentro.

En ese momento recordo de nuevo y comenzo a temblar.

– ?Carrie! -trato de gritar a aquellas figuras, pero no salio voz alguna-. ?Carrie! ?Tienes que dejarme! ?Tienes que hacerlo!

Ahora, las figuras estaban de pie a su alrededor, sonriendo amables, como si estuvieran contentas de verlo.

CAPITULO II

Alex vigilo al camarero mientras ponia un par de dedos de Chambertin en la copa de su marido, daba un paso atras y se quedaba firme a su lado. David levanto la copa de vino a la discreta luz y la giro un poco para que el vino mojara el cristal por igual y despues examino las lagrimas del glicerol que el vino habia dejado en las paredes de la copa al volver al fondo. Olio profundamente, fruncio el ceno, se llevo la copa a los labios un poco ruidosamente y despues saboreo el vino moviendo la boca como si estuviera masticando un buen trozo de entrecot. «No lo rechaces, Dios mio, no lo rechaces -se dijo a si misma-; no podre resistirlo si lo devuelves.»

Con alivio, Alex vio como su marido hacia un gesto de aceptacion y el sufrimiento termino.

– Chambertin «71» -dijo David orgulloso como si hablara consigo mismo.

– ?Ah! -exclamo Alex tratando de parecer entusiasmada y trato de demostrar, para agradarle, que podia apreciar un buen borgona, que podia diferenciar un borgona de un clarete-. Es una autentica delicia.

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