Guenrij Yagoda, luego Menzhinski, y mas tarde el pequeno proletario petersburgues, Nikolai. Ivanovich Yezhov, de ojos verdes, y ahora el amable e inteligente Lavrenti Pavlovich Beria. Ya nos hemos visto, ?saludos para usted! ?Que era lo que cantabamos? 'Levantate, proletario, lucha por tu causa'; yo no soy culpable de nada, tengo que orinar, no van a fusilarme, ?verdad?»
Que extrano era andar por aquel pasillo rectilineo como la trayectoria de una flecha mientras la vida esta tan enmaranada de senderos, barrancos, pantanos, arroyos, polvo de estepa, campos de trigo abandonados; debes abrirte paso, dar rodeos, pero el destino es lineal, andas recto como una cuerda, pasillos, pasillos, y luego mas puertas a lo largo de los pasillos.
Krimov avanzaba con paso cadencioso, ni rapido ni lento, como si el centinela no anduviera detras de el sino delante.
Algo habia cambiado en el desde el momento en que habia entrado en la Lubianka.
«La disposicion geometrica de los puntos», penso mientras le tomaban las huellas sin entender el motivo de esa reflexion, aunque expresara exactamente lo que le habia pasado.
La nueva sensacion estaba generada por el hecho de que ya no tenia conciencia de si mismo. Si hubiera pedido agua, le habrian dado de beber. Si hubiera sufrido un ataque al corazon, un medico le habria suministrado la inyeccion apropiada. Pero el ya no era Krimov. Todavia no podia comprenderlo, pero lo sentia. Ya no era el camarada Krimov, aquel que mientras se vestia, comia, compraba una entrada de cine, pensaba, se echaba a dormir tenia siempre conciencia de si mismo. El camarada Krimov se diferenciaba de todos los hombres por su alma y su mente, su veterania en el Partido, que se remontaba a antes de la Revolucion, sus articulos publicados en la revista La Internacional Comunista; por sus actitudes, sus pequenas manias, por su peculiar modo de comportarse, por el tono de voz que adoptaba en las conversaciones que mantenia con los miembros del Komsomol, las secretarias de los raikoms de Moscu, los obreros, los viejos miembros del Partido, sus amigos y postulantes. Su cuerpo era todavia como cualquier otro cuerpo humano, sus movimientos y pensamientos eran parecidos a los movimientos y pensamientos humanos, pero la esencia del camarada y hombre Krimov, su dignidad y su libertad, habian desaparecido.
Le llevaron a una celda rectangular con un suelo de parque limpio donde habia cuatro catres cubiertos con unas colchas bien extendidas, sin la menor arruga. Al instante se dio cuenta de que tres seres humanos miraban con interes humano al cuarto individuo.
Eran hombres. No sabia si eran buenos o malos; desconocia si eran hostiles o indiferentes respecto a el, pero el bien, el mal, la indiferencia que emanaba de ellos eran humanos.
Se sento en el catre que le habian indicado, y los otros tres, sentados tambien en sus catres con libros abiertos sobre las rodillas, le miraron fijamente en silencio. Y aquella sensacion maravillosa, preciosa, que creia haber perdido, volvio a aparecer.
Uno de los hombres era de complexion maciza, con la frente abombada, el rostro arrugado y una masa de cabellos canosos y negros, despeinados a lo Beethoven y con unos rizos que le caian sobre la frente baja y prominente. El segundo era un viejo con las manos palidas como el papel, un craneo huesudo, calvo, y la cara parecida a un bajorrelieve esculpido en metal, como si por sus venas y arterias corriera nieve en lugar de sangre.
El tercero, que ocupaba el catre contiguo al de Krimov, tenia aspecto amable y una mancha roja en el caballete de la nariz por las gafas que acababa de quitarse. Parecia infeliz y bueno. Indico la puerta con el dedo, sonrio de modo apenas perceptible, sacudio la cabeza y Krimov comprendio que el centinela estaba alli, al otro lado de la mirilla, observandoles.
El primero en romper el silencio fue el hombre de los cabellos enmaranados.
– Bueno -comenzo con tono afable e indolente-, me permito, en nombre de todos los aqui presentes, saludar a las fuerzas armadas. ?De donde viene, querido camarada? Krimov sonrio confuso y dijo: -De Stalingrado.
