se fundian en la penumbra. El susurro de la lluvia aranaba las cristaleras del primer piso.

– Bueno, -espeto JF, ?a que viene tanto misterio?

Sin mediar palabra saque el reloj y se lo tendi. JF enarco las cejas y evaluo el objeto. Lo valoro con detenimiento durante unos instantes antes de devolvermelo con una mirada intrigada.

– ?Que te parece? -inquiri.

– Me parece un reloj -replico JF. ?Quien es el tal German?

– No tengo ni la mas minima idea.

Procedi a relatarle con detalle mi aventura de dias atras en aquel caseron desvencijado. JF escucho atentamente el recuento de los hechos con la paciencia y atencion cuasi cientifica que le caracterizaban. Al termino de mi narracion, parecio sopesar el asunto antes de expresar sus primeras impresiones.

– O sea, que lo has robado -concluyo.

– Esa no es la cuestion -objete.

– Habria que ver cual es la opinion del tal German-adujo JF.

– El tal German probablemente lleve muerto anos sugeri sin mucho convencimiento.

JF se froto la barbilla.

– Me pregunto que dira el Codigo Penal acerca del hurto premeditado de objetos personales y relojes con dedicatoria… apunto mi amigo.

– No hubo premeditacion ni nino muerto -proteste. Todo ocurrio de golpe, sin darme tiempo a pensar. Cuando me di cuenta de que tenia el reloj, ya era tarde. En mi lugar tu hubieras hecho lo mismo.

– En tu lugar yo habria sufrido un paro cardiaco -preciso JF, que era mas hombre de palabras que de accion. Suponiendo que hubiese estado tan loco como para meterme en ese caseron siguiendo a un gato luciferino. A saber que clase de germenes pueden pillarse de un bicho asi.

Permanecimos en silencio por unos segundos, escuchando el eco distante de la lluvia.

– Bueno -concluyo JF, lo hecho, hecho esta. No pensaras volver alli, ?verdad?

Sonrei.

– Solo no.

Los ojos de mi amigo se abrieron como platos.

– ?Ah, no! Ni pensarlo.

Aquella misma tarde, al terminar las clases, JF y yo nos escabullimos por la puerta de las cocinas y enfilamos aquella misteriosa calle que conducia al palacete. El adoquinado estaba surcado de charcos y hojarasca. Un cielo amenazador cubria la ciudad. JF, que no las tenia todas consigo, estaba mas palido que de costumbre. La vision de aquel rincon atrapado en el pasado le estaba reduciendo el estomago al tamano de una canica. El silencio era ensordecedor.

– Yo creo que lo mejor es que demos media vuelta y nos larguemos de aqui murmuro, retrocediendo unos pasos.

– No seas gallina.

– La gente no aprecia las gallinas en lo que valen. Sin ellas no habria ni huevos ni…

Subitamente, el tintineo de un cascabel se esparcio en el viento. JF enmudecio. Los ojos amarillos del gato nos observaban. De repente, el animal siseo como una serpiente y nos saco las garras. Los pelos del lomo se le erizaron y sus fauces nos mostraron los mismos colmillos que dias atras habian arrancado la vida a un gorrion. Un relampago lejano encendio una caldera de luz en la boveda del cielo. JF y yo intercambiamos una mirada.

Quince minutos mas tarde estabamos sentados en un banco junto al estanque del claustro del internado. El reloj seguia en el bolsillo de mi chaqueta. Mas pesado que nunca.

Permanecio alli el resto de la semana hasta la madrugada del sabado. Poco antes del alba, me desperte con la vaga sensacion de haber sonado con la voz atrapada en el gramofono. Mas alla de mi ventana, Barcelona se encendia en un lienzo de sombras escarlata, un bosque de antenas y azoteas. Salte de la cama y busque el maldito reloj que me habia embrujado la existencia durante los ultimos dias. Nos miramos el uno al otro. Por fin me arme de la determinacion que solo encontramos cuando hemos de afrontar tareas absurdas y me decidi a poner termino a aquella situacion. Iba a devolverlo.

