– Ufff… -murmuro su amiga-o Ahi esta: el marinero solitario. No ha sido capaz ni de esperar un dia a coger su velero.

– ?Quien?

– Mi padre y mi primo llegaron ayer del barco -explico Hannah-. Mi padre todavia esta durmiendo, pero ese… No tiene cura.

Irene oteo el mar y observo el velero surcando la bahia.

– Es mi primo Ismael. Se pasa media vida en ese velero, al menos cuando no trabaja con mi padre en el muelle. Pero es un buen chico… ?Ves esta medalla?

Hannah le mostro una preciosa medalla que pendia de su cuello en una cadena de oro: un sol sumergiendose en el mar.

– Es un regalo de Ismael…

– Es preciosa -dijo Irene, observando detalladamente la pieza.

Hannah se incorporo y profirio un alarido que hizo que la bandada de pajaros azules se catapultara al otro extremo de la playa. Al poco, la tenue figura al timon del velero saludo, y la embarcacion puso proa hacia la playa.

– Sobre todo, no le preguntes por el velero -advirtio Hannah-. Y si es el quien introduce el tema, no le preguntes como lo hizo. Puede estarse horas hablando de ello sin parar.

– Es cosa de familia…

Hannah le dedico una mirada furibunda. -Creo que te abandonare aqui en la playa, a merced de los cangrejos. -Lo siento.

– Se acepta. Pero si yo te parezco parlanchina, espera a conocer a mi madrina. El resto de la familia parecemos mudos a su lado.

– Seguro que me encantara conocerla.

– Ja -replico Hannah, incapaz de reprimir su sonnsa socarrona.

El velero de Ismael corto limpiamente la linea del rompiente y la quilla del bote se inserto en la arena como una cuchilla. El joven se apresuro a aflojar el aparejo y arrio la vela hasta la base del mastil en apenas unos segundos. Practica, evidentemente, no le faltaba. Tan pronto salto a tierra firme, Ismael dedico a Irene una involuntaria mirada de pies a cabeza cuya elocuencia no desmerecia de sus artes navegatorias. Hannah, ojos en blanco y media lengua fuera con gesto burlon, se apresuro a hacer las presentaciones; a su modo, naturalmente.

– Ismael, esta es mi amiga Irene -anuncio amablemente-, pero no hace falta que te la comas.

El chico propino un codazo a su prima y tendio su mano a Irene:

– Hola…

Su escueto saludo iba unido a una sonrisa timida y sincera. Irene estrecho su mano.

– Tranquila, no es tonto; es su manera de decir que esta encantado y todo eso -matizo Hannah.

– Mi prima habla tanto que a veces creo que va a gastar el diccionario -bromeo Ismael-. Supongo que ya te ha comentado que no debes preguntarme por el velero…

– Lo cierto es que no -contesto cautamente Irene.

– Ya. Hannah piensa que ese es el unico tema del que se hablar.

– Las redes y los aparejos tampoco se te dan mal, pero donde este el velero, primo, agua fresca.

Irene asistio divertida al duelo de puyas con que ambos se complacian en batallar. No parecia haber malicia en ello o, al menos, ni mas ni menos que la necesaria para anadir una pizca de pimienta a la rutina.

– Tengo entendido que os habeis instalado en la Casa del Cabo -dijo Ismael.

Irene se concentro en el muchacho y realizo su propio retrato. Unos dieciseis anos, efectivamente; su piel y sus cabellos acusaban el tiempo que habia pasado en el mar. Su constitucion revelaba el duro trabajo en los muelles, y sus brazos y sus manos estaban estampados con pequenas cicatrices, poco habituales en. los muchachos parisinos. Una cicatriz, mas larga y pronunciada, se extendia a lo largo de su pierna derecha, desde poco mas arriba de la rodilla hasta el tobillo. Irene se pregunto donde habria conseguido semejante trofeo. Por ultimo, reparo en sus ojos, el unico rasgo de su apariencia que se le antojaba fuera de lo comun. Grandes y claros, los ojos de Ismael parecian dibujados para esconder secretos tras una mirada intensa y vagamente triste. Irene recordaba miradas como aquella en los soldados sin nombre con los que habia compartido tres escasos minutos al compas de una banda de cuarta categoria, miradas que ocultaban miedo, tristeza o amargura.

– Querida, ?estas en trance? -la interrumpio Hannah.

– Estaba pensando que se me hace tarde. Mi madre estara preocupada.

– Tu madre estara encantada de que la dejeis unas horas en paz, pero alla tu -dijo Hannah.

– Puedo acercarte con el velero si quieres -ofrecio Ismael-. La Casa del Cabo tiene un pequeno embarcadero entre las rocas.

Irene intercambio una mirada inquisitiva con Hannah.

– Si dices que no, le rompes el corazon. Mi primo no invitaria a su velero ni a Greta Garbo.

– ?Tu no vienes? -pregunto Irene, algo azorada.

– No subiria a ese cascaron ni aunque me pagasen. Ademas, es mi dia libre y esta noche hay baile en la plaza. Yo que tu lo pensaria. Los buenos partidos estan en tierra firme. Te lo dice la hija de un pescador. Pero no se que digo. Anda, ve. Y tu, marinero, mas te vale que mi amiga llegue entera a puerto. ?Me has oido?

El velero, que al parecer se llamaba Kyaneos, segun rezaba la leyenda sobre el

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