comandantes y comisarios del Ejercito Rojo. Estos ultimos eran de especial interes para la Gestapo y se les exigia que dieran informacion, colaboraran, suscribieran toda clase de proclamas.

En el campo habia saboteadores: trabajadores que se habian atrevido a abandonar el trabajo sin autorizacion en las fabricas militares o en las obras en construccion. La reclusion en campos de concentracion de obreros cuyo trabajo se consideraba deficiente tambien era un hallazgo del nacionalsocialismo.

Habia en el campo hombres con franjas de tela lila en las chaquetas: emigrados alemanes huidos de la Alemania fascista. Era esta, asimismo, una novedad introducida por el fascismo: todo aquel que hubiera abandonado Alemania, aun cuando se hubiera comportado de manera leal a ella, se convertia en un enemigo politico.

Los hombres que llevaban una franja verde en la chaqueta, ladrones y malhechores, gozaban de un estatus privilegiado: las autoridades se apoyaban en los delincuentes comunes para vigilar a los prisioneros politicos.

El poder que ejercia el preso comun sobre el prisionero politico era otra manifestacion del espiritu innovador del nacionalsocialismo.

En el campo habia hombres con un destino tan peculiar que no habian podido encontrar tela de un color que se ajustara convenientemente al suyo. Pero tambien el encantador de serpientes indio, el persa llegado de Teheran para estudiar la pintura alemana, el estudiante de fisica chino habian recibido del nacionalsocialismo un puesto en los catres, una escudilla de sopa y doce horas de trabajo en los Plantages [2].

Noche y dia los convoyes avanzaban en direccion a los campos de concentracion, a los campos de la muerte. El ruido de las ruedas persistia en el aire junto al pitido de las locomotoras, el ruido sordo de cientos de miles de prisioneros que se encaminaban al trabajo con un numero azul de cinco cifras cosido en el uniforme. Los campos se convirtieron en las ciudades de la Nueva Europa. Crecian y se extendian con su propia topografia, sus calles, plazas, hospitales, mercadillos, crematorios y estadios.

Que ingenuas, que bondadosamente patriarcales parecian ahora las viejas prisiones que se erguian en los suburbios urbanos en comparacion con aquellas ciudades del campo, en comparacion con el terrorifico resplandor rojo y negro de los hornos crematorios.

Uno podria pensar que para controlar a aquella enorme masa de prisioneros se necesitaria un ejercito de vigilantes igual de enorme, millones de guardianes. Pero no era asi. Durante semanas no se veia un solo uniforme de las SS en los barracones. En las ciudades-Lager eran los propios prisioneros los que habian asumido el deber de la vigilancia policial. Eran ellos los que velaban por que se respetara el reglamento interno en los barracones, los que cuidaban de que a sus ollas solo fueran a parar las patatas podridas y heladas, mientras que las buenas y sanas se destinaban al aprovisionamiento del ejercito.

Los propios prisioneros eran los medicos en los hospitales, los bacteriologos en los laboratorios del Lager, los porteros que barrian las aceras de los campos. Eran incluso los ingenieros que procuraban la luz y el calor en los barracones y que suministraban las piezas para la maquinaria.

Los kapos -la feroz y energica policia de los campos- llevaban un ancho brazalete amarillo en la manga izquierda. Junto a los Lageralteste, Blockalteste y Stubenalteste, controlaban toda la jerarquia de la vida del campo: desde las cuestiones mas generales hasta los asuntos mas personales que tenian lugar por la noche en los catres. Los prisioneros participaban en el trabajo mas confidencial del Estado del campo, incluso en la redaccion de las listas de «seleccion» y en las medidas aplicadas a los prisioneros en las Dunkel-kammer, las celdas oscuras de hormigon. Daba la impresion de que, aunque las autoridades desaparecieran, los prisioneros mantendrian la corriente de alta tension de los alambres, que no se desbandarian ni interrumpirian el trabajo.

Los kapos y Blockalteste se limitaban a cumplir ordenes, pero suspiraban y a veces incluso vertian algunas lagrimas por aquellos que conducian a los hornos crematorios… Sin embargo, ese desdoblamiento nunca llegaba hasta el extremo de incluir sus propios nombres en las listas de seleccion. A Mijail Sidorovich se le antojaba particularmente siniestro que el nacionalsocialismo no hubiera llegado al campo con monoculo, que no tuviera el aire altivo de un cadete de segunda fila, que no fuera ajeno al pueblo. En los campos, el nacionalsocialismo campaba a sus anchas pero no vivia aislado del pueblo llano: gustaba de sus burlas y sus bromas desataban las risas; era plebeyo y se comportaba de modo campechano; conocia a la perfeccion la lengua, el alma y la mentalidad de aquellos a los que habia privado de libertad.