Me vesti en silencio y atravese de puntillas el oscuro corredor del cuarto piso. Nadie advertiria mi ausencia hasta las diez o las once de la manana. Para entonces esperaba estar ya de vuelta.

Afuera las calles yacian bajo aquel turbio manto purpura que envuelve los amaneceres en Barcelona. Descendi hasta la calle Margenat. Sarria despertaba a mi alrededor. Nubes bajas peinaban la barriada capturando las primeras luces en un halo dorado. Las fachadas de las casas se dibujaban entre los resquicios de neblina y las hojas secas que volaban sin rumbo.

No tarde en encontrar la calle. Me detuve un instante para absorber aquel silencio, aquella extrana paz que reinaba en aquel rincon perdido de la ciudad. Empezaba a sentir que el mundo se habia detenido con el reloj que llevaba en el bolsillo, cuando escuche un sonido a mi espalda. Me volvi y presencie una vision robada de un sueno.

Capitulo 3

Una bicicleta emergia lentamente de la bruma. Una muchacha, ataviada con un vestido blanco, enfilaba aquella cuesta pedaleando hacia mi. El trasluz del alba permitia adivinar la silueta de su cuerpo a traves del algodon. Una larga cabellera de color heno ondeaba velando su rostro. Permaneci alli inmovil, contemplandola acercarse a mi, como un imbecil a medio ataque de paralisis. La bicicleta se detuvo a un par de metros. Mis ojos, o mi imaginacion, intuyeron el contorno de unas piernas esbeltas al tomar tierra. Mi mirada ascendio por aquel vestido escapado de un cuadro de Sorolla hasta detenerse en los ojos, de un gris tan profundo que uno podria caerse dentro. Estaban clavados en mi con una mirada sarcastica. Sonrei y ofreci mi mejor cara de idiota.

– Tu debes de ser el del reloj -dijo la muchacha en un tono acorde a la fuerza de su mirada.

Calcule que debia de tener mi edad, quizas un ano mas. Adivinar la edad de una mujer era, para mi, un arte o una ciencia, nunca un pasatiempo. Su piel era tan palida como el vestido.

– ?Vives aqui? balbucee, senalando la verja.

Apenas pestaneo. Aquellos dos ojos me taladraban con una furia tal que habria de tardar un par de horas en darme cuenta de que, por lo que a mi respectaba, aquella era la criatura mas deslumbrante que habia visto en mi vida o esperaba ver. Punto y aparte.

– ?Y quien eres tu para preguntar?

– Supongo que soy el del reloj -improvise. Me llamo Oscar. Oscar Drai. He venido a devolverlo. Sin darle tiempo a replicar, lo saque del bolsillo y se lo ofreci.

La muchacha sostuvo mi mirada durante unos segundos antes de cogerlo. Al hacerlo, adverti que su mano era tan blanca como la de un muneco de nieve y lucia un aro dorado en el anular.

– Ya estaba roto cuando lo cogi -explique.

– Lleva roto quince anos -murmuro sin mirarme.

Cuando finalmente alzo la mirada, fue para examinarme de arriba abajo, como quien evalua un mueble viejo o un trasto. Algo en sus ojos me dijo que no daba mucho credito a mi categoria de ladron; probablemente me estaba catalogando en la seccion de cretino o bobo vulgar. La cara de iluminado que yo lucia no ayudaba mucho. La muchacha enarco una ceja al tiempo que sonrio enigmaticamente y me tendio el reloj de vuelta.

– Tu te lo llevaste, tu se lo devolveras a su dueno.

– Pero…

– El reloj no es mio -me aclaro la muchacha. Es de German.

La mencion de aquel nombre conjuro la vision de la enorme silueta de cabellera blanca que me habia sorprendido en la galeria del caseron dias atras.

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