– Oh, me alegra conocer a alguien que ha participado en nuestra heroica resistencia. Bienvenido a nuestra cabana.
– ?Fuma? -pregunto enseguida el viejo de la tez blanca.
– Si -respondio Krimov. El viejo asintio y miro fijamente el libro.
– Yo les he jugado una mala pasada a mis camaradas explico el amable vecino miope-. Dije que no fumaba y ahora la administracion no me pasa mi racion de tabaco.
Digame, ?hace mucho que dejo Stalingrado?
– Todavia estaba alli esta manana.
– ?Vaya! -exclamo el gigante-. ?Le han traido en un Douglas?
– Asi es -respondio Krimov.
– Expliquenos, ?como esta la situacion en Stalingrado?
No hemos conseguido ningun periodico.
– Debe de tener hambre, ?verdad? -pregunto el amable miope-. Nosotros ya hemos comido.
– No, no tengo hambre -contesto Krimov-. Los alemanes no van a tomar Stalingrado. Ahora esta del todo claro.
– Siempre ha estado claro -dijo el gigante-. La sinagoga sigue en pie y seguira estando en pie.
El viejo cerro de golpe el libro y pregunto:
– Usted, por lo que parece, es miembro del partido comunista, ?no?
– Si, soy comunista.
– Mas bajo, mas bajo, hablad en un susurro -advirtio el amable miope.
– Incluso de su pertenencia al Partido -se lamento el gigante.
A Krimov le resultaba familiar la cara del gigante y de repente recordo por que: era un famoso presentador moscovita. Una vez habia asistido con Zhenia a un concierto en la Sala de Columnas y lo habia visto en escena. ?Y he aqui donde volvian a encontrarse!
En aquel momento se abrio la puerta, el centinela se asomo y pregunto:
– ?Quien tiene un nombre que comienza por K?
– Yo, Katsenelenbogen -respondio el gigante.
Se levanto, se atuso un poco la poblada cabellera y, con parsimonia, avanzo hacia la puerta.
– Va a ser interrogado -murmuro el amable vecino.
– ?Y por que han preguntado por un nombre con K?
– Es una regla. Anteayer el guardia lo llamo: «?Hay aqui un cal Katsenelenhogen cuyo nombre comienza por K?». Verdaderamente ridiculo. Esta medio chiflado.
– Si, nos reimos un rato -dijo el viejo.
«?Y tu, con tu aspecto de viejo contable, como has venido a parar aqui? -se pregunto Krimov- Mi nombre tambien empieza con K.»
Los detenidos se preparaban para echarse a dormir, pero la intensa luz seguia encendida y Nikolai sentia que alguien le observaba a traves de la mirilla mientras se quitaba las polainas, se ajustaba los calzoncillos, se rascaba el pecho. Era una luz especial. No continuaba encendida para los hombres que se encontraban en el interior de la celda, sino para que estos fueran mas visibles. Si hubiera sido mas practico observarles en la oscuridad, les habrian tenido a oscuras.
El viejo contable estaba acostado con la cara vuelta hacia la pared. Krimov y su vecino miope hablaban en susurros, sin mirarse y cubriendose la boca con la mano para que el guardia no viera el movimiento de sus labios.
De vez en cuando miraban el catre vacio. ?Todavia estaba el presentador contando chistes? El vecino musito:
– Todos nosotros, en la celda, nos hemos vuelto cobardes como conejos. Es como en el cuento: el mago toca a las personas y les crecen unas enormes orejas.
Hablo a Krimov sobre los companeros de celda. El viejo, Dreling, resulto ser un socialista revolucionario, un socialdemocrata o un menchevique. Nikolai Grigorievich habia oido ese nombre antes. Dreling habia pasado mas de veinte anos preso, entre carceles y campos. Le quedaba poco para alcanzar a los prisioneros de Schlisselburg: Morozov, Novorusski, Frolenko y Figner. Le acababan de trasladar a Moscu debido al nuevo cargo que se le imputaba: habia tenido la idea de organizar en el campo conferencias sobre la cuestion agraria para los deskulakizados.
El historial del presentador en la Lubianka era tan largo como el de Dreling. Hacia veintitantos