silla con un gemido de dolor-. ?Los llama usted soldados? Eran unos crapulas, fanfarrones, jugadores, borrachos, embusteros, libertinos y ladrones sacrilegos… Dios es justo, y su sentencia legitima.

Un dolor sordo y una rabia hirviente hicieron presa de mi cuando oi al Tonel insultar con semejantes palabras a mis camaradas muertos. Quise abalanzarme sobre el y estrangularlo con mis propias manos, pero entre ambos estaba el oficial ingles.

– Ustedes me toman por el marques de Bolibar -dije, una vez que hube refrenado mi ira-, pero el marques era un anciano y yo soy joven, tengo dieciocho anos.

El Tonel profirio una risa semejante a un balido.

– Dieciocho anos. Hermosa edad, en verdad. El cerero de enfrente de la iglesia -vos lo conociais, senor marques, era tan flaco que parecia que su madre al traerlo al mundo hubiera mirado demasiado un palo de escoba- tenia cincuenta anos cuando se caso por tercera vez, y para la boda se tino el pelo de un castano tan hermoso como el que luciais vos ayer. Parecia que tuviera dieciocho anos. Lastima de grasa de cabra, de pomada y de cera que habeis despilfarrado, senor marques. No os ha alcanzado mas que para una sola noche.

Volvio a reir y senalo con la mano hacia un espejo roto que habia en la pared. Al ver mi imagen me asuste, no podia dar credito a mis ojos: los horrores de la noche pasada me habian encanecido el cabello por completo, y ahora lo tenia blanco como la nieve, blanco como el de un anciano.

– Haceis mal, senor marques -sono junto a mi oido la voz del capitan-, haceis mal en intentar huir del mundo oculto tras vuestra mascara. Os habeis empenado en una causa alta y noble. El cielo ha estado de vuestro lado, y habeis triunfado. No deberiais despreciar la gloria que os confiere vuestra hazana ni rechazar la gratitud que os debemos todos nosotros, vuestra patria y la causa de la libertad.

No se como sucedio aquel extrano fenomeno. Me hallaba ante el espejo, mirandome, y ya no me veia a mi mismo, sino la imagen de un anciano desconocido de cabellos blancos. Y entonces senti un estremecimiento, y de modo peregrino e inexplicable se despertaron en mi los pensamientos de otro; su hazana, su voluntad, su resolucion habitaban en mi, y todo aquello me poseyo y me hizo vibrar con un fiero escalofrio de triunfo. Era como si el alma del asesinado hubiera resurgido en mi, como si luchase con la mia, la de su asesino, y la subyugara. Grande y terrible, el marques de Bolibar me sometia. Intente aun resistirme a su dominio, quise volver a mi, evoque la imagen de mis camaradas muertos, me force a pensar en ellos, en Donop, Eglofstein, Brockendorf… pero no acudian, sus figuras se quedaban en las tinieblas, habia olvidado el sonido de sus voces, y cuando quise llamarlos por sus nombres en mi interior, surgieron en mi palabras ajenas, palabras crueles, las palabras del Tonel, como si fueran las mias:

– Fanfarrones, libertinos, borrachos, ladrones sacrilegos… -grito algo en mi interior-. Dios es justo y su sentencia legitima.

Y tuve la sensacion de que la aniquilacion del regimiento habia sido desde el principio mi voluntad, como si la hubiese decidido en mi fuero interno, en favor de una causa grande y noble. En mi habia una tempestad, el corazon me palpitaba fuertemente, sentia bramar y tronar en mis sienes, y me senti tambalear ante la grandeza de aquel momento.

El Tonel me miraba como si esperase una palabra de mi boca. Pero yo guarde silencio.

– Dejadme deciros una cosa, senor marques -comenzo-. Ya se que despreciais la guerra y teneis en poco la gloria que los soldados valientes adquieren en batallas y combates. Recuerdo que dijisteis: «Un pobre mozo de labranza que en su simpleza se limita a arar su campo, tiene mas gloria que los mariscales y los generales». Esta noche la he pasado pensando en muchas cosas, pues el dolor no me ha dejado dormir. Una bala de mortero me ha destrozado el brazo, y si se presenta la gangrena… Los soldados somos martires, en nada distintos a Santiago, san Ciriaco o san Marcelino. Martires tal vez de Dios o tal vez del diablo, ?quien lo sabe? ?Por que luchamos? ?Por que damos nuestra sangre? ?Por Dios? En este mundo somos todos ciegos como topos, y no sabemos cual es la verdadera voluntad de Dios. ?Acaso por la propia bolsa? Senor marques, los soldados somos como los carpinteros de Noe, que construyeron el arca para todas las bestias y luego acabaron ahogandose. ?Por el bien de la patria? Esta tierra, senor marques, lleva mil anos empapandose en sangre. Pero una batalla de hace cien anos, ?a quien no le parece totalmente inutil? Entonces, ?para que las luchas, las marchas, los trabajos, las penalidades, el hambre, los peligros, las heridas una y otra vez? ?Que queda de todo ello? Os lo voy a decir, senor marques: queda la gloria. Camino por las calles de una ciudad que no es la mia y los hombres se susurran al oido mi nombre, las madres levantan en brazos a sus hijos, los ciudadanos salen corriendo de sus casas para verme, y en las ventanas se apinan las cabezas. Y cuando un dia, viejo y cansado, me arrastre a cuatro patas hasta el convento, el resplandor de mi nombre, senor marques… ?Maldita sea, ya esta aqui otra vez! ?Dios me proteja! ?Estoy perdido!