3

Mostovskoi, Agrippina Petrovna, la medico militar Sofia Levinton y el chofer Semionov fueron arrestados por los alemanes una noche del mes de agosto de 1942 a las afueras de Stalingrado y conducidos seguidamente al Estado Mayor de la division de infanteria.

Despues del interrogatorio Agrippina Petrovna fue puesta en libertad y, por indicacion de un colaborador de la policia militar, recibio del traductor una hogaza de harina de guisantes y dos billetes rojos de treinta rublos; Semionov, en cambio, fue agregado a la columna de prisioneros que partia hacia un Stalag de los alrededores, cerca de la granja de Vertiachi. Mostovskoi y Sofia Osipovna Levinton fueron enviados al Estado Mayor del Grupo de Ejercitos.

Alli Mostovskoi vio por ultima vez a Sofia Osipovna. La mujer permanecia de pie, en medio del patio polvoriento; la habian despojado del gorro y arrancado del uniforme las insignias de su rango, y tenia una expresion sombria y rabiosa en la mirada, en todo el rostro, que lleno de admiracion a Mostovskoi.

Despues del tercer interrogatorio, llevaron a Mostovskoi a pie hasta la estacion de tren donde estaban cargando un convoy de trigo. Una decena de vagones estaban reservados para hombres y mujeres que eran enviados a Alemania para realizar trabajos forzados; Mostovskoi pudo oir a las mujeres gritar cuando el tren se puso en marcha. A el lo habian encerrado en un pequeno compartimento de servicio; el soldado que le escoltaba no era un tipo grosero, pero, cada vez que Mostovskoi le formulaba una pregunta, asomaba en su rostro la expresion de un sordomudo. Al mismo tiempo se palpaba que el soldado estaba unica y enteramente dedicado a vigilar a su detenido: como el guardian experimentado de un parque zoologico que en medio de un silencio tenso vigila la caja donde una fiera salvaje se agita durante el viaje de traslado. Cuando el tren avanzaba por el territorio del gobernador general de Polonia, aparecio un nuevo pasajero: un obispo polaco, bien plantado y de estatura alta, con los cabellos canos, ojos tragicos y unos juveniles labios carnosos. Enseguida conto a Mostovskoi, con un fuerte acento ruso, la represion que Hitler habia organizado contra el clero polaco. Despues de que Mijail Sidorovich vituperara contra el catolicismo y el Papa, el obispo guardo silencio y, laconico, paso a contestar sus preguntas en polaco. Al cabo de unas horas, hicieron apearse al clerigo en Poznan.

Mostovskoi fue conducido directamente al campo, sin pasar por Berlin… Tenia la impresion de que llevaba anos en el bloque donde alojaban a los prisioneros de especial interes para la Gestapo. Alli alimentaban mejor a los reclusos que en el campo de trabajo, pero aquella vida facil era la de las cobayas-martires de los laboratorios. El guardian de turno llamaba a un prisionero a la puerta y le comunicaba que un amigo le ofrecia un intercambio ventajoso: tabaco por una racion de pan; y el prisionero volvia a su litera sonriendo satisfecho. De la misma manera, otro prisionero interrumpia su conversacion para seguir al hombre que lo llamaba; su interlocutor esperaria en vano a conocer el final del relato. Al dia siguiente el kapo se acercaba a las literas y ordenaba al guardian de turno que recogiera sus trapos; y alguien preguntaba en tono adulador al Stubenalteste Keize si podia ocupar el sitio que acababa de quedar libre.

La salvaje amalgama de los temas de conversacion ya no sorprendia a Mostovskoi; se hablaba de la «seleccion», los hornos crematorios y los equipos de futbol del campo: el mejor era el de los Moorsoldaten del Plantage, el del Revier tampoco estaba mal, el equipo de la cocina tenia una buena linea delantera, el equipo polaco, en cambio, era un desastre en defensa. Se habia acostumbrado asimismo a las decenas, los cientos de rumores que circulaban por el campo: sobre la invencion de cierta arma nueva o sobre las discrepancias entre los lideres nacionalsocialistas. Los rumores eran invariablemente hermosos y falsos; el opio de la poblacion de los campos.

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