Enmudecio. Una mujer vieja y fea habia entrado en la habitacion con una palangana llena de agua caliente y unos panos en las manos. El oficial de Northumberland tomo su sombrero de la mesa en cuanto la vio y desaparecio de inmediato.

– ?Necio, bruto, holgazan! -refunfuno la mujer aplicando el agua y los panos al brazo herido del Tonel-. Sigues ahi sentado lamentandote. Otros traen oro a sus casas, pero tu nunca traes mas que dos onzas de plomo.

– ?Dejame en paz! -gimio el Tonel bajo las manos de la mujer-. ?No me amargues la vida! He ganado una gran batalla.

– ?Una gran batalla? -chillo la vieja, agitando furiosa los panos-. ?Y para que, si puede saberse? Para que el mismo rey, y no otro, nos ponga el ano que viene mas impuestos sobre el pan, la manteca, el queso y los huevos.

– ?Callate! -exclamo el Tonel-. Tu ocupate de tu escoba y no te metas en mis asuntos. ?Es que no reconoces a su excelencia el senor marques?

– ?Excelencia y eminencia y reverencia y pestilencia! Siempre tienes que meterte donde reparten palos. El dia que el turco expulse a los tartaros, tu andaras por medio.

– ?Ay de mi! -gimio el Tonel-. Llevo diecisiete anos soportando a esta mujer con el sudor de mi frente. Cada dia se vuelve peor. Su malicia hay que medirla por quintales.

– La ciudad entera sabe que mi marido es un haragan -grito la mujer-. No quiere trabajar y anda vagando por el pais. Se ve que tiene miedo de que se le estropeen las leznas y el punzon si se pone a trabajar.

– ?Senor! -dijo el Tonel con un suspiro hondo y doloroso-. ?Librame de todo mal!

Despues de salir de la habitacion, mientras bajaba por la escalera, segui oyendo la voz quejumbrosa del caudillo guerrillero y el rezongar de su mujer. Ante la casa estaban sentados algunos oficiales insurgentes, comiendose un carnero asado a la sombra de una higuera. Cuando pase, se pusieron en pie, silenciosos.

En las calles reinaba una animacion bulliciosa, cada cual se dedicaba a sus actividades y nada hacia pensar que el dia anterior la ciudad habia sido el teatro de la desesperada lucha a muerte de dos regimientos. Los castaneros estaban sentados en sus sillas de madera de alcornoque, los tenderos exponian sus mercancias, carretillas con carbon de lena cruzaban las calles, los arrieros arreaban sus mulas ante los ojos de los compradores, los barberos ofrecian sus servicios, un carmelita repartia estampas de santos y escapularios, y por todas partes resonaban los gritos de las aldeanas que ofrecian distintas clases de alimentos:

– ?Leche! ?Leche de cabra! ?Leche caliente! ?Quien la quiere?

– ?Cebollas de Murcia! ?Nueces de Vizcaya! ?Ajos! ?Habichuelas! ?Aceitunas sevillanas!

– ?Vino! ?Vino tinto! ?Vino de Valdepenas!

– ?Toda clase de embutidos! ?Salchichones! ?Longanizas! ?Chorizos! ?Autenticos embutidos de Extremadura!

Pero adonde quiera que yo fuese, el ajetreo enmudecia. La gente con prisa se detenia y se hacia a un lado dejandome paso, y me seguia con miradas llenas de asombro, respeto y silenciosa veneracion.

No era yo, sino el difunto marques de Bolibar quien andaba por las calles de su ciudad. Vi a lo lejos los vinedos y los campos: mi paisaje, mi tierra, exclamo algo jubilosamente dentro de mi. Para mi crecen las vinas, para mi se cubren de verdor esos pastos, es mio todo lo que abarca este cielo, y con embriaguez en el corazon, profundamente transformado, sonando, heredero por una hora de aquella tierra, anduve lentamente hacia el exterior de la ciudad.

Ante la muralla habia un grupo de guerrilleros. Y uno de ellos abrio ante mi de par en par las puertas y me saludo, inclinando la cabeza hacia el suelo:

– ?Ave Maria Purisima!